20 familias de El Salvador, un barrio en el oriente de Medellín, producirán alrededor del 40 % de la energía que consumen mensualmente, gracias a la instalación de entre 40 y 50 paneles solares en sus casas.
Pasar de ser consumidores a prosumidores de energía. Que la producción de energía se vuelva algo también de las personas y no solo de grandes empresas y de plantas “escondidas en las montañas, lejanas”, como dicen: ese es el objetivo de la comunidad de energía solar que se está gestando en El Salvador, un barrio en el oriente de Medellín, un piloto de la Universidad EIA.
La idea, originalmente, era que se realizara en la Comuna 13, sin embargo, dificultades en el proceso de acercamiento a la comunidad y la aparición de la pandemia del covid-19 cambiaron los planes, cuenta Juan Manuel España, director de la Iniciativa de Energía Transactiva Colombia y coordinador del proyecto de energía solar comunitaria.
El proyecto, como se dijo, es una iniciativa de la Universidad EIA, a través del programa Transforming Systems through Partnership (TSP) de la Real Academia de Ingeniería del Reino Unido, respaldado por el Fondo Newton y en conjunto con investigadores de la University College London (UCL), Empresas Públicas de Medellín (EPM), Erco Energía y Neu Energy.
La meta es que, con la instalación de entre 40 y 50 paneles solares en tres casas, se produzca energía suficiente para suplir aproximadamente el 40 % de la energía que consumen 20 familias, repartidas en 20 casas en toda una cuadra, que generan unos 20 kilovatios de energía mensualmente.
Democratización de la energía
“Desde la Universidad EIA venimos investigando la transición energética, tratando de entender el rol y la importancia del usuario final en esta transición. Migrar de fuentes centralizadas, basadas en combustibles fósiles, hacia fuentes un poco más amigables con el medioambiente”, explica Juan Manuel sobre las motivaciones detrás del proyecto.
Y agrega: “Gracias a la tecnología actual y a la regulación, lo que conocemos como consumidores de energía se convierten en prosumidores. Esto es un cambio de paradigma tremendo, porque no solo impulsa la opción de energías renovables, cuando lo vemos desde una perspectiva de masificación, sino que facilita la democratización de la energía”.
No es una experiencia única en el mundo. Para desarrollar el proyecto, la Universidad EIA tomó como referentes procesos comunitarios que se han realizado en Brixton y Cornwall, Inglaterra, y en Berlín, Alemania.
La cooperativa solar de Brixton ha permitido, por ejemplo, generar ingresos en una de las comunidades más vulnerables de Londres. “Su idea es involucrar a toda la comunidad en el proceso para, a su vez, incrementar la seguridad energética. Buscan sensibilizar sobre la eficiencia energética, brindar capacitación, reducir costos de energía y emisiones de CO2”, explicó la institución en un artículo de 2020 al respecto.
Para explicar cómo pueden crecer este tipo de iniciativas, que apenas son pilotos, Juan Manuel da un ejemplo: el mundo digital. Hace 20 años, dice, era inimaginable lo que vivimos ahora. Pero “ya cualquier persona está en capacidad de relacionarse con celulares. Haciendo ese paralelo, el mundo de la energía va para allá, que las baterías sean tan comunes y rutinarias que todo el mundo las pueda utilizar”.
Así se gestó la comunidad solar
Cuando en la Universidad EIA se dieron cuenta que el piloto no podría llevarse a cabo en el lugar original que habían planteado, empezaron a buscar alternativas. Y a la mente de Juan Manuel llegó Rodrigo García, un habitante de El Salvador que había permitido que, en su casa, como parte de un piloto a una escala mucho menor, se instalaran paneles solares.
“Viendo su motivación y la de sus vecinos, y gracias a la consecución de nuevos fondos, logramos este nuevo proyecto. Vimos ese potencial o esa facilidad de adopción y de disposición por parte de esta comunidad”, recuerda el investigador de la institución antioqueña.
Y la comunidad estaba abierta a la idea desde el principio. Con la experiencia de Rodrigo, otros vecinos empezaron a notar el potencial “no solo desde la perspectiva económica, sino también desde la ambiental. Conectan con este proyecto por los beneficios”. Así empezaron a construir una relación desde “la escucha y el diálogo” para abrir nuevos espacios.
“Queremos demostrar que este tipo de modelos se pueden implementar en un barrio como El Salvador, que es de ingreso bajo-medio. Y que sirve para generar nuevos ingresos para la comunidad derivados de la venta de energía”, relata Juan Manuel.
“A mí me gustaría sostener mi casa con un panel. Yo porque sé que la forma adquisitiva no es factible en estos momentos, pero a largo plazo sí es un proyecto en el que uno ahorraría dinero. De aquí va a quedar el aprendizaje”, dijo Rodrigo en una entrevista al periódico local El Colombiano.
Una meta que es posible, a juicio de Juan Manuel, si se consigue que sea un modelo “más estructurado y complejo de operación, que no se trata de unos paneles solares funcionando y ya, sino de un grupo de personas gestionando y tomando decisiones. Queremos validar que este tipo de proyectos son posibles acá en Colombia. Lo tenemos todo y por eso el objetivo es validar”.
Para el investigador, “nuestra intención, durante todo este año, es avanzar con las pruebas para entender los elementos que nos permitirán este tipo de iniciativas. A futuro es que se empiece a multiplicar, pero no por cuenta nuestra, sino de la misma comunidad”.