Agripina Samper Agudelo publicó gran cantidad de poemas en la prensa bogotana, sobre todo en la década de 1860. Su poesía puede incluirse dentro del romanticismo latinoamericano y sus cartas dan luces de cómo era la sociedad colombiana en el siglo XIX, mientras estaba en marcha la llamada 'revolución liberal'.
Agripina Samper Agudelo fue una poetisa nacida en Honda, Tolima, en 1831. Aunque publicó gran cantidad de poemas en la prensa bogotana de la década de 1860, hasta ahora su producción literaria comienza a descubrirse y estudiarse por medio de sus cartas.
Sus producción epistolar ha sido la principal fuente de información a la hora de armar el ‘rompecabezas’ de su vida y visión del mundo. Gracias a ella, hoy podemos inferir cómo era su personalidad con base en aspectos claves que menciona en la correspondencia. Por ejemplo, era una fiel defensora de las ideas liberales y no estaba tan interesada en figurar en la vida pública, como si era el caso de su contemporánea y cuñada Soledad Acosta de Samper, casada con su hermano José María Samper.
El mayor trabajo de curaduría que se ha hecho de su obra corrió por cuenta de Samota Libros, una editorial independiente fundada por tres amigos interesados en rescatar textos de la literatura colombiana del siglo XIX. Este año publicaron ‘Pía Rigán. Cartas de Agripina Samper Agudelo a Manuel Ancízar (1857-1871)’, obra que fue presentada en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
El libro reconstruye la vida de la poetisa tolimense a partir de sus cartas y de la información que les suministró su bisnieta, Isabell Ancízar, a quien llegaron luego de una extensa revisión del archivo de la Universidad Nacional. Allí reposa un libro con más de cincuenta poemas que fueron compilados por la misma Agripina.
Lo más valioso de dicho ejemplar es que revela muchos datos sobre la personalidad de la escritora, cuyo pseudónimo era Pía Rigán, un anagrama de su nombre de nacimiento. La autora prácticamente diagramó su propia obra poética y la decoró secando flores y pegando los poemas que se publicaran en periódicos. Ese trabajo plástico, según los editores, demuestra una conciencia de creación y un autorreconocimiento creativo. En las propias cartas, además, ella misma se define como poetisa.
¿Será posible, Alpha de mi corazón, que haciendo hoy un mes desde que te fuiste no haya tenido yo todavía noticias de tu llegada a Rionegro? Ya empiezo a impacientarme por esta tardanza y si hoy, día de correo, no recibo carta tuya, bien me temo que se espera alguna desgracia. Cada día siento más tu ausencia y no puedo conformarme con que los intereses de la patria y de la familia estén en desacuerdo.
Alejandro Asencio, cofundador de la editorial, menciona que este tipo de correspondencia con una mirada tan íntima logra “diversificar la historia de Colombia del siglo XIX y plantear preguntas desde lugares donde normalmente no se hacen”.
Según él, solemos entrar a la historia a partir de los grandes nombres y relatos, es decir, estudiando cuáles eran las ideas de los intelectuales destacados de la época o los impactos de las reformas en la vida socioeconómica del país, pero no a partir de la visión de una mujer que, pese a las restricciones de la época, encontró en la pluma y el papel dos aliados para abrirse espacio en el mundo desde su casa, ese lugar que al mismo tiempo podía llegar a ser tan opresivo.
Normalmente el primer contacto que se tiene con el nombre de Agripina se desprende de su matrimonio con el escritor y político liberal colombiano Manuel Ancízar, uno de los personajes letrados más destacados del siglo XIX. No obstante, aunque sus cartas hayan servido durante años solamente para nutrir la biografía del primer rector que tuvo la Universidad Nacional, el impacto de su obra ya ha comenzado a ser analizado por aparte.
Uno de los episodios más comentados de su vida fue el debate que sostuvo sobre literatura femenina con José María Vergara y Vergara. Lo revolucionario, además de haber salido en defensa de la escritora francesa George Sand (que aparecía en la lista de autores prohibidos del papa Pío IX), fue el hecho de haberse animado a publicar en prosa, un género que no estaba bien visto para las mujeres, a diferencia de la poesía.
“Agripina le respondió desde otro periódico defendiendo a la escritora y dijo algo como: ‘qué pena no mandar este artículo a El Mosaico porque allá seguramente me cambiarán las ‘i’ por ‘y’ y las ‘j’ por ‘g’”, comenta Valentina Rodríguez, profesional es Estudios Literarios que trabajó durante un año en la investigación. La respuesta de Agripina fue contundente no solo por su tono irónico, sino también por lo que en ese entonces representaba José María Vergara y Vergara: un integrante de la Academia de la Lengua Colombiana simpatizante de las ideas conservadoras.
Hoy vino correo de Honda, pero no me ha traído carta tuya. Si supieras el gusto que me da cuando recibo una: es mi fiesta, es mi mayor placer. Considero que a ti te sucede lo mismo, por eso te escribo con frecuencia, ya ves que voy en mi quinceava carta: tú también me escribes con igual frecuencia: bien se conoce que sabes cuánto placer me das, y es verdad; no hay como la ausencia para asegurarse mejor de amar y ser amada. Sépase que si esta se prolongase por mucho tiempo al fin resultaría que en unas y en otras cartas, a fuerza de decirte lo que te quiero, habría escrito mi novela. Pero no, no es novela, es una realidad el afecto invariable de tu queredora.
En el artículo ‘Disciplinando cuerpos y escritura’, Carolina Alzate, profesora de la Universidad de los Andes, analiza este acto como una muestra de resistencia pública en la que Pía Rigán identifica y reta tres aspectos centrales del discurso conservador (cuyo proyecto resultaría triunfador años después): la vigilancia del cuerpo femenino, de la lengua y de la literatura. Su producción, en resumen, termina siendo un acto político aunque no necesariamente estuviese vinculada a las instituciones.
“En ese entonces la poesía sí era un género aceptado para las mujeres, no tanto como la prosa. Las cartas se salen de ese género aceptado. Por eso queda la incógnita de por qué decidió responderle a José María Vergara y Vergara. En esa respuesta vi a la voz que leo en las cartas hacerse pública por primera vez”, comenta Valentina Rodríguez.
Según los editores del libro, el tipo de poesía que escribía puede enmarcarse en el romanticismo latinoamericano «por su intención de construir nación a partir de una estética inspirada en la naturaleza y el amor». Sus cartas, por otro lado, crean imágenes que retratan lo que vivían las familias más pudientes en el siglo XIX colombiano: las figuras paternas ausentes, los álgidos debates políticos, los extensos árboles genealógicos, las autoras utilizando pseudónimos, entre otros puntos.
Y no digas después que mis cartas son interesantes y amables, que yo no escribo por halagarte sino por decir lo que me dé la gana sin contemplaciones con nadie.
A través de su correspondencia se puede recrear cómo era su cotidianidad. En una de las cartas, Agripina le cuenta a su esposo que el hijo le ha dicho que tiene tres caras: una que mira hacia Rionegro (donde estaba su padre apoyando la consolidación de la Constitución de 1863), otra hacia Bogotá y otra hacia Europa.
«Esa imagen es una clara comparación, a su vez, de un país que se está mirando a sí mismo», menciona Alejandro. La Nueva Granada que mira cómo en Rionegro, el epicentro de la construcción del proyecto liberal, cambia el nombre del país a Estados Unidos de Colombia, por ejemplo. También un país que mira hacia Europa: la tierra fértil que albergaba las ideas que nutrirían un proyecto liberal que fracasó cuando se da inicio a la Regeneración conservadora liderada por Rafael Núñez. Este hecho político fue tan trascendental en la vida de Agripina que la motivó a mudarse a Francia.
Por otro lado, una de las cosas más interesantes en su producción epistolar es que en ocasiones se auto define como dos mujeres diferentes: alguna las firma como Agripina Samper y otras como Pía Rigán. La bifulcación está presente y se hace a través de un acto consciente, pues tanto el tono como la forma de las cartas marcan la diferencia entre ambos ‘personajes’.
El libro fue el resultado de la beca a editoriales independientes que ganaron con Ideartes. Tuvieron que transcribir sus cartas a mano, un trabajo arduo que requirió familiarizarse con la caligrafía de la autora y con las abreviaturas del siglo XIX. Las primeras cartas hablan más sobre el cortejo entre Manuel Ancízar y Agripina. En las restantes, sobre todo en la década de 1860, ella le cuenta a su esposo cómo transcurren sus días tras su larga ausencia.
Para los editores, este “no es un libro sobre historia, sino para habitar la historia”. Es un contrapunto entre cómo se puede abordar el panorama político de un país a partir de lo doméstico sin que este enfoque le haga perder profundidad.
Puede adquirir el libro en @samotalibros.