En Orocué, Casanare, Jose Eustacio Rivera vivió y escribió parte de La Vorágine, una de las obras más importantes de la literatura latinoamericana. Hoy, la casa que habitó es un museo que preserva y difunde su historia en el municipio.
Hace varios años, cuando Carmen Julia Mejía preguntaba a los niños y niñas de Orocué, Casanare, si sabían qué era La Vorágine, ellos respondían que sí.
Le decían que era la “droguería de Don Chiqui, la farmacia de aquella esquina” o señalaban cualquier otro comercio del municipio que llevara el nombre de la obra de José Eustasio Rivera.
“Cuando nosotros llegamos a trabajar el tema, nadie sabía por qué Orocué era la cuna de La Vorágine. Algunos adultos, especialmente los que terminaron sus estudios en el Colegio de la Salle, conocían algo sobre el tema, pero no se lo comunicaba a sus hijos, señala Carmen Julia.
Y aunque muchos en Colombia recuerdan la célebre obra de José Eustasio Rivera, sobre todo, como un libro de denuncia sobre las masacres que cometió la industria cauchera de finales del siglo XIX en el Amazonas, Casanare y, en particular este municipio del suroriente que colinda con el río Meta, es la cuna de La Vorágine.
Hoy Carmen Julia Mejía lidera la Casa Museo La Vorágine, un lugar dedicado a preservar y difundir la memoria histórica de Orocué, sobre todo aquella que está ligada al libro publicado en 1924, recordado por ser uno de los primeros textos de denuncia del siglo XX y un clásico de la literatura latinoamericana.
Orocué: cuna de La Vorágine
José Eustasio Rivera nació en el Huila y se graduó como abogado de la Universidad Nacional de Colombia en 1917. Allí escribió su tesis, titulada La liquidación de las herencias.
Fue precisamente gracias a ese trabajo que llegó a vivir en Casanare, pues José Nieto lo contrató para solucionar un pleito legal que tenía con ganados y tierras en el departamento. A principios del siglo XX, Orocué fue un puerto internacional importante que contaba con notarías, lo que hizo que José Eustasio quisiera quedarse trabajando allí.
Fue entonces cuando el autor se inspiró para escribir su libro, más específicamente sobre la historia de amor de dos de sus personajes: Arturo Cova y Alicia, los protagonistas de la obra.
Según Carmen Julia, “en Orocué, José Eustasio Rivera conoció a Luis Franco Zapata y a su novia, Alicia Hernández Carranza, de Guateque. Luis Franco se hizo su amigo, siendo testigo y perito de los juzgados en el pleito en el que trabajaba. Fue en ese entonces cuando Franco le contó a Rivera sobre su romance con Alicia. Por eso sabemos que en Orocué se gestó La Vorágine: en Orocué José Eustasio Rivera conoció el Llano, a su gente, sus costumbres, su flora, fauna y una historia de amor que lo inspiró con su mente de poeta y pluma de escritor”.
Una casa que preserva la memoria
El lugar en el que hoy funciona la Casa Museo La Vorágine fue construido en 1898 por Teodoro Amézquita. Aquí, José Eustasio Rivera vivió, aproximadamente, entre 1918 y 1920.
Al entrar en esta casa, desde la arquitectura hasta los objetos que hay dentro permiten que los visitantes evoquen la vida cotidiana del municipio de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El reloj fabricado en 1891, el mortero de porcelana y un piano de finales de siglo XIX son algunos de los objetos testigos de la época que se conservan en la casa.
Todo esto se debe a un largo trabajo que comenzó en 2014 en cabeza de la Fundación Isana, la organización en la que trabaja Carmen Julia, quien lideró el proyecto.
“Yo fui muy cercana a Isabel (Chavita) Amézquita, la cuidadora de la casa y mi tía materna, con quién viví gran parte de mi vida. Ella fue mi segunda madre y en sus últimos siete años, cuando vivió conmigo, me alcanzó a contar muchas cosas con una lucidez tremenda que permitieron consolidar el proyecto de la Casa Museo”, cuenta Carmen Julia.
Una vez Chavita le entregó la propiedad, la Casa Museo La Vorágine se convirtió en una realidad que logró, entre otras cosas, que desde 2014 la casa fuera considerada un Bien de Interés Cultural Municipal. Pronto se convertirá en uno departamental.
Jóvenes guardianes de La Vorágine
Carmen Julia señala que, al iniciar el proyecto, se dieron cuenta de que «los niños no conocían la historia de su pueblo, pues si no conocían la historia de La Vorágine tampoco conocían la historia de Orocué”.
Por eso, con el proyecto en marcha, la Fundación Isana empezó a trabajar con los niños y niñas del municipio por medio de una iniciativa llamada Pequeños Vigías, en la que enseñan a los jóvenes sobre La Vorágine a través del dibujo y el teatro, la cual ganó un reconocimiento internacional de la organización Ibermuseos en 2018, por su labor educativa.
“Lo que hacíamos era rifar un fragmento del libro para que ellos lo plasmaran en un dibujo. Nos dimos cuenta de que los niños nunca habían recibido clases de dibujo y eso también lo pudieron aprender”, cuenta Carmen Julia.
Con esta actividad, aunque los niños no lean el texto completo debido a su dificultad, han aprendido sobre historia y a leer La Vorágine a través de colores. En sus dibujos, plasman los atuendos fieles a la época; encuentran las diferencias entre las vestimentas, los sombreros, los medios de transporte y, en general, aprenden sobre el contraste de la vida cotidiana entre ayer y hoy.
Además, en Orocué hay ocho resguardos indígenas de la comunidad sáliba, con los que también trabajó la Fundación Isana.
Para Carmen Julia “hacer que los niños se sintieran artífices de nuestra historia fue difícil, pero hoy podemos decir que los mejores dibujos son de los niños y niñas sálibas. Con esto pudimos mostrarles la primera denuncia novelada sobre la explotación humana en Colombia. Y así, evidenciar también que esta sigue ocurriendo de formas distintas después de un siglo, en minas de oro, en cultivos de coca, sin la necesidad de profundizar en eventos tan duros para niños y niñas”.