Con sus inicios en pandemia, esta red es una respuesta solidaria ante el aumento de las violencias de género en el país. Ofrece acompañamiento terapéutico desde una perspectiva feminista, interseccional y no binaria, para que la salud mental sea un derecho y no un privilegio.
En tiempos de aislamiento la violencia contra mujeres, niños, niñas y personas de la comunidad LGBTIQ+ se incrementó de forma alarmante.
Según ONU Mujeres, las llamadas a líneas de ayuda por violencia de género se multiplicaron por cinco en algunos países durante el confinamiento. UNICEF, por su parte, advirtió sobre un aumento de hasta el 50% en los reportes de abuso infantil en América Latina, mientras que la CIDH y OutRight Action International alertaron sobre el incremento de violencia, discriminación y exclusión económica que enfrentaron las personas LGBTIQ+ en ese periodo.
Fue en ese contexto, en 2020, que Dayra Santacruz, directora de la Red de Psicólogxs Feministas, impulsó la creación de este espacio colectivo donde el acompañamiento terapéutico es accesible y virtual, permitiendo a personas de diferentes regiones —y no solo de las principales ciudades— acceder a servicios psicológicos desde cualquier lugar.
Una de las profesionales que hacen parte del proyecto es Ana María González, psicóloga de los equipos Psicoterapéutico y Pedagógico e investigativo de la red. Se identifica como persona no binaria y resalta que la red busca visibilizar y respetar estas identidades, tanto dentro como fuera de sus espacios de atención.
Sin embargo, la creación de la misma responde a un problema que va mucho más allá del acceso a la salud mental. El dolor de las mujeres, asegura, ha sido silenciado, no solo por la sociedad, sino también en espacios como la medicina y la terapia, donde la patologización de sus emociones ha servido, en muchos casos, para invisibilizar las violencias que enfrentan a diario, incluso dentro de sus propios hogares y que, como ya se estableció, van en aumento tanto en casos como en gravedad.
Las cifras confirman esa realidad. Según el informe Vivir sin miedo: Situación de VBG y homicidio contra lideresas sociales 2024 de la Fundación Paz y Reconciliación, que recoge datos de la Fiscalía General de la Nación, en ese año se registraron en Colombia 715 feminicidios, un aumento frente a 2023, cuando la cifra ascendía a 685. Una muestra clara, subraya González, de que las violencias basadas en género no disminuyen, sino que se agravan. Por eso, además de terapias a mujeres víctimas, la red también trabaja con parejas, desde un enfoque de prevención.

Allí, Ana María que, especialmente en relaciones heterosexuales, las mujeres terminan asumiendo la carga emocional de sostener los vínculos, mientras que sus compañeros muchas veces evaden responsabilidades mínimas, como asistir a una cita o asumir su parte en la construcción de la relación.
«Al tener enfoque de género precisamente se evita estigmatizar de nuevo a las mujeres y cargarlas del cuidado de sus parejas, de sus familias. Y se trata de construir esa conciencia de que las relaciones tienen que ser más equitativas», señala la experta.
Para la red, incorporar dicho enfoque en las sesiones no solo permite a las mujeres cuestionar estas cargas impuestas, sino que también invita a los hombres a revisar las ideas con las que han crecido: el miedo a mostrarse vulnerables y a acercarse a lo femenino, como si hacerlo pusiera en juego su identidad.
González explica que este fenómeno responde a patrones profundamente arraigados sobre los roles de género. «Muchas mujeres terminan maternando a sus parejas como si fueran bebés, en vez de ubicarlos como personas que son responsables y pueden hacerse cargo de sus propios procesos». Desde su experiencia, romper con estos estereotipos abre la puerta a relaciones más sanas y equitativas, donde ambos reconozcan sus emociones y responsabilidades más allá de los mandatos culturales.
De esta manera, la red ha logrado consolidar una estructura sólida en muy poco tiempo, creciendo rápidamente y ampliando su alcance a nivel mundial, no solo en Colombia, donde encuentra su origen. Actualmente cuentan con cerca de 32 profesionales en su equipo.
Dicha evolución ha permitido llevar el enfoque feminista e interseccional que la caracteriza a otras poblaciones, como la comunidad LGBTIQ+, hombres, familias y pacientes neurodivergentes. La mayoría de quienes asisten a las sesiones tienen entre 20 y 30 años de edad.
Es que, para la psicóloga, el proceso terapéutico va más allá del trabajo emocional individual: es también una herramienta para identificar y cuestionar las violencias que se normalizan en la vida cotidiana. Según explica, muchas veces las personas replican estereotipos que terminan legitimando discriminación hacia mujeres, personas LGBTIQ+, comunidades racializadas y personas con discapacidad, sin ser plenamente conscientes de ello.

Lo más importante para la red es ofrecer una atención centrada en las personas, que respete sus ritmos y necesidades. Su apuesta es brindar un acompañamiento humanizado, con procesos de calidad y continuidad. «La idea es que cada consultante pueda tener encuentros regulares, idealmente cada ocho o quince días, salvo en casos específicos donde se realiza solo seguimiento después de cerrar un proceso», menciona González.
Además de ofrecer atención psicosocial, la red impulsa acciones de prevención, promoción y cuidado de la salud mental, así como estrategias para prevenir violencias dentro de las comunidades en espacios de movilización social, como marchas.
Los costos de las sesiones se ajustan a las posibilidades económicas de cada persona, con tarifas que buscan ser accesibles y equitativas, permitiendo que «la salud mental no sea un privilegio sino un derecho para todas, todos y todes».
En ese sentido, la creciente demanda ha hecho evidente la necesidad de expandir el equipo. El crecimiento de la red ha sido impulsado principalmente por el voz a voz, ya que la mayoría de quienes solicitan apoyo lo hacen recomendados por alguien cercano.

Al final del día, «la terapia busca ser un proceso expansivo de reflexión para reconocer violencias y desmontar la idea de que todo depende de la fuerza de voluntad individual», señala González. Además, destaca que comprender el impacto de los sistemas sociales y culturales es una forma de aliviar la culpa personal y abrir camino a nuevas redes de apoyo.
Este enfoque integrador es el que ha permitido a la Red de Psicólogxs Feministas consolidarse rápidamente y responder a las necesidades urgentes de la sociedad. Su capacidad de adaptarse, crecer y ofrecer una atención humana y accesible demuestra que el trabajo terapéutico, cuando se combina con una visión feminista, puede transformar realidades, cuestionando las estructuras que perpetúan las violencias y promoviendo espacios de apoyo genuino.
A diferencia de otras organizaciones, donde el trabajo puede ser más disperso, esta ha pasado de ser una colectiva a convertirse en una corporación, lo que le ha permitido fortalecer su base y proyectar nuevas metas. Entre sus planes está seguir creciendo y, a futuro, crear una escuela de psicología feminista, una propuesta que busca formar profesionales con un enfoque inclusivo, respetuoso y transformador de la salud mental.