Diana Arroyave y Jaime Roldán son una pareja de nómadas que viaja por Colombia aportando desde sus saberes a cada comunidad que visitan.
Desde 2020, una casa rodante blanca recorre las carreteras de Colombia. En la parte trasera hay un adhesivo donde se lee “Vivencias pedagógicas en movimiento”. Cuando las puertas de este hogar de nómadas se abren, lo primero que puede verse son las palabras de un poster que dice “Amor llama amor”.
Bajo ese ‘lema’ Diana Arroyave y Jaime Roldán, una pareja de paisas que viajan con su perra Lula, recorren el país para aportar desde sus saberes a los demás.
En febrero de 2020 la pareja decidió vender todo lo que tenían para comprar la casa rodante. Diana, psicóloga y magister en educación, trabajaba con víctimas en sus procesos psicosociales. Jaime, licenciado en Filosofía y Letras, trabajaba en el Parque Explora de Medellín en un proyecto de difusión científica para jóvenes.
“Decidimos hacer un giro en nuestras vidas y queríamos recorrer Colombia y Latinoamérica. Sin embargo buscábamos darle un sentido al viaje con un proyecto pedagógico, así que comenzamos a hacer lo mismo que hacíamos antes en nuestros trabajos, pero como independientes y a través del viaje”, cuenta Jaime.
Nómadas por Colombia
Comenzaron saliendo de Medellín rumbo al sur: se dirigieron al Huila. Visitaron San Agustín, Tierradentro, el Putumayo, y antes de llegar a Nariño para pasar la frontera con Ecuador, el Gobierno nacional declaró la primera cuarentena obligatoria por la pandemia del Covid.
La pareja se hospedó en una finca que les prestaron en el Quindío, y cuando pudieron volver a viajar, tomaron dirección hacia Caldas, Risaralda, el norte del Tolima, Meta y Guaviare. Posteriormente se dirigieron hacia el norte por la Costa del Urabá, hasta llegar a La Guajira, donde retomaron el rumbo hacia el sur del país.
Allí comenzó Al són del Corazón Viajero, el proyecto con el que comenzaron a hacer vivencias pedagógicas para las comunidades que visitaron y donde ellos también iban aprendiendo de los saberes en esos territorios.
Jaime, que había recorrido Suramérica en bicicleta, y es también un apasionado por letras y el pensamiento crítico, puso su conocimiento al servicio de la gente en una línea de trabajo para fortalecer la escritura, la lectura y el fomento de la creatividad en niños, jóvenes, adultos y adultos mayores.
Por otro lado, Diana, que debido a su profesión como psicóloga siempre se interesó por entender a la gente, “lo que hacen y por qué lo hacen” quiso seguir aprendiendo de ello viajando; decidió entonces crear una serie de talleres de desarrollo personal a través de la ‘Biodanza’, un tipo de ejercicio de autoconocimiento de distintas esferas de la vida a través del cuerpo y la música.
“Al llegar a cada lugar proponemos una forma de economía colaborativa, algo así como una especie de trueque. Hay muchas formas de colaborarnos; nosotros desde nuestros saberes aportamos en lo que podemos y desde la alcaldía, comunidad, o barrio que visitamos, nos pueden ayudar a nosotros con comida, gasolina para el tanque, o agua, que es fundamental para los viajeros”, Asegura Jaime.
También cuentan que cuando llegan a las comunidades sienten que son bien recibidos, pues más que turistas son personas que se integran a la comunidad para construir junto a ellos. Además, se han convertido en testigos de lo transformadores que son los proyectos comunitarios en Colombia, en donde “en una casa, un jardín o un parque, la gente trabaja por una vida mejor y por solucionar sus propios problemas de la mejor forma”, cuentan.
“El viaje ha sido muy bello: te alegra el corazón saber que en un país tan difícil como Colombia hay lugares así, que quieren vivir bien y trabajan para hacerlo realidad”, dice Diana.
Un trabajo del ‘lado de la esperanza’
En sus viajes, Jaime y Diana han impactado la vida de aproximadamente 3.000 personas, en un recorrido que suma más de 170 experiencias en veredas y municipios de Colombia.
Durante las vivencias pedagógicas, el trabajo de Jaime se ha enfocado en desarrollar habilidades comunicativas de niños y jóvenes. “Les enseño sobre la importancia de escucharnos, de escuchar al otro, reconocernos, respetarnos, y eso es básicamente escucharnos como sociedad”, señala.
Los talleres de escritura creativa comienzan con un juego que funciona como un estímulo a la creatividad. Con pintura, por ejemplo, los jóvenes se llegan a dar cuenta que tienen habilidades que no conocían. La sesión concluye con un ejercicio de escritura en la que se plantean títulos y los participantes tienen libertad de escoger si escribirán un cuento, contarán algo sobre ellos o sobre su territorio.
“No es nada muy académico, mi interés es despertar el gusanito de la lectura y la creatividad. No me veo como un maestro, sino como un complemento a lo que los jóvenes aprenden en sus escuelas. Lo chévere es ver que cuando termina la sesión se dan cuenta que leer es chévere”, cuenta Jaime.
En cuanto al trabajo de Diana, se enfoca en mujeres, profesores de colegio, padres de familia y personas de la tercera edad. “En la vida nos volvemos muy rutinarios y la creatividad disminuye, además, nuestros cuerpos se acostumbran a esa rutina. En la biodanza, lo más importante es la vida y con ella recuperamos la trascendencia de vivir. Trabajar con adultos mayores, por ejemplo, ha sido muy lindo porque muchos recuperan la alegría de vivir. Actividades sencillas, como agarrarse de las manos o hablar con un desconocido pueden ser muy transformadoras”
Más que llegar a hacer lo mismo en cada lugar que visitan, Diana y Jaime buscan que aquello que saben se adapte a lo que necesita específicamente cada comunidad. Los mismos habitantes les piden hacer una actividad sobre algo coyuntural y cuando eso ocurre adaptan el contenido de sus talleres para proponerles algo que sea pertinente en su contexto.
“Los talleres de Al Son del Corazón caben en una mochila. Solo necesitamos gente y un lugar donde podamos estar cómodos: un salón, una plaza, un barrio, la misma calle. Ir en busca de estas personas y del encuentro con ellas, es una forma de mantenernos del lado de la esperanza porque en Colombia las comunidades hacen un montón de cosas por ellas mismas, nosotros solo ayudamos en lo que podemos y aprendemos de ellas”, concluye la pareja.