Un museo para preservar los oficios y tradiciones del campo

El Museo del Campesino fue creado en 2018 por Sandra Paola Caicedo. Entre su colección se encuentran 50 libros de Radio Sutatenza y la primera edición del periódico El Campesino, de agosto de 1958.

En la finca El Jardín, a 40 minutos del casco urbano de Cajamarca, se preservan las tradiciones de los campesinos de Tolima. Se trata del lugar en el que Sandra Paola Caicedo creció junto con sus dos hermanos y que, en 2018, se convirtió en el Museo del Campesino.

Pero la historia empieza años atrás, con el fallecimiento de la madre de Sandra, Luz Elena Aranzazu, en 2016. En el proceso del duelo, Sandra empezó a organizar los objetos que su madre y su padre, José María Caicedo, guardaron en esa finca a la que llegaron hace más de 40 años y en la que criaron a su familia.

“Decidimos empezar a organizar estas cosas con la pregunta de cómo lográbamos que se viera bonito. Y en ese proceso nace la idea del museo. Empecé a investigar y me vinculé al Programa de Fortalecimiento de Museos del Ministerio de Cultura”, relata Sandra.

La realidad del campo

Museo del Campesino
El Museo del Campesino está en la finca El Jardín, a 40 minutos del casco urbano de Cajamarca. / FOTO: Museo del Campesino

De esa organización de objetos, de ese duelo por su madre, quedó una colección de “un poco más de 250 piezas”, que ahora se exponen en cinco ejes: el hogar campesino, la mujer del campo, medios de comunicación y los procesos de agricultura; además de un recorrido por la finca hecho por José María, quien tiene 70 años y aún vive allí.

Entre esos objetos está, por ejemplo, un pilón de madera de cedro, un recipiente utilizado para moler maíz, que data de 1940. “Lo usábamos cuando éramos niños”, recuerda Sandra. Y dice que, aunque ahora la actividad de moler se puede hacer con molino o se compra directamente la harina para las arepas, “esa pieza tiene una conexión muy especial con mi infancia”.

Pero no se trata solo de piezas que hicieron parte del diario vivir de la familia Caicedo Aranzazu. De la colección hacen parte 50 libros de Radio Sutatenza y las ediciones semanales de agosto de 1958 hasta abril de 1959 del periódico El Campesino, donados por la organización Acción Cultural Popular (Acpo).

A lo que le apuntan, explica Sandra, es a que sean los campesinos quienes cuenten su historia: “Haciendo el montaje de la exposición me encontré videos, películas, libros e información en internet que muestran al campo como una zona olvidada, de atraso, de conflicto. Y, por supuesto, eso existe, pero hay otra parte que la gente no conoce: a los campesinos en su esencia, que son personas supremamente sabias. Y ese es el propósito, que la gente conozca la realidad del campo”.

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El legado campesino

Una de las actividades del museo es un recorrido realizado por José María Caicedo, quien vive en El Jardín hace más de cuatro décadas. / FOTO: Museo del Campesino

Sandra es enfática en resaltar el papel de los campesinos en la historia de Colombia, así como en su presente, al aseverar que “el campo no se detuvo en la pandemia”. Por eso, parte del valor del museo es que el padre de Sandra hace un recorrido para contar cómo se cultiva.

“La gente se sorprende por los tiempos, porque en la ciudad nos parece que es ir al supermercado a comprar un producto y ya. Pero para cultivar, por ejemplo, el fríjol, hay que esperar seis meses”, señala. Por eso, dice, es que existe el museo: para que las personas entiendan que están ligadas el campo.

“Todos tenemos que agradecerles a los campesinos. Por eso debemos conocer su vida, qué saben y qué hacen, más allá de lo que nos han vendido. Y eso lo contamos en el museo. A los visitantes siempre les digo que la idea es conocer esas historias para entender por qué esas piezas que exponemos son valiosas, no tanto por su antigüedad, sino porque un campesino las usó”, agrega.

Con orgullo, Sandra habla de los planes que tiene para su museo. El primero es conseguir financiación para construir la sede oficial del Museo del Campesino. Y el segundo: la creación de un libro con las 100 piezas más representativas para, a través de ellas, contar la historia del campo: «Recordando las anécdotas de mi padre, de mis abuelos y de mi propia infancia”, concluye.

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