Al retratar la "vida vivida" de las personas antes de la violencia que las convirtió en víctimas, este poemario busca "recordar y homenajear la humanidad que la guerra quiso desaparecer".
Estando en el colegio, a Alejandro Morales nunca le gustó la literatura y menos la poesía, de hecho, la odiaba. No soportaba, y tampoco entendía, que sus profesores de español lo pusieran a contar las sílabas de un poema.
“De eso no se trata la poesía, no se trata de medir versos, sino de llegarle a muchas personas a través de un lenguaje privado, de transmitir algo que te haga conectarte con una experiencia humana, no solo para generar una reflexión entorno a eso, sino para generar comunidad y empatizar con los otros”, comenta.
Es bogotano, pero estudió historia en la sede de Medellín de la Universidad Nacional y hoy es un apasionado por la literatura y consolidado poeta. Fue ganador del Concurso Universitario Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia y en 2021 consiguió el Premio Distrital de Poesía Ciudad de Bogotá, con su libro Voces del Bajo Cauca.
En él presenta una serie de poemas que giran en torno al conflicto armado en esa región y tienen la intención de narrar y poetizar lo que ha sido la experiencia de la guerra en el Bajo Cauca, pero particularmente de la humanidad que existe dentro de aquellas personas que en muchos casos son reducidas a la categoría de ‘víctima’ y con eso, dice ‘Alejo’, terminan deshumanizadas.
“Antes de ser violentadas, las personas tienen una vida, un pasado, y se trata de eso: de narrar la vida vivida y cómo eso se trunca a partir de una violencia que llega desde afuera”, explica el autor.
Así, dice, la idea de escribir el libro nació a partir de una serie de investigaciones que realizó con el archivo del Centro Nacional de Memoria Histórica, así como de varias lecturas que hizo de Svetlana Alexiévich, Mery Yolanda Sánchez e Ilya Kaminsky.
Lo que quería era “ver cómo aproximarme a la violencia y al ser humano que ha sido afectado por ella sin deformarlo, más allá de nombrarlos o revolverlos en la mera estadística”.
Y fue así que surgió el libro, que fue presentado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo).
Voces del Bajo Cauca
‘Morales cuenta que, al haber nacido en Bogotá, aproximarse a las experiencias de una región periférica como el Bajo Cauca es difícil, no solo en términos físicos, sino, y sobre todo, en términos éticos.
“Hay una distancia: [en Bogotá] vivimos en una burbuja, la violencia no nos llega y se reduce a un cuadro de museo donde la miramos como un espectáculo”, cuenta.
Agrega que no quería apropiarse de las voces de las personas y del territorio, pero que tampoco quería quedarse paralizado en medio del eterno debate entorno a la legitimidad de quién debe y quién no narrar una experiencia como la guerra y la violencia en general.
Por ello, decidió crear a un personaje ficticio, el poeta Alfredo Piñacué, quien es el que narra sus poemas. “Claro que es una invención mía, pero lo que intenté fue crear un pueblo en medio de una región donde hay violencia, una situación y unos personajes violentados y un poeta que narre ese dolor como si lo hubiera sentido yo”.
“Alfredo Piñacué – Líder Social y juglar con una tambora color ahuyama bajo el brazo. Torito Cabecirrojo para sus hermanos. Autor de dos libros de poesía. Uno póstumo. Mascaba hojas de eucalipto, según él, para comunicarse con los espíritus de la tierra”
De esa manera inicia la ‘Lista de los que ya no aparecen’, la primera sección del poemario, donde por única vez está presente Morales como narrador y, a partir de sus investigaciones y una serie de charlas que tuvo con personas de la región, describe a los personajes que creó para protagonizar sus poemas.
“Pablito – Hijo mayor de Eulalia. Patiador de cangrejos. Malabarista de mangos y plátanos verdes. Creía en la patasola más que en Jesucristo. Tenía una pesadilla recurrente donde el pueblo era incinerado por mulas de fuego, y donde abría las costillas de su madre para recostarse en ellas”.
Dice Morales que, lo que buscó a través de su poemario fue explorar la manera en que el lenguaje “puede explorar la humanidad de quienes son considerados víctimas, precisamente para desvictimizarlos y devolverles su humanidad”.
“Este libro intenta que las personas se conmuevan con este dolor”
Los poemas que componen el poemario son crudos y desgarradores.
Así, explica, “el libro intenta que las personas se conmuevan con este dolor, que se aproximen no desde una mirada solo llevada por la información y los datos estadísticos, sino por el dolor de las personas reales; pero apelando así a la humanidad que había y que hay en ellas.”