Además de la restauración de 37 hectáreas, el proyecto creó una resolución con la que, la comunidad, puede hacer frente a futuras afectaciones ambientales.
El Cerro Carbunco es uno de los sitios más sagrados dentro del Resguardo Indígena Cañamomo Lomaprieta, en Caldas. Además de ser el lugar donde, de acuerdo con los mayores de la comunidad, reposan los espíritus que guían a la misma, es la tierra en la que germinan varias plantas utilizadas para la medicina tradicional.
Sin embargo, en 2016, un incendio causado por una quema que se salió de control arrasó con toda la vegetación durante cuatro días. El hecho activó las alarmas de los líderes del resguardo que comenzaron, entonces, a idear estrategias de restauración ecológica del cerro y sus zonas aledañas.
Ocho años después, gracias al compromiso comunitario y al apoyo de aliados, han logrado sembrar más de 118 mil árboles, restaurando así un total de 37 hectáreas.
Héctor Vinasco, ex gobernador del resguardo, recuerda que las primeras actividades fueron varias ‘Mingas Ambientales’ en las que se sensibilizó a la población sobre el cuidado de los ecosistemas locales a través de la juntanza. En estas llegaron a participar alrededor de 300 personas.
“Comenzamos a hablarles de cambio climático, contaminación, protección de los recursos naturales como el agua, que para nosotros representa una fuente de sanación, y entonces la voluntad comenzó a brotar. Toda la comunidad entendió su papel en la defensa y resistencia territorial”, comenta Vinasco.
El compromiso fue tal que las metas de árboles sembrados se quedaron cortas. Comenzaron con 10.000, luego aumentaron a 30.00 y, al ver el éxito, se proyectaron a 100.000, la cual superaron el año pasado.
Vinasco recuerda que todos subían con sacos, palas y plántulas en sus hombros, a pleno sol, caminando por los senderos que ellos mismos limpiaron para hacer la siembra. Los gobernadores propusieron que cada una de esas jornadas sirviera también como un momento de sanación.
“Se les dijo que escogieran la planta con la que más resonaba su ser y que depositaran en ella todas sus enfermedades o preocupaciones; que las dejaran ahí y luego pusieran su buena energía para que ese árbol fuese un símbolo de resiliencia”, agrega el ex gobernador.
En total sembraron 23 especies distintas. También lograron crear una resolución ambiental que establece la ruta a seguir en caso de posibles afectaciones a futuro.
Por fortuna, han sido pocas las veces que se ha activado dicho documento, pues todas las actividades que se llevan a cabo en el Cerro son monitoreadas por ‘guardianes’ designados para esta tarea y para hacer seguimiento a los árboles. Anualmente, cada árbol recibe mantenimiento tres veces; este incluye plateo, fertilización y control fitosanitario.
Además de las 37 hectáreas reforestadas, el resguardo también cuenta con otras 182.5 destinadas exclusivamente a la conservación. Es decir, allí no se puede sembrar ni construir.
“Le digo al país que pensemos en proteger nuestra casa grande, el planeta. Que no nos quedemos esperando que otros hagan sino que también tomemos acción (…) Comprometerse con el medioambiente es una cuestión ética y de actitud frente a la vida y al universo“, concluye el ex gobernador de uno de los resguardos indígenas más antiguos de Colombia.