En Conduciendo a Ciegas buscan amplificar historias de vida con la escritura creativa

Hace más de 10 años, la Fundación Fahrenheit 451 utiliza la literatura como herramienta de impacto social. Uno de sus programas más recientes, Conduciendo a Ciegas, busca potenciar los talentos literarios de la población con discapacidad visual.

Durante el 2020, la Fundación Fahrenheit 451 se ingenió una serie de talleres para recrear las condiciones de personas con discapacidad visual: les amarraban una venda en los ojos a los asistentes y luego, en medio de la oscuridad, se comenzaban a leer los textos. Entonces la literatura penetraba como un rayo de luz; cada quien armaba sus propias figuras, su propio escenario, su propia representación de la realidad. Así, con la imaginación como mejor herramienta, el texto se volvía palabra hablada; les permitía a todos “leer con los oídos”, el lema del programa Conduciendo a Ciegas.

La Fundación Fahrenheit 451 trabaja hace más de 10 años para permitir a las personas que habitualmente no tienen la posibilidad de expresarse se conviertan en narradores de su propia historia. Creen en el poder sanador de la palabra y los impactos que puede tener en la vida cotidiana cuando se sabe utilizar.

Algunos de los cuentos tratados en los talleres son de autores internacionales; otros, en cambio, pertenecen a los propios asistentes. Conduciendo a ciegas actualmente cuenta con alrededor de 15 y 20 asistentes por sesión. Los talleres son dirigidos por Johanna Hidrobo, docente y escritora con discapacidad visual.  

Según comenta Sergio Gama, escritor, director de la Fundación y tallerista en creación y aproximación literaria, Johanna y sus estudiantes proponen un tema para abordar durante cada sesión y, dependiendo de lo que resulte, se hace la selección de los cuentos más adecuados para trata dicho tema.  

Esa metodología de participación se hizo más fuerte durante la pandemia, cuando suspendieron los presenciales y comenzaron a buscar cómo desarrollarlos de forma virtual.  “En ese momento comenzamos a trabajar con personas de varias regiones. Ahora es un grupo multicultural que se reúne una tarde por semana. Hay personas con talentos geniales que, además de disfrutar escribir, disfrutan escuchar las historias de vida de sus compañeros», agrega.

Uno de los participantes que manifiesta dicho gusto es Alexander Rodríguez, un ingeniero electrónico bogotano de 43 años que asiste desde 2020 y que ha logrado, en este tiempo, ver los cambios que los talleres han traído a su vida. Menciona como ejemplo su cuento ´Mira quién habla´. En él, Alexander logró plasmar cómo conoció a su esposa, pero a través de la perspectiva de su bastón, el cual utiliza desde la adolescencia a causa de la pérdida paulatina de su vista desde los 11 años:

“Esta historia para mí empezó cuando estaba en una vitrina triste y sin tener con quién hablar. Ese día llegó él, entró del brazo de una mujer, no la vi bien, pero para nosotros fue amor a primera “vista”, ahora que caigo en cuenta fue muy gracioso… “qué personaje tan torpe” —pensé al principio— “¡tan grande y se estrella con todo! ¿Qué le pasa?, y yo con ganas de trabajar! Ahora me tiene a mí. Yo soy, y lo digo con orgullo, su guía en el camino, aunque muchas veces nos hayan mirado feo, y aunque no crean, los ciegos saben cuándo los estás mirando mal”. (Fragmento de Mira quién habla, cuento de Alexander Rodríguez)

Alexander Rodríguez asiste al taller Conduciendo a Ciegas desde 2020. Logró publicar su cuento ´Mira quién habla´ en la página de la Fundación. En él narra cómo se conocieron él y su esposa desde la perspectiva de su bastón. /FOTO: cortesía.

Sergio Gama comenta que, así como lo refleja la historia de Alexander, el objetivo de estos talleres es crear los canales para que este grupo poblacional encuentre su propia voz entendiendo “las letras como herramientas de liberación”. Al mismo tiempo, menciona que también han trabajado con otros grupos como victimas el conflicto y personas privadas de la libertad. Con todos han entendido que lo más importante es romper estigmas: 

“Lo que ocurre con las poblaciones vulnerables es desconocido por muchos y los prejuicios terminan siendo contraproducente. Aquí le damos prioridad a la creación literaria, no a la condición. Abordamos temas que ellos mismos proponen y tratamos de acompañarlos en el proceso de edición y publicación de sus relatos. Hay mucho talento”, comenta el director de la fundación.

La Fundación Fahrenheit 451 cuenta con Máquinas Perkins, un tipo de máquinas de escribir en lenguaje Braille. /FOTO: Cortesía Fundación Fahrenheit 451.

Alexander Rodríguez comenta que antes de ingresar al taller era una persona introvertida. Se concentraba en las matemáticas, programación y todo lo relacionado con la tecnología, pese a que el arte siempre había despertado especial interés en él. 

Según comenta, ingresar a Conduciendo a Ciegas le permitió “doblar su mente”, escribir más profundo e, incluso, desarrollar más la imaginación. «Yo antes no hablaba. Ahora puedo inventarme cualquier historia con un camarón, un carro, una mascota. Creo que la fundación tiene ese poder: poner en nuestra mente imágenes y situaciones que hace años no vemos (y que algunos nunca han podido ver)», comenta el ingeniero.

Como en algunos asistentes la ceguera es total y otros solo tienen visión reducida, la Fundación Fahrenheit 451 decidió crearle un paisaje sonoro a algunos de los cuentos que se producen en los talleres y subirlos a Spreaker en el canal Conduciendo a ciegas. Para su consolidación, la fundación contó con el apoyo del Programa Nacional de Concertación del Ministerio de Cultura en 2020 y 2021

La Fundación Fahrenheit 451 también ha impulsado otros proyectos como el primer libro de una escritora con Síndrome de Down en Colombia, Diana Molano, e historias sobre la vejez trabajadas con adultos mayores en una compilación de relatos bajo el nombre Historias en Yo Mayor. De este último programa han publicado 8 libros. También publicaron una antología llamada ´Inquieta Incertidumbre´ en honor a la memoria del periodista Julio Daniel Chaparro, asesinado en los años 90.

Alexander Rodríguez considera que el valor agregado de estos talleres es que les permite reconocer los logros tanto personales como externos y crear un espacio propicio para el cultivo de la resiliencia.  «Hay historias de vida muy duras que uno se queda impresionado de escuchar. La literatura nos arropa a todos. Nos hace sentir que tenemos algo en común más allá de no poder ver o ver poco. Es una luz; un pasatiempo que se va volviendo otro bastón adicional para continuar el camino», concluye.