Es momento de hacer un alto en el camino y migrar hacia un sistema agroecológico, que consiste en suplir las necesidades alimentarias, respetando el equilibrio natural.
La Revolución Industrial marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad y parte de lo que somos actualmente –en términos políticos, sociales y económicos– es una consecuencia de esa época que parece lejana, siendo el sector agrícola –como lo conocemos– la herencia más marcada y que es necesaria modificar ya.
En la era preindustrial el crecimiento poblacional era lento y la economía era principalmente agraria, pero el cambio de las dinámicas de producción y consumo produjeron el éxodo del campo a las ciudades y la mecanización de las actividades del ámbito rural, con el fin de aumentar su rendimiento. Y si bien esa evolución respondió a las necesidades del momento, la tendencia a producir más rápido y en mayores proporciones ha impactado negativamente el medio ambiente.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha señalado que la contaminación por prácticas agrícolas insostenibles «plantea una grave amenaza para la salud humana y los ecosistemas del planeta».
Pensemos solamente en los árboles que deben talarse para cultivar o las quemas sobre la tierra para exterminar la mal llamada “maleza” o en los pesticidas, que no solo matan plagas sino que, además, afectan a la fauna, el agua y la tierra.
Entre tanto, los fertilizantes químicos deterioran la estructura del suelo, su pH y la microfauna (que hace parte de la biodiversidad de los suelos): “Desde 1960, el uso de fertilizantes minerales se ha multiplicado por diez, mientras que desde 1970 las ventas mundiales de plaguicidas pasaron de cerca de 1.000 millones de dólares anuales, a 35.000 millones de dólares al año”, determinó un estudio realizado por la FAO en 2018.
Ni hablar de la agricultura intensiva y extensiva, en las que las que el área de explotación es lo suficientemente grande para proveer los mercados y para las cuales se debe usar maquinaria que degrada la tierra.
Según el S&P Global Sustainability Yearbook –una de las publicaciones anuales más completas sobre el estado de la sustentabilidad– , los costos ambientales que genera la agricultura industrializada equivalen a 3 billones de dólares al año.
Es momento de hacer un alto en el camino y migrar hacia un sistema agroecológico, que consiste en suplir las necesidades alimentarias, respetando el equilibrio natural.
A consideración de la FAO, llegar a esto requiere de varias acciones que consisten en: 1) Aumentar la eficiencia de los recursos y reducir los que sean costosos, escasos o perjudiciales para el medio ambiente. 2) Sustituir prácticas convencionales por alternativas agroecológicas. 3) Rediseñar agroecosistemas. 4) Reconectar a los consumidores y productores a través de redes alimentarias alternativas. 5) Construir un nuevo sistema alimentario mundial, basado en la participación, las costumbres locales, la equidad y la justica.
No obstante, también necesita de políticas públicas por medio de las que se prohíba el uso de las semillas transgénicas, se otorguen incentivos a los agricultores para producir semillas que se adapten a las realidades locales y no a las que demandan las grandes industrias, se enseñe a quienes trabajan el campo metodologías eficientes de producción y se generen espacios para que puedan comercializar lo que cultivan.
Para aplicar la agroecología se debe recorrer un largo camino en el que exista la voluntad política y social de cambio para llegar a consensos con los que todos resultemos beneficiados, pues es importante que la economía siga fluyendo, pero sin causar impactos negativos sobre el medio ambiente y la salud humana (esto último debido al uso de agroquímicos). Sin embargo, a pesar de lo dispendiosa que pueda parecer la tarea vale la pena hacerla, pues así se garantiza la soberanía alimentaria de los territorios, el bienestar de la gente y la salud del agua, los suelos, el aire y nuestra fauna: en pocas palabras: de nuestro planeta.