A través de un balance entre los saberes tradicionales y la educación occidental, la etnoeducación busca formar a los jóvenes wayuu y rescatar las costumbres de sus pueblos.
Según el registro de la Organización Nacional de Pueblos Indígenas, ONIC, en Colombia existen 106 pueblos nativos. Eso, entre otras cosas, significa que existen 106 cosmogonías diversas, 106 maneras de entender e interactuar con el mundo y con el entorno.
La protección de esa diversidad se da hoy de diversas maneras, gracias a la lucha que esos pueblos han librado a lo largo de la historia.
En 1991 esas luchas alcanzaron su hasta ahora más importante victoria: el reconocimiento constitucional de Colombia como una nación pluriétnica y multicultural.
Y aunque ese fue uno de los momentos más importantes para la protección y conservación de la multiplicidad étnica, ya desde antes los esfuerzos de las comunidades habían rendido algunos frutos.
En 1976, y producto de las presiones que realizaron las comunidades indígenas del Cauca a principios de esa década, el Ministerio de Educación incluyó en el decreto 088 de 1976 un artículo que dicta: “los programas para la educación de las comunidades indígenas tendrán en cuenta su realidad antropológica y fomentarán la conservación y la divulgación de sus culturas autóctonas.”
Ese fue el principio de lo que hoy se conoce formalmente como Etnoeducación. En palabras de María Laura Acosta Umariyú, indígena Wayúu y directora del Centro Etnoeducativo Indígena Anas Wakuaipipa: “es un proceso formativo que se lleva desde la cultura propia. Su núcleo es nuestra cosmovisión, nuestras tradiciones y nuestra cultura”.
La Etnoeducación y su propósito
Cuenta María Laura que, dada la globalización y la subsecuente mezcla e interacción entre diversas culturas, muchos de los jóvenes y de los niños del municipio de Uribia, llamada la capital indígena de Colombia, en el departamento de La Guajira, se están desligando de sus tradiciones.
“Ya los jóvenes Wayúu no se ven ni se reconocen como tal.”
Es por ello que en la institución educativa que dirige, los programas y currículos de enseñanza tienen siempre un enfoque de educación étnica. Con este buscan reforzar los saberes y las tradiciones ancestrales de la comunidad.
Así, y aunque trabajan bajo los lineamientos que determina el Ministerio de Educación y en ese sentido enseñan las cuatro áreas de conocimiento fundamentales: lenguaje, ciencias naturales, ciencias sociales y matemáticas, lo hacen siempre desde una perspectiva que parte desde su contexto cultural.
Por ejemplo, el tema del lenguaje lo trabajan desde lo que ellos llaman el Arijunaiki. Enseñan, entonces, la lengua tradicional del pueblo, el wayuunaiki, y el español.
“Siempre dictamos un currículo flexible, 50% de cultura tradicional y 50% de educación occidental. Agarramos un eje temático y lo aterrizamos en el contexto cultural.”
Un balance entre saberes tradicionales y educación occidental
Y es que, según cuenta María Laura, el objetivo de la etnoeducación no es de ninguna manera desplazar a la educación occidental. Por el contrario, se trata de usarla como elemento para nutrir la educación tradicional y de esa manera fortalecer el arraigo cultural entre los jóvenes y los niños.
“La idea es encontrar un balance en el que podamos nutrir nuestros saberes a partir de eso que nos ofrece occidente, pero siempre partiendo desde lo nuestro.”
Usan tradiciones y costumbres para explicar conceptos de occidente que consideran importantes, como la educación sexual o la democracia.
Así, emplean la figura del palabrero, o Putchipù, que es la autoridad mayor dentro de las comunidades wayúu por ser el encargado de llevar la palabra, para hablar de democracia.
“Él es una figura democrática en nuestra comunidad, entonces es importante que los niños sepan qué es, de qué se trata, cómo es que se elige, cuáles son las características que debe tener y todo eso.”
Lo mismo con la sexualidad, que es un tema, explica María Laura, frente al cual hay mucho silencio en la comunidad. Lo que se busca es llevar ese conocimiento que aporta occidente a espacios tradicionales, como los rituales de encierro.
Estos son ritos de paso hacia la pubertad femenina en los que las jóvenes son aisladas luego de su primera menstruación. Durante el rito, las niñas que, según las creencias wayúu, pasan a ser mujeres, aprenden los valores, comportamientos y costumbres femeninas de su cultura.
La idea, sin embargo, es que a través de la etnoeducación también aprendan acerca de derechos sexuales y reproductivos, sexualidad consciente y otros temas alrededor de la sexualidad.
“Se trata de ver cómo podemos nutrir nuestra cultura a partir de la interacción con otra, sin olvidar lo nuestro propio”.
La importancia de la Etnoeducación
A María Laura le prohibían hablar wayuunaiki cuando estaba en el colegio. Decían que estaba hablando mal de las personas y que eso no servía para nada.
“Eso se tiene que romper. La educación debe trabajar de manera articulada con las tradiciones.”
Y aunque admite que es consciente de que la adaptación debe ser hacer parte del plan de vida de un pueblo, también sostiene que la interacción entre culturas no debe ni puede perjudicar la propia.
En ese sentido, comenta que la etnoeducación constituye la posibilidad para que las comunidades indígenas puedan interactuar sin tropiezos con el entorno occidental, al tiempo que les permite ratificar su identidad y su cultura, “y tener la certeza de que a donde yo llegue, me identifiquen como Wayúu.”
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