En El Algarrobo, Casanare, los niños aprenden a tocar cuatro y bandola para conservar el río y su cultura.
Las cuerdas de cuatros y bandolas suenan en las aulas de la Institución Educativa El Algarrobo, el colegio del corregimiento que lleva el mismo nombre en Casanare, situado a las orillas del río Cravo Sur. Allí, el sonido de los instrumentos acompaña pasajes llaneros, cantos de vaquería y otros géneros que interpretan y componen las niñas y los niños que estudian en este casco urbano.
Al frente del salón se encuentra el profesor que dirige el proceso de aprendizaje de los jóvenes de El Algarrobo: el cuatrista Luis Pino. Pino, como le dicen muchos de sus amigos, es de Caracas (Venezuela), vivió un tiempo en el estado de Falcón y desde pequeño aprendió a tocar cuatro.
Hoy, desde El Algarrobo, Pino les transmite a sus estudiantes los saberes que ha cosechado durante toda su carrera. Los mismos saberes que comenzó a aprender de su madre, Luisa, desde que era niño.
“Aunque hoy puedes estudiar para ser cuatrista en algunas universidades en el mundo, el proceso siempre comienza desde la tradición oral. A mí me enseñó mi madre y hoy yo estoy haciendo lo mismo”, les dice Luis a sus estudiantes.
A través del cuatro y la bandola, este proyecto llamado Cravo Sur Vital, una iniciativa de las fundaciones Cunaguaro y Palmarito, dos organizaciones que trabajan desde Casanare por la conservación de la naturaleza y la cultura llanera, busca esos mismos objetivos: que la nueva generación del Casanare sea guardiana de sus tradiciones musicales y, a través de ella, cuiden y conserven el Cravo, río con el que cohabitan, así como las demás especies que viven allí.
Dos instrumentos, un solo Llano
En 2020, meses antes de que la pandemia por covid-19 empezara, interesado en hacer proyectos en Colombia, Luis Pino emprendió un viaje hacia Bogotá. Luego de meses ‘atrapado’ por las cuarentenas, se mudó a Yopal, donde se reencontró con uno de sus proyectos de vida que estaba en pausa: la educación.
Desde los 14 años, Pino fue aprendiz de cuatristas reconocidos como Cheo Hurtado, Raúl Delgado Estévez y Miguel Ángel Bosch. A los 15, tomó la decisión de dedicarse a la música profesionalmente, por lo que comenzó estudiar música en Caracas, título que alcanzó a sus 18 años. Desde entonces, ha tenido una carrera destacada como cuatrista, habiendo tocado con artistas como Claudia Calderón y Carlos Vives.
“El cuatro es el instrumento nacional de Venezuela. Diría que la mayoría de la población tiene un vínculo muy cercano con el cuatro, a tal nivel, que muchos migrantes que han salido del país se llevan sus cuatros así no los sepan tocar, porque se convierte en un ancla a la cultura del país”, señala Pino.
De hecho, el cuatro es uno de los elementos que desdibujan las fronteras nacionales entre Colombia y Venezuela, pues en ambos países son instrumentos fundamentales en músicas tradicionales, particularmente, en las distintas variaciones de joropo que se extienden por el territorio que siglos atrás fue una misma nación.
“Si hablamos del Llano, el Llano es uno solo. Venezuela y Colombia tienen muchas similitudes culturales y la música que acá denominan llanera es una de ellas. El cuatro y, en menor medida la bandola, es la columna vertebral de esa música”, cuenta.
Por eso, además de la amplia experiencia como cuatrista que Pino les transmite a sus estudiantes, el músico se convierte en un ejemplo que evidencia los lazos que los unen con sus vecinos del hermano país.
Cuatro y bandola para el Cravo Sur
María Valentina tiene nueve años. Lleva seis meses aprendiendo a tocar bandola y, aunque comenzó de cero, ya es una de las estudiantes más destacadas en el instrumento. También está aprendiendo a tocar cuatro, pero conoce más sobre la bandola y dice que lo que más le gusta tocar es golpe, porque le suena muy bonito.
La Tiradera de Tirso Delgado, interpretada por María Valentina
Al igual que María Valentina, los niños de segundo hasta octavo grado, que hacen parte del semillero que dirige Pino, han aprendido en las aulas a tocar los instrumentos, a cantar cantos tradicionales de los Llanos, e incluso a componer en talleres de poesía.
Muchos de estos jóvenes aprenden en sus casas, pues sus padres o abuelos tocan bandola, cuatro y en algunos casos saben cantar.
Y, además de que los instrumentos cargan las tradiciones de la Orinoquía, los que utilizan los niños para aprender tienen una historia que simboliza la transmisión de saberes entre generaciones: son fabricados en Yopal por Ramón Cedeño, un maestro arpista de 76 años, cuatrista y, desde hace unos años, creador artesanal de cuatros y bandolas.
“En Casanare hay muchos lugares en donde pudimos haber comprado los instrumentos. Sin embargo, cuando comenzamos este proyecto con la Fundación Cunaguaro y la Fundación Palmarito, pensamos que es hermoso que los niños puedan aprender a tocar los instrumentos que crea un maestro músico de la talla de Cedeño, que a sus años aún fabrica instrumentos. Más que por el precio o la calidad, quisimos que fuera él quien los hiciera, por lo que él representa para la música llanera”, señala Luis Pino.
Y es que más allá de aprender a tocar cuatro y bandola, este proyecto se trata de enamorar a los niños del río Cravo Sur, el lugar en el que muchos de ellos han crecido y que ven todos los días cuando van a jugar o caminan al colegio.
A través de la música, los niños se inspiran para escribirle poemas al río, cantarle canciones, e incluso han aprendido a tomar fotografías. Todo con la intención de narrar y entender sus realidades como habitantes del Cravo Sur.
De acuerdo con Pino, “tal y como en la música venezolana: el cuatro es la columna vertebral de la música, y en este caso es la columna vertebral en el aprendizaje de una serie de ideas más complejas. Lo que buscamos que sean conscientes de lo que representa el río para ellos, que lo tienen cerquita, y que se enamoren de él”.