Los tres hermanos Torres son los guardianes de los ritmos y mitos que esconden las selvas de Guapi, en Cauca. Para ellos, la música de marimba es la que ha llenado de vitalidad a su familia por más de un siglo.
"El que está llorando,
el que está llorando,
déjelo llorar, déjelo llorar.
Porque el que se muere,
porque el que se muere.
Ya no vuelve más, ya no vuelve más".
Desde el río Guapi se lee un cartel que dice ‘Museo Vivo de la Marimba’ colgado en el único palafito de la zona. La casa pertenece a los Torres, la familia que guarda el honor de poseer lo que, hasta el momento, se considera la marimba más vieja del mundo, con más de 70 años. Está colgada en la mitad de la sala, tal y como solían dejarse antes, pues siempre han creído que el instrumento, así como el ser humano, necesita ‘orearse’ para poder llenarse de vitalidad.
El bombo también está colgado, y es interpretado por Francisco ‘Pacho’ Torres, un hombre de mirada enérgica que deja que el resonar de cada golpe guíe la gesticulación de su cara. En Guapi dicen que ningún otro bombo suena como el suyo; que la fuerza que tiene en sus manos hace temblar cualquier casa de madera e, incluso, que tiene la capacidad de hacer que los oyentes sientan los golpes en el pecho.
Los Torres, en total, fueron nueve hermanos: tres mujeres y seis varones. Solo tres de ellos, así como los Balanta en Timbiquí, están dedicados a la música. También son dos hombres y una mujer. Dicen que no quieren alejarse de la selva porque de ahí es de donde se ha alimentado su tradición musical durante más de cien años.
Los Torres antes tenían una Casa Grande que prestaban para organizar fiestas y celebraciones muy famosa en Guapi, Sansón y otras veredas aledañas. Según cuentan, cuando eran anfitriones podían durar hasta tres días y tres noches tocando, porque «cuando los Torres dicen que van a tocar, es a tocar», asegura Francisco entre risas.
En el ‘Museo Vivo’ la familia Torres, además de exponer la marimba más longeva, también conserva varias fotografías de sus primeras presentaciones. ‘Pacho’ Torres las describe con entusiasmo, recordando las épocas de su juventud, cuando se recién se inventó el mantra que lo acompañaría el resto de su vida: «¡Lástima que uno se muere!».
Los tres hermanos, curiosamente, son zurdos. Genaro Torres, el mayor, tiene que cambiar de lado en la marimba dependiendo qué ritmo se va a tocar, porque su papá le enseñaba de un lado y el iba copiando del otro, al frente de él. Genaro es quien marca la entrada de cada canción. Su marimba llena la sala de unas melodías tan dulces que dejan a los oyentes embelesados.
Cuando termina de tocar, explica que la marimba, entre más vieja, mejor suena. Se queda en silencio por varios segundos y una lágrima comienza a acumularse en las bolsas de sus ojeras. Dice que en este encuentro toca con especial sentimiento, pues su esposa está recién fallecida, y aprovecha para liberar un poco su pena entonando un par de bambucos y jugas, ya que en la comunidad no es bien visto cantar arrullos si no se está en una ceremonia fúnebre.
Los Torres solo descansan un par de minutos y luego arrancar a tocar de nuevo. Primero suena la marimba, luego entra el bombo, seguido por el cununo y de último el guasá, que es interpretado por su hermana, Celestina Torres, quien aprendió a cantar por su padre y su abuelo.
Mientras tocan, las tablas del piso del palafito tiemblan. Su música sale por la ventana y boga por las cuencas del río Guapi. «¡Hombre!, qué lástima que uno se muere!», exclama Francisco limpiándose el sudor al terminar de interpretar un ‘bambuco bien jalao’.