'Warmikuna' está integrado por doce futbolistas del resguardo Inga Yunguillo (Putumayo), vinculadas al proyecto desde 2020. Durante este tiempo, además de participar en campeonatos locales, han fortalecido su liderazgo, bienestar emocional y la participación en espacios públicos.
«La mujer indígena, por el mismo estilo de vida que lleva, es muy fuerte y ágil. El trabajo en el campo exige muchas habilidades físicas. Nunca volveremos a permitir que nos digan que las mujeres juegan aparte porque no juegan bien. Nosotras jugamos diferente. En el resguardo hay mucho talento”.
Rossy Katherine Muchavisoy tiene 23 años y pertenece a la tribu inga del Resguarda Inga Yunguillo, en Putumayo. Además de ser psicóloga, es reconocida en su comunidad por estar vinculada a procesos políticos desde pequeña. Su activismo por los derechos de los pueblos originarios y de las mujeres la llevó, en 2020, a tomar la decisión de crear la primera escuela de fútbol para mujeres indígenas del departamento.
El equipo lleva el nombre de ‘Warmikuna’, cuyo significado es ‘en las mujeres’, haciendo alusión a las mujeres originarias. Sus doce integrantes se dan cita a los entrenamientos tres veces por semana, al caer la tarde. Suelen entrenar en una cancha que construyó la propia comunidad, rodeadas de montañas y vestidas con sus trajes típicos.
Rossy recuerda que, cuando ‘cerraron el portón’ del resguardo en 2020, durante la pandemia, se vieron obligados a reinventar la convivencia. Nadie entraba ni salía. Los campeonatos deportivos, a los que asistían principalmente hombres, también quedaron suspendidos. “Los hombres organizaban partidos Interveredales. Las mujeres debían esperar que se cansaran para poder jugar. Fue mucho tiempo de sufrimiento; de sentir tanto rechazo”, comenta.
Un día, mientras se encontraba viendo a su primo jugar, el balón se les explotó. Como ya traía una semilla previa de motivación por querer aumentar la participación de las mujeres en estos espacios, mandó a comprar el suyo propio a la cabecera municipal.
Desde entonces las tensiones crecieron. Ella comenzó a convocar a las mujeres que tenían interés en participar mientras la población se mostraba cada vez más reticente. Lo más duro, comenta, fue enfrentarse a comentarios hirientes. Sabía que lo que estaba haciendo irrumpía creencias machistas muy arraigadas. Fue la satisfacción de ver cómo las integrantes mejoraban sus condiciones físicas y psicológicas, además de su amor por el deporte, lo que la motivó a seguir.
Después de varios meses de trabajo, Rossy sorprendió a las integrantes de ‘Warmikuna’ con dos tardes de entrenamiento a cargo de Daniela Henao, futbolista colombiana de La Equidad, una experiencia «muy enriquecedora que las convenció que sí era posible entrar a competir».
El equipo ya ha participado en campeonatos como la Copa Hermandad. Pero los retos no son menores:
“Para poder asistir a un partido debemos viajar hasta dos horas, y a veces la carretera no llega a ciertos cabildos. Nos podemos gastar hasta $300 mil entre balones, transporte, hidratación y demás”, aclara Rossy, quien al ver que no todo el tiempo se podía conseguir un patrocinio, les propuso vender las artesanías que realizan como una alternativa para generar ingresos.
Con el tiempo, ‘Warmikuna’ comenzó a impactar en otras áreas de la vida de las futbolistas más allá de la recreación. No se trata, según Rossy, de un mero espacio que les permite patear un balón y reír, sino también un lugar para expresarse libremente y mejorar su bienestar emocional. Y es que, desde el principio, la apuesta base del equipo fue el fortalecimiento de los temas identitarios; lograr que las mujeres se apropiaran de los espacios públicos dentro del resguardo. Espacios que en realidad siempre les han pertenecido, pero que les habían sido negados:
“Aquí suele ser muy mal visto el tema de la recreación de la mujer. Nosotras queremos enseñar, a partir del ejemplo, que esto es para todos. Esto no es una lucha irracional de géneros. Es hacer respetar nuestro derecho a la libre expresión y a la recreación”, menciona.
Asimismo, cabe resaltar que las futbolistas ya pueden ver una mejoría en su capacidad de liderazgo y su seguridad a la hora de opinar y proponer.
El mayor anhelo de Rossy es que, a futuro, una de las jugadoras de las generaciones venideras manifieste su interés por continuar con el proceso. También que otros resguardos, ya sea en Putumayo o en otros departamentos, también diseñen espacios deportivos para las mujeres. Para ella, la organización comunitaria siempre será más efectiva que quedarse a la espera de la legalización de recursos y creación de programas por parte de las entidades estatales.
Por otro lado, saber que la comunidad reconoce cada vez más sus talentos le genera una satisfacción muy grande, sobre todo cuando ve a algunos de los miembros del resguardo en las competencias haciéndoles barra.
Rossy también trabaja para que las reflexiones sobre prácticas tradicionales y cosmovisiones del pueblo inga sean temas transversales en el equipo. Esto con el fin de demostrar que el fútbol no es solo afición y, también, de evitar que ocurran cosas como pelearse por el color de una camiseta:
“La idea es reinventar el deporte un poco también reconociendo las habilidades que como indígenas tenemos tanto en lo físico y como en lo espiritual. ‘Warmikuna’ es un equipo de fútbol, sí, pero también es una lucha por esa voz femenina que debe estar presente en todos los espacios”, concluye.