Desde aquel Mundial de México en 1986, cada cuatro años Vicente saca su carreta, en la que cambia, colecciona y vende láminas de Panini.
La llegada de la copa mundial de fútbol es un evento deportivo que espera el mundo entero con una expectativa que tiene poca comparación. Se pagan costosísimas boletas, tiquetes de avión, hoteles para ir al país seleccionado como anfitrión del evento y, quienes no van, sacan ahorros para comprar un televisor y se organizan en evento de todo tipo para ver cada uno de los 64 partidos que componen el torneo.
Y claro, con el mundial llega también el álbum de Panini y la emoción de llenarlo, ejemplificada de manera excelente y sorprendente en el desabastecimiento de ‘figuritas’ que hubo recientemente en Argentina, al punto de que el gobierno nacional tuvo que intervenir y mandar a imprimir más, ante el descontento de la gente.
En Colombia este año la emoción no es tal, pues la ausencia de la selección en Qatar 2022 ha desanimado y disuadido a muchos de llenar al álbum.
Muchos recuerdan, inevitablemente, la sequía que atravesó Colombia antes de clasificar de nuevo, luego de 16 años, a la copa en Brasil 2014 donde, además, el país fue revelación y llegó a cuartos de final. Además, James Rodríguez quedó de goleador y ganó el premio a mejor gol de la competencia.
Parecen siglos los ocho años que han pasado desde entonces.
Aun así este año también se han vendido paquetes y cajas enteras de ‘monas’, se han organizado grupos de WhatsApp para cambiar, así como los tradicionales puntos de encuentro en supermercados y tiendas de barrio a donde llega la gente con sus láminas: tres jugadores por un escudo, un escudo por un jugador escaso, la foto completa del equipo por un estadio.
Y claro, también resurgen aquellos clásicos que ven en el acto de llenar el álbum algo mucho más profundo: una tradición, una pasión y, sobre todo, una oportunidad de sustento económico.
Es el caso de Vicente Najar, nacido y criado en Bogotá y quien colecciona láminas desde 1986.
“Todo comenzó por un juego. En esa época, como en el 84, había unas laminitas que se llamaban ‘amores’. Ahí comencé yo a hacer intercambios y nos gustaba. Ya luego llegó el mundial”.
Aquella copa del mundo estaba programada para realizarse en Colombia, pero fue trasladada a México por el orden público y la violencia, particularmente cruda, de esos años.
Vicente comenzó, cuenta, “con unos paqueticos, un albumsito en la mano, y así llegaba la gente a cambiar”.
Desde entonces sale religiosamente cada cuatro años con su carreta, que posa sobre el tramo peatonal de la carrera séptima en Bogotá, aguardando transeúntes en busca de la ‘mona’ que les falta para llenar el álbum.
En su carreta no solo tiene láminas de cada uno de los mundiales desde 1986, sino también una colección de todos los álbumes desde ese mismo año.
Y aunque durante los cuatro años que hay entre cada una de las copas del mundo Vicente trabaja comercializando ropa y otros artículos, lo que más le gusta es salir a vender y cambiar ‘monas’. Hoy cuenta que las más cotizadas son las de Cristiano Ronaldo, Lionel Messi, Neymar Jr y Luis Suárez.
Como buen amante del fútbol, que también lo tiene por sustento, se encomienda a Dios para que lo deje presenciar otros cinco o seis mundiales.