Hace 25 años funciona en el Distrito de Aguablanca la Fundación y Hogar del Anciano Abandonado, lugar que ahora alberga a 100 adultos mayores.
Hace 25 años, Ana Beiba Lasso se encontraba en una situación complicada emocional y económicamente. Tenía 7 meses de embarazo, el padre de sus hijos había decidido irse de casa, su madre había fallecido hace poco, debía seis meses de arriendo, le habían cortado el agua y los servicios y, por si fuera poco, no tenía nada para darle de comer a sus hijos.
En busca de una salida, Lasso intentó conseguir trabajo en el hospital San Juan de Dios pero, en ese momento, fue cuando, según ella, recibió un mensaje de Dios: “Hija recoge al anciano”.
Lasso, sin saber cómo podría darle de comer a los adultos mayores que rescatara, si no tenía ni siquiera alimento para ella y sus hijos, empezó a llevar algunos a la casa.
“Cuando llegué con el primer anciano no sabía qué les diría a mis hijos. Cuando mi hija Francy, que en ese momento tenía 11 años, me preguntó quién era ese señor, yo le dije que era su abuelo “pero ¿cómo mi abuelo si él es blanco y nosotros somos negros?”, me dijo. Así empezó la labor”, relata Lasso.
Ya han pasado más de dos décadas desde entonces, pero Lasso sigue viviendo con los adultos mayores, aunque en una casa diferente.
Sus hijos ya no están, pero siempre que pueden vienen con sus parejas a ayudarle en el cuidado de los ancianos en la casa blanca de la Carrera 27 #91 A – 11, barrio Alfonso Bonilla Aragón, en el distrito de Aguablanca, donde está ubicada la Fundación y Hogar para el Anciano Abandonado.
En el momento en la casa hay, entre hombres y mujeres, unos 100 adultos mayores, que en su mayoría necesitan de cuidados especiales. «A todos hay que bañarlos y darles de comer», explica ella.
Por eso, en una sociedad donde ella considera que «se les da más importancia a los animales que a los ancianos», Lasso encuentra vital proteger al adulto mayor, respetarlo y amarlo, porque, para ella, ellos lo dieron todo por su familia.
“El papá y la mamá dieron todo por sus hijos, y cuando van llegando a la edad de 70 u 80 años algunos hijos los van haciendo a un lado, los botan. A los que dejan en la calle, los que están abandonados, son los que llegan a mi casa. La policía que los encuentra me los lleva”, así es como ha funcionado su fundación.
Pero, pese al cariño que tiene por estas personas que cuida, hay días en los que Lasso se dice a sí misma que un día se irá al cerro y no volverá a bajar jamás. “Pero cuando estoy así llega una ambulancia o la policía con uno o dos adultos mayores, como si Dios me impulsara a seguir con mi labor”, comenta.
Según explica, no es fácil tener que estar tocando puertas en todo lugar para conseguir dinero con el cual pagar el arriendo, al personal, los servicios y el mercado.
“No tengo suficiente dinero para llevar esta fundación. En el momento tengo muchas deudas, debo más de 140 millones, los trabajadores se me han ido por retrasos en el pago. Hay momentos en los que siento que las fuerzas se me van”, cuenta, pero ella sigue trabajando por los ancianos, porque tiene la certeza que “Dios proveerá”, como siempre ha dicho.
Quienes deseen apoyar a la fundación por medio de donaciones pueden hacerlo a través de la página web www.fundacionancianoabandonado.com o comunicándose con Lasso a su celular: 3164593051.
El ejemplo de una madre
Lasso recuerda que un día saliendo de la iglesia su hijo Claudio, que tenía en su momento tres años, le dijo que comprara la casa que había en frente y la llenara de ‘abuelitos’.
Hoy, con 23 años, Claudio ayuda en todo lo que puede en la fundación, feliz de que el sueño se hubiera convertido en realidad.
“Trabajar en esta fundación es algo especial. Desde chiquito he visto la labor de mi madre. Yo me emocioné mucho cuando llegó el primer anciano, porque no tenía abuelos y él me brindó mucho amor, fui muy cercano a él. Luego mi mamá trajo a otros y cada día fue creciendo mi cariño por ellos”, dice él.
Claudio admira mucho la labor de su madre porque, en un principio, pese a no tener comida o un techo para su familia, decidió adoptar a los ancianos y cuidarlos.
“Ayudar es un espejo para uno. Ahora uno está joven, pero verlos a ellos abandonados en la calle, da mucho en qué pensar. De mi madre he aprendido humildad, sencillez, la importancia del servicio y el ser atento con los adultos mayores. Pienso que el corazón de ella es único”, opina.