Jeiher Brock trabaja en proyectos de reforestación de coral en San Andrés de la mano de Blue Indigo Foundation y Coralina, entre otras organizaciones, buscando conservar lo que, según él, es la fuente de vida de la isla.
Respeto, apreciación y fuerza. Esos son tres sentimientos esenciales que hay que tener hacia el mar, según Jeiher Brock.
“Respetar la grandeza, apreciación por lo que te puede dar y fuerza que tú obtienes de él”, dice recostado sobre una piedra en Morris Landing, en la costa occidental de la isla de San Andrés.
Él los recuerda y los siente cada vez que sale en faenas a pescar, cuando bucea en las profundidades y cuando acompaña comisiones de biólogos y científicos a realizar jornadas de restauración de los corales que rodean la isla.
También lo hizo la vez que se encontró cara a cara con un tiburón tigre de cinco metros. “Eso parecía un bus, hermano”, cuenta con los ojos abiertos. “Ese man subió del cantil – los lugares donde el océano va ganando profundidad – y yo vi mi vida pasar por mis ojos. Subió, nos miró y fue como si dijera ‘muchachos, esto es mío’. Hicimos la parada de seguridad y nos fuimos. Nunca he vuelto a ver algo así en mi vida”.
Cada vez que está en el agua vuelven a su cabeza las imágenes y enseñanzas de su abuelo, con quien creció y de quien aprendió todo lo que sabe del mar, a moverse en él y a enfrentarlo.
Cuando tenía ocho años lo llevó a la playa de ‘Yellow Moon’, donde había una especie de plataforma submarina por donde se podía caminar y cruzar, pero él, siendo apenas un niño, no sabía reconocerla.
Llegó colgado de la mano de su abuelo hasta el final de ese camino y allí él lo soltó y le dijo: “si no vuelves nadando, no entras”.
Pataleando como fuera para no hundirse logró volver, exhausto, a la orilla, y lo primero que le dijo su abuelo fue: “Valora lo que tienes, valora lo que es el mar, hay que respetarlo porque allá fuera tú lo ves, pero no sabes lo que hay”.
Desde entonces, Jeiher siente un profundo respeto por el océano, alimentado también por un amor que solo siente quien nació y creció con su arrullo: “El mar es la potencia del mundo”, dice mientras lo mira, casi enamorado, “yo al mar lo adoro, sin el mar no sé vivir, loco. Sin el mar no hay nada”, sentencia.
De ahí que hoy, además de la pesca, Jeiher se dedique a la restauración y protección de corales, un ecosistema de altísima importancia natural y social y un recurso que aunque abundante en San Andrés, que cuenta con la tercera barrera de coral más grande del mundo, ha sufrido graves y apresurados deterioros.
Conservar para sobrevivir
Hace años, Jeiher solía pescar en un lugar al que los locales llaman ‘Snapper Cave’ o ‘Cueva de pargo’, porque siempre que iban encontraban esa especie en cantidad, entre varias otras. Era un lugar con alta presencia de coral, por lo que la vida marina a su alrededor era abundante y prospera.
Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, los ecosistemas de coral albergan más especies por unidad de área que cualquier otro entorno marino y, además, son fundamentales para la salud oceánica en general.
De la misma manera, Sandra Bessudo, fundadora y directora de la Fundación Malpleo, explica que la mayor parte de la biodiversidad marina se encuentra en lugares muy específicos: las costas, alrededor de las islas y en profundidades menores a los 200 metros.
En esos lugares suele haber barreras de coral, por lo que no es extraño que estos sean una especie de ‘oasis’ de vida en medio del enorme desierto que es el océano y que, por ello, sean frecuentados por pescadores.
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Un día, cuando Jehier llegó a su habitual lugar de pesca, vio el coral totalmente destruido, roto y blanqueado. Según cuenta, parecía que alguien hubiera levantado todo para sacar algún pez grande, y había acabado con todo. “Y los peces se fueron”.
En ese momento, Jeiher, recordando que su abuelo siempre le decía que, así como el mar provee, también quita, supuso era algo natural y que eventualmente el coral se regeneraría y volvería la abundante pesca. Pero eso no sucedió.
Fue allí que se dio cuenta de la importancia de los corales y que su sustento económico y su vida estaban directamente ligados a ellos.
“Entonces yo me dije, ombe, si aquí hacen falta los corales para que lleguen los peces, pues vamos a meterle la uña a la conservación”.
Así comenzó a vincularse en distintos programas y proyectos de reforestación marina que fueron llegando de parte de instituciones como el Ministerio de Ambiente; Coralina – la autoridad ambiental de San Andrés – y Blue Indigo Foundation, una organización dedicada a la conservación de coral en el Archipiélago, entre otras instituciones.
“Por medio de ellos fui entendiendo cada vez más lo que significan los corales. No solo la importancia que tienen para mí como pescador, sino para la seguridad de la isla, porque son una barrera de protección contra las olas”.
Así, desde el 2014, Jeiher trabaja de lleno en la restauración y la conservación de esos ecosistemas, con resultados muy positivos.
“El coral es vida, hermano”
Para él, el principal factor de destrucción de los corales es el hombre. La contaminación y la falta de manejo de residuos en la isla, exacerbado por una industria turística que crece sin control, ha hecho que los ecosistemas marinos en general sufran grandes deterioros.
Además, el buceo recreativo y la irresponsabilidad de los turistas, producto en gran parte del desconocimiento de la fragilidad de los ecosistemas, ha tenido un gran impacto sobre esos entornos: “Hay muchos turistas que vienen solo a pasar un rato agradable en el agua, entonces por más que los buzos expertos les digan que no toquen los corales, ellos van a querer tocar. Muchos dicen ‘ay, tan lindo’ y fracturan aquí y fracturan allá”.
El paso de los huracanes, particularmente de Iota y de Julia, ha destruido también una buena parte de los corales.
Sin embargo, producto de un esfuerzo articulado entre biólogos y comunidad local, que se nutre constantemente del intercambio de conocimientos científicos y ancestrales, la isla, según cuenta Jeiher, ha experimentado un alza en el número de corales que la rodean.
Él, profundamente involucrado en esos proyectos, ha aprendido de técnicas como la microfragmentación, que, según explica María Fernanda Maya, fundadora y directora de Blue Indigo Foundation, consiste en partir los corales en pequeños fragmentos para que crezcan más rápidamente que si se dejaran quietos.
Esos fragmentos los amarran en cuerdas sumergidas en el agua, o los incrustan en pequeñas ‘galletas’ de concreto que posan sobre mesas, también sumergidas, para que crezcan allí y luego devolverlos al arrecife para aportar cobertura viva.
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Con ello vuelven las especies y se da una recuperación integral de los ecosistemas.
Los proyectos han sido tan exitosos que, este año, cuenta Jeiher, ha habido un alto número de avistamientos de tiburones, importantes indicadores de la vitalidad de un ecosistema, “poque el tiburón no se va de donde está la comida” dice Jeiher.
“Su presencia siempre es buen indicador” explica Sandra Bessudo, luego de decir que indican que todos los eslabones de la cadena alimenticia se encuentran en ese lugar en particular.
De ahí la paradójica emoción de Jeiher al contar que él y varios de sus compañeros han visto tiburones tigre, punta blanca y limón, y que estos se han llevado algunos de los peces que se pegan a los anzuelos cuando están troleando – una técnica de pesca en la que se amarra nailon con anzuelo a la lancha y se avanza a baja velocidad para que ‘piquen’ los peces -.
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La pesca, entonces, también se ha revitalizado: peces loro, pargos, roncos, saltones, pulpos y langostas son algunos de los animales que se han vuelto a abundar en los mercados de pescado, todo gracias a la restauración del coral.
“El coral es vida, hermano”, dice Jeiher con convicción, y agrega alegrado que hoy hay gran conciencia alrededor de su protección: «La gente se lo ha tomado de corazón», y de la misma manera en que en un momento lo arrancaban para extraer peces, ahora lo siembran para atraer más.
De todas maneras, cree que todavía hay mucho que hacer por un ecosistema que representa tanto para un territorio y su gente.
Según dice, es fundamental y urgente que se generen campañas pedagógicas y de concientización dirigidas hacia el turista que visita las islas, cuya población, e impacto, incrementan cada año. Ahí, agrega, hace falta el apoyo de los medios de comunicación y las entidades públicas, para que también se cree un mecanismo de verificación que permita identificar si esas eventuales enseñanzas alrededor de los corales se imparten y se cumplen.
La educación al turista, resalta, debe ser una prioridad.
“Cuidemos lo que hay y reconstruyamos lo que hemos destruido. Ese es mi consejo para todos nuestros isleños y raizales, y para los turistas que nos vienen a visitar”, concluye Jeiher.