La Isla de Malpelo y la cordillera submarina de Coiba, en Panamá, son 'oasis' en medio del 'desierto' del océano Pacífico. Por ello, entre ambos territorios existe un corredor migratorio vital para los ecosistemas marinos.
Sandra Bessudo recuerda con particular detalle y cariño el día en que por primera vez se puso una careta y unas aletas, y se lanzó al agua cristalina del mar Caribe a ver arrecifes de coral, peces, anémonas y otros animales y plantas submarinos.
Tenía cuatro años y lo hizo de la mano de su padre, matemático apasionado por la naturaleza, y de su madre, artista. A ellos, dice, les heredó la fascinación y el respeto por la naturaleza.
“Recuerdo que vi un pez de muchísimos colores, que es el pez ángel, rey del Caribe, que me fascinó, y desde muy pequeña me cambió la vida y despertó mi admiración por lo que hay debajo del mar”, cuenta Sandra.
De joven aprendió a bucear y se convirtió en instructora, “solo para estar cerca del mar y tener un trabajo ligado a él”. Hizo un par de semestres de biología en la Universidad de Los Andes y luego en la Universidad del Valle, pero nunca terminó y se dedicó de lleno al buceo.
En 1987 visitó por primera vez la isla del Malpelo, un destino que solo está disponible para bucear, e inmediatamente quedó fascinada por la riqueza del ecosistema con el que se encontró.
Flechada por la isla, comenzó a sumergirse en sus aguas con regularidad, cosa que, además de sorprenderla cada vez como si fuera la primera, le permitió ver también ‘la otra cara de la isla’: “Barcos de pesca anclados a los corales o que sobre sus puentes tenían montañas de tiburones muertos, barcos llevándose todo lo que había en el santuario”, señala.
Así, convencida de la importancia de la isla y de los ecosistemas que a su alrededor alberga, comenzó una recolección de firmas que, «por cosas de la vida», dice ella, le pudo entregar al entonces presidente Cesar Gaviria, cuando lo acompañó como guía a bucear.
“Le entregué las firmas y le pedí el apoyo para la protección de ese sitio y él comenzó a dejar el tema en el camino y luego con Ernesto Samper se declaró a Malpelo como área protegida”, cuenta Sandra.
Desde entonces ha librado una intensa lucha por la conservación marina, en la que uno de sus mayores aportes ha sido la creación de la Fundación Malpelo, que hoy dirige, y que funciona como plataforma para la consecución de recursos económicos para apoyar proyectos y programas de conservación. Uno de ellos, el establecimiento de la Migravía Malpelo – Coiba, en territorio marítimo de Colombia y Panamá.
Montes submarinos: oasis en el desierto
Sandra explica que la mayoría de la biodiversidad del océano se encuentra en lugares muy específicos: las costas, alrededor de las islas y a profundidades menores de los 200 metros. “El resto del océano es casi un desierto”, sostiene y hace una salvedad: el mito urbano que dice que la humanidad sabe más del espacio que de los océanos es cierto.
Por eso, agrega, los montes submarinos son zonas donde hay una gran cantidad de biodiversidad. Estos sirven a las especies migratorias, como los tiburones martillo, como estaciones para encontrarse con más biodiversidad, alimentarse, reproducirse, limpiarse y otras actividades.
Son ‘oasis’ en medio del desierto que es el océano abierto.
Es el caso, por ejemplo, de Malpelo y de la cordillera de Coiba, en Panamá: ambas son cadenas montañosas que se extienden por el Pacífico y que a sus alrededor albergan una cantidad robusta de biodiversidad.
En Malpelo, explica Sandra, se encuentra desde el más pequeño hasta el último eslabón de la cadena alimenticia. Por ejemplo, alrededor de la isla se agrupan escuelas de tiburones martillo hembra que llegan con mordeduras y parásitos de la temporada de apareamiento, y » los peces mariposa, ángel y algunos juveniles de lábridos se alimentan de los parásitos, se los quitan y los limpian«, explica Sandra.
Migravías: corredores de vida
Ahora, entre Malpelo y Coiba explica Sandra, hay una conexión muy importante, y es que forman un corredor por el cual transitan múltiples especies para llegar a uno u otro lado, con un flujo particularmente alto: una Migravía.
Y es que, si bien los animales se mueven por todo el océano, hay lugares por los que lo hacen con mayor regularidad y volumen.
“Eso es por temas de corrientes que les ayudan a empujar y no tienen que luchar contra ella, porque encuentran alimento y se reagrupan para apararse, entre otras cosas”, cuenta Sandra.
La Migravía entre Malpelo y Coiba es, actualmente, un corredor migratorio que se encuentra protegido: en el 2017 Colombia expandió el área protegida de Malpelo hasta la frontera con Panamá y ese país hizo lo mismo con la de Coiba. De esta manera, se estableció la Migravía protegida entre ambos puntos.
Sin embargo, eso no quiere decir que esa sea la única o la más importante, de hecho existen este tipo de corredores entre Malpelo y Galapagos; entre Malpelo y la Isla de Coco en Costa Rica, y entre Malpelo y el Golfo de Tribugá, en Chocó. Sin embargo, estos últimos no están protegidos.
“Los animales obviamente no se rigen por nuestras fronteras, ellos circulan por estos corredores y nosotros debemos protegerlos”, dice Sandra.
Por ello es especial la creación de esta Migravía: permite proteger, con el aval de dos Estados, la enorme biodiversidad, en muchos casos amenazada, que acude y transita entre Malpelo y Coiba.
Ahora bien, aunque la declaratoria de la Migravía es importante, Sandra dice que no es el final del camino, sino que, por el contrario, los países deben continuar trabajando para que cese la pesca ilegal, para que se pueda seguir haciendo investigación científica y se adelanten trabajos de cooperación internacional, como la Red Migra Mar, de la que hacen parte investigadores de Colombia, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos, Panamá, Chile y México, y que Sandra fundó junto con otros colegas con el objetivo de juntar saberes y esfuerzos para presentar a los gobiernos información clara de por qué se debe proteger y conservar esa área.