El cholado es el postre típico ideal para refrescar las altas temperaturas de Cali y muchos otros municipios del Valle del Cauca, pero ¿dónde surgió? ¿Cuáles fueron sus inicios?
Contrario a lo que todo el mundo piensa, el cholado no es autóctono de Cali, viene del parque principal de Jamundí.
Allí, al frente de lo que hoy es la Casa de la Cultura, Héctor Samuel Bonilla tenía su puesto de cholados, producto que en ese entonces se conocía como ‘mata guayabo’ y se hacía con raspado de hielo, lulo y limón, según lo recuerda Luis Carlos Murillo, presidente de la Asociación de Choladeros de Jamundí.
En un inicio conseguir el hielo para los cholados era difícil, porque las fábricas solo comenzaron a aparecer en la zona cuando se determinó que había necesidad de dicho producto.
Entonces, según cuenta Julio César Bonilla, socio de la Asociación de Choladeros e hijo mayor de Héctor Samuel Bonilla, “para poder hacer los cholados mi padre tenía que ir a Cali cada dos semanas, comprarle un bloque de hielo como de tres arrobas a una fábrica y empacarlo en aserrín, para que no se derritiera tan rápido. También compraba la esencia, los colores y los sabores para sus productos”.
Al tener los materiales su padre regresaba a Jamundí, preparaba el melado, raspaba el hielo y le echaba el dulce, el limón, la piña y el lulo, que eran las frutas básicas de los primeros cholados.
“El cholado es un producto que ha tenido una gran evolución. Antes solo tenía dos o tres frutas, pero ahora lleva 18 clases de frutas entre lulo, maracuyá, guanábana, papaya, mango, melón, manzana y pera. También puede llevar galleta, milo, coco, mermelada de borojó o chontaduro”, dice Murillo, quien lleva 34 años en el negocio.
Según la opinión de Bonilla, para poder hacer cholados “hay que ser creativo, se debe poder evolucionar, no se puede uno quedar quieto, porque la tradición se pierde”.
Por ejemplo, él en este momento está transformando los cholados y los está haciendo ‘cremosos’. Para lograrlo agrega piña, lulo, guanábana, papaya y maracuyá natural a su producto y luego le incluye la fruta en crema.
Bonilla lleva casi 61 años en el negocio, pues desde los 10 comenzó con las labores, aprendiendo al lado de su padre.
Además, narra que fue gracias a su hermano Héctor Fabio Bonilla que se popularizó este postre.
“Mi hermano, que en paz descanse, migró a Cali, se ubicó en las canchas panamericanas y empezó a vender allá los cholados que había aprendido a hacer con mi padre. Adicionalmente, publicitaba sus productos en la radio, en los cortos del cine y eso le dio visibilidad a los cholados en Cali y en Jamundí y fue cogiendo fama”, recuerda.
Un negocio de familia
Para Murillo, el cholado es un estilo de vida, un negocio familiar que ha sacado a familias enteras adelante.
Tan solo en el parque del cholado de Jamundí, Murillo cuenta 40 negocios, donde se benefician 80 familias directas y se dan 200 trabajos.
“Yo llevo 34 años en esto y mis hijos ya están siguiendo con la tradición. Tanto así que el 20 de julio hicimos la ‘Escuela del choladerito’. Un espacio transmitir el conocimiento y que no se pierda. Para que así los chicos puedan aprender a hacer cholado”, comenta Murillo.
Pero, ¿por qué poner tanto empeño en proteger este postre? Tanto para Murillo como para Bonilla es lógico: “El cholado es uno de los íconos de Colombia, sobre todo del Valle del Cauca”.
Su combinación de frutas ácidas con dulces, la exuberancia de colores, además de ser un postre que los turistas llegan buscando… todo esto lo convierte en un producto que debe ser resguardado.