Aimema Uai es un artista indígena perteneciente a la etnia muruy muina, de la Amazonía colombiana. Desde 2018 ha pintado más de 300 cuadros en los que plasma la cosmología de su pueblo y su relación con las selvas colombianas.
En lo más profundo de las selvas del Resguardo Predio Putumayo, donde el paisaje parece ser un cuadro impresionista salpicado con cientos de tonalidades de verde, un pincel dibuja los bordes de la corteza de un árbol, en silencio. Se desliza en horizontal y aparece un río, azul, y a las orillas, una casa ceremonial hecha de paja. El autor de la obra es Aimema Uai, un indígena perteneciente a la etnia muruy-muina, también conocidos como ‘hijos del tabaco, la coca y la yuca dulce’.
Aimema ha pintado más de 300 cuadros, todos inspirados en su cultura y en las selvas de la zona sur de la Amazonía colombiana. Su resguardo es uno de los más grandes del país: agrupa a más de 15 pueblos (cada uno con su lengua y cultura), y abarca aproximadamente 6 millones de hectáreas. Dice que su gusto por el arte nació desde pequeño, cuando su familia lo llevó a un internado cristiano donde siempre participaba en los concursos que se organizaban.
“Creo que mi arte gustaba (y gusta), porque está muy ligado a mi cultura, lo que soy y de dónde vengo. No me interesa replicar movimientos artísticos europeos. Con el tiempo he aprendido que mis ancestros manejaban su propia interpretación de cómo el arte debe estar presente en la vida de todo indígena”, comenta Aimema, de 26 años.
Así como Aimema pinta en lienzo con diferentes técnicas (óleo, mambe y ambil, wito sobre madera), otros miembros de su comunidad, según comenta, hacen otro tipo de arte: dejan mensajes tejidos en las mochilas, canastos o petroglifos y expresan su cultura a través de los colores de la ropa. La idea siempre es que toda la tradición oral y creencias de los territorios sea plasmada y difundida por ellos mismos, no por externos.
Pero no siempre pensó que se dedicaría por completo al arte. Aimema Uai llegó a Bogotá en 2018 con la idea de estudiar Arqueología en la Universidad Externado de Colombia. Hizo tres semestres del pregrado, pero por problemas personales decidió retirarse y dejarse guiar “por esa pasión virgen”, como él la llama, que se despertó en su interior gracias a algunos amigos que estaban inmersos en actividades culturales.
“Yo nunca pensé que la pintura llegaría a ser un rumbo para mi vida sino hasta que estuve acá en Bogotá. En el territorio, selva adentro, temas como la difusión de los cuadros y de los mensajes que guardo en él son más difíciles”, comenta el artista, quien, además, aclara que en un principio se negó a vender sus obras porque no quería que perdieran la autenticidad de la carga cultural, pero que ahora, gracias al apoyo de las galerías que han “respetado su proyecto, como la Galería Instituto de Visión”, puede hacerlo con más confianza.
Sus obras se han expuesto en Galería Villegas Editores, Humboldt Forum (Berlín, Alemania), Bogotá-Madrid Fusión y Galería Mmaison, entre otros lugares reconocidos.
Del Amazonas para el mundo
Aimema Uai hoy vive en el barrio La Macarena, en Bogotá. Desde allí, además de sus cuadros, lidera un proyecto llamado Kanasto de Abundancia junto a su compañera sentimental.
El artista lo considera un centro cultural en el que, a través de la medicina ancestral, la comida típica, la exposición de productos gastronómicos y platos típicos del Amazonas, buscan que los bogotanos y cualquier visitante interesado tenga la oportunidad de conocer más de cerca la cultura amazónica para “romper paradigmas en temas como, por ejemplo, la manera como entendemos la hoja de coca, de tabaco y el ‘mambeo’”.
Estos tres últimos elementos son un eje central para su cultura. Según explica, además de permitirles demostrar que sí es posible realizar proyectos de economía sostenible con enfoque cultural que sean, a su vez, solidarios con el medioambiente, también les permite crear “círculos de palabras”.
“Un círculo de palabras es un espacio donde las personas llegan e intercambiamos saberes sobre nuestros elementos característicos como la hoja de coca. Para nosotros la coca se presentó al hombre en la chagra (espacio donde siembran diferentes especies de alimentos). El hombre se enamoró de ella y ella le dio grandes responsabilidades como manejarla en la medicina, curar enfermos, conectar con los ancestros, direccionar la toma de decisiones de la comunidad. No es una simple hoja”, comenta Aimema.
Él, además, cuenta que debe ‘mambear’ para pintar y que a través de esta técnica tranquiliza su mente para conectar con sus raíces y percibir la Selva Amazónica como la conoce.
El arte como resistencia
Uno de los hechos que más ha marcado a Aimema Uai y las 15 etnias del resguardo fue el genocidio que sufrieron los pueblos del Amazonas en el período del siglo XX conocido como La Fiebre Cauchera.
“Nosotros ya conocíamos el caucho antes de la conquista, pero cuando aumentó la demanda del material al extranjero sufrimos un atropello terrible. Nosotros llamamos a ese árbol de caucho Cahuchu o Cauchu, que significa ‘Madera que llora’; después, cuando se instalaron las grandes casas extractivas, fuimos esclavizados», recuerda Aimema.
El cónsul británico de entonces, Roger Casement, por ejemplo, publicó un libro llamado el Libro azul del Putumayo (1912), en el que cuenta que hacía principios del siglo XX más de 40.000 indígenas habían fallecido durante la primera fiebre del caucho.
Para Aimema, muchos de sus antepasados aún viven han intentado ‘cerrar el canasto’ (como ellos llaman a ‘pasar la página’) y direccionar la historia de los pueblos indígenas hacia adelante como una muestra de su resiliencia. Sin embargo, eso no les impide que aún puedan referirse a este hecho como uno de los más trascendentales para su cultura, tanto que Aimema Uai, incluso, lo continúa retratando en algunas de sus pinturas «para no dejar morir la memoria histórica de los pueblos».