Desde el 29 de agosto y hasta el 2 de septiembre, expertos nacionales e internacionales, junto a sabedores locales, conversan sobre el arte rupestre y su valor en Colombia y el mundo.
El humano moderno evolucionó hace 200.000 años. Hace 70.000 comenzó su desplazamiento fuera de África y hace alrededor de 13.000 años que llegaron los primeros pobladores a la Amazonía.
Las pinturas rupestres que hay en la Serranía del Chiribiquete, así como en su ‘zona de amortiguamiento’, en la Serranía de la Lindosa, Cerro Azul y Nuevo Tolima, en San José del Guaviare, son precisamente evidencia de esos primeros habitantes amazónicos, de sus cosmogonías, sus costumbres, así como de la biodiversidad con la que se encontraron y que habitaron.
Es allí que se está llevando a cabo el Segundo Simposio Internacional de Arte Rupestre, organizado por el proyecto Last Journey, que integran la Universidad Nacional de Colombia, La Universidad de Antioquia y la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, y en colaboración con el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) y la Gobernación del Guaviare.
En él participan 18 expertos internacionales como David Pierce, de la Universidad de Suráfrica, que investiga el arte que comenzaron a desarrollar los primeros humanos que hubo en la Tierra; Pilar Fatás, de la Universidad de Altamira, en España, que investiga el arte rupestre que hay en ese país, con alrededor de 40.000 años de antigüedad, y Andrezej Rozwadowski, de la Universidad Adam Mickiewicz de Poznań, en Polonia, que investiga las pinturas rupestres presentes en Siberia.
Además, participan varios investigadores latinoamericanos de países como Brasil, Argentina, Uruguay y claro, Colombia, que cuenta con 10 expertos. También participan en la interpretación de las pinturas varios sabedores tradicionales indígenas de pueblos como el curripaco y el tucano, descendientes de aquellos primeros pobladores amazónicos.
Un lugar de gran relevancia arqueológica a nivel mundial
Según cuenta José Iriarte, coordinador de ‘Last Journey’, “el arte rupestre de la Amazonía colombiana, sobre todo la de la Serranía de Chiribiquete y de la Serranía de la Lindosa, es uno de las más ricos de toda Suramérica y a nivel mundial”.
“Flipan, como dice un colega español, cuando ven 100 metros de paredes de arte rupestre. Incluso yo me sigo fascinando», dice, refiriéndose a la reacción de sus colegas internacionales.
Y aunque su interpretación es difícil, Iriarte dice que hay que dejar de lado la perspectiva occidental y mirar con ojos amazónicos: «La mayoría de los grupos de la región no hacen una distinción entre lo que es humano y animal, todo tiene un espíritu y hay que ver esas pinturas basándose en ideas como esas”.
Cuenta Iriarte que las pinturas de La Lindosa tienen un elemento único y es la gran cantidad de personajes antropomorfos que están representados. También hay numerosas representaciones de la danza, que demuestran que era y es fundamental para las comunidades indígenas.
Además, hay varias representaciones de ‘teriántropos’, que combinan partes humanas con partes animales y vegetales: “Hay una muy bella que tiene los pies humanos, el torso es un águila con sus alas extendidas y tiene cabeza de serpiente. Eso habla de las prácticas chamánicas que realizan los sabedores indígenas, quienes tienen viajes trascendentales en los que entran al mundo de los espíritus”, asegura Iriarte, quien cuenta que, además, está representada buena parte de la fauna de la selva amazónica.
Y aunque puede que esas interpretaciones no se confirmen jamás, la idea no es tener certeza de qué significan, sino “generar discusiones tanto desde puntos de vista técnicos como prácticos, alrededor del tema, para así tener diferentes miradas en torno a la arqueología y el arte rupestre en Colombia y en el mundo, que es una buena manera de entender la diversidad cultural de la que hacemos parte” dice Nicolás Loaiza, director del ICANH.
Y agrega: “Lo que verdaderamente es interesante es ver esas expresiones de culturas pasadas, cómo veían el mundo, cómo lo representaban. Aunque nunca sepamos exactamente a qué hacían referencia, sí es una pequeña ventana al pasado que sirve para reconocer que había otras formas de manifestarse”.
Reconocimiento de la diversidad del pasado para construir futuro
El evento, que está siendo transmitido a través de Zoom y traducido a inglés, español, portugués y tukano, cuenta con ponencias de académicos; exhibiciones artísticas; actividades experimentales como pintura y culinaria; dos visitas a las pinturas de Cerro Azul, Raudal y Nuevo Tolima, y un taller para reflexionar acerca de la conservación de las pinturas, el turismo sostenible y las voces de los actores involucrados en este proceso.
Al respecto, tanto Iriarte como Loaiza sostienen que, precisamente, la permanencia de las pinturas hacia el futuro tiene que ver sobre todo con la participación de las comunidades locales en su conservación: “Se han generado procesos de apropiación de las pinturas que han derivado en cooperativas y asociaciones para su conservación. Antes podía subir todo el mundo que quisiera sin restricción alguna, pero ahora las comunidades se han organizado en torno a la preservación de ese tesoro” comenta Iriarte.
Loaiza, por su parte, sostiene que las comunidades “han venido fortaleciéndose y adaptando sus prácticas para la protección y la gestión integral de este patrimonio arqueológico. Son los que saben, los que cuidan, los que proponen e investigan. Son la vida de estas cosas”.
Precisamente por eso, el simposio no está pensado únicamente como un espacio académico y de discusión técnica, sino que involucra los saberes tradicionales de los locales y los considera como fundamentales para la preservación del patrimonio.
Es también un lugar para seguir fomentando la participación local en la conservación del patrimonio arqueológico y natural del Guaviare y de Colombia, al tiempo que es una herramienta para reconocer y valorar la diversidad cultural que habita estas tierras desde hace milenios y de cómo estos pueblos han coexistido en paz con esos territorios.
“Las pinturas nos hablan de 13.000 años de coexistencia con la selva tropical sin destruirla, nos están dando una lección y enviándonos un mensaje” asegura Iriarte.
Por su parte, Loaiza asegura que estas pinturas son una ventana que permiten ver que no hay una sola forma de ser colombiano, que existen otras formas de habitar y de entender el mundo que deben ser respetadas y protegidas.
“Es una herramienta para pensar en otras formas de vida”, cosa que considera particularmente relevante en el contexto nacional actual, en el que Colombia parece estarse encaminando hacia la construcción de paz, que implica convivir en paz entre la diversidad cultural y ambiental que compone nuestro país.