En el marco de la campaña If Then/She Can, y de la conmemoración del Mes de la Historia de las Mujeres en Estados Unidos, 120 científicas serán homenajeadas en el museo, incluyendo a esta doctora en ingeniería biomédica.
El 5 de marzo, las estatuas de 120 mujeres que trabajan en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas en inglés) en Estados Unidos serán instaladas en el Museo Smithsonian, en Washington D.C. Entre esas piezas impresas en 3D y en escala real estará la doctora Ana María Porras, una colombiana que migró a Norteamérica siendo una adolescente con la meta de convertirse en ingeniera biomédica.
Las estatuas se instalarán en el marco de la campaña If Then/She Can, que tiene como slogan «If we support a woman or a girl in STEM, then she can change the world» (que traduce «si apoyamos a una mujer o una niña en STEM, entonces ella puede cambiar el mundo«), una iniciativa de la Asociación Americana por Avances en la Ciencia (AAAS, en inglés) y la organización Lyda Hill Philanthropies, que le apuesta a, como señala el comunicado en el que se anunció la exposición, “un cambio cultural dentro de las niñas para abrir sus ojos hacia las carreras en STEM”.
“Las 120 estatuas impresas en 3D son la coalición de mujeres que actualmente trabajan en STEM y son modelos para seguir por su liderazgo en diversos campos, desde la protección de la vida salvaje, el descubrimiento de galaxias, la construcción de plataformas en Youtube hasta la búsqueda de una cura al cáncer”, continúa el pronunciamiento oficial.
Y entre esas estatuas está Porras, quien en 2011 se graduó de la Universidad de Texas como ingeniería biomédica, posteriormente realizó una maestría (2014) y un doctorado (2015) en el mismo campo en la Universidad de Wisconsin y un posdoctorado (2017 – 2019) en la Universidad Cornell.
“Las estatuas surgen como una respuesta a un estudio que señaló que, en las 10 ciudades más pobladas de Estados Unidos, había menos de 12 estatuas de mujeres en espacios exteriores. La solución de If/Then fue crear la mayor colección de estatuas de mujeres en todo el mundo. Entonces nos escanearon y nos imprimieron en 3D, en tamaño real”, dice la doctora nacida en Bucaramanga.
Y agrega que “la idea es que cuando una persona, una mujer, una niña, un niño vea a las estatuas, se sorprenda al ver la cantidad de tipos de mujeres que sí pertenecen y pueden hacer parte de la comunidad STEM”.
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“Sí podemos ser científicas”
“Yo tenía una gran ventaja: mi mamá y mis primas fueron grandes modelos para mí. Entonces yo crecí sabiendo que las mujeres sí podemos ser científicas”, dice al reflexionar sobre su decisión de ser ingeniera y agrega que sus papás son ingenieros y trabajaron como profesores de la Universidad Industrial de Santander (UIS). “Es algo que había internalizado desde muy pequeña”, indica.
Por eso, cuando tenía 17 años y estaba terminando el colegio en Bucaramanga, en 2005, su duda no era si podría ser ingeniera, sino entender específicamente qué quería hacer con la afinidad que tenía por la biología. Fue su madre, sin embargo, la que ayudó a resolver ese rompecabezas.
“Una vez mi mamá fue a una visita, creo que a la Universidad de Antioquia, evaluando la carrera de ingeniería biológica. Cuando ella volvió, entró a mi cuarto y me dijo ‘creo que ya sé lo que puedes estudiar’. Y, después de ‘googlear’ un montón, llegué a la ingeniería biomédica, la ingeniería aplicada a resolver problemas de la medicina humana”.
El problema es que para la época la oferta en las universidades colombianas en ingeniería biomédica era reducida. Por eso, animada por un amigo que estudiaba en esa institución, migró a Estados Unidos donde se formó profesionalmente. Con la experiencia que le da ser profesora desde hace ya varios años, explica que su trabajo consiste en “entender cómo funcionan las enfermedades; algo que a mí me interesa mucho son las interacciones entre los humanos y los microorganismos, todo eso en el laboratorio”.
Su interés también está en la docencia. Por eso, en 2015 obtuvo un Certificado Delta en Enseñanza y Aprendizaje de la Universidad de Wisconsin. Y, también, desde hace varios años, usa sus redes sociales para, a través del croché, la técnica de tejido tradicional en Colombia, hacer divulgación científica. Una idea que surgió en 2014 en un festival de ciencia e ingeniería en Washington D.C.
“Estudié la microbiota intestinal y, por definición, los microorganismos no se pueden ver, ¿entonces cómo atraíamos gente? Me surgió la idea de usar el croché para eso. Y es una herramienta muy útil, primero porque el arte nos puede ayudar a visualizar muchos conceptos científicos. También me gusta mucho la idea de usarlo porque es muy tradicional, muy femenino y acercarlo a un tema como es la ciencia que, en los arquetipos, sería algo más ‘masculino’”, afirma.
Su interés es que, como le pasó a ella, las niñas sientan que sí pueden ser científicas. Una meta que relata al contar su experiencia con los Clubes de Ciencia de Colombia, una organización a la que pertenece desde 2019. Ese año, en colaboración con el profesor de la UIS Germán Zafra, realizaron un club sobre divulgación científica enfocada en microbiología.
“Una estudiante me escribió como ‘profe, yo no sabía que yo podía ser científica o microbióloga y estoy muy emocionada, y me interesa mucho la microbiología’”, recuerda.
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Ser mujer latina en la academia
Pero no es sencillo. Incluso con el privilegio, como ella misma lo llama, de haber crecido en un entorno donde era normal que las mujeres fueran científicas, hay datos que siguen demostrando que eso es más una excepción que una regla. Más si se es una persona latina en Estados Unidos.
En 2018, la Universidad de Cambridge publicó el artículo “Latino engineering faculty in the United States” (Docentes latinos de ingeniería en Estados Unidos). En ese estudio se señala que, para 2016, había 587 profesores latinos en Estados Unidos. Menos de 600 en un país donde hay 36.776 personas que trabajan como personal docente en ingenierías, de acuerdo con la Sociedad Americana para la Educación en Ingeniería (ASEE, en inglés).
Y para las mujeres migrantes es aún más complejo. De esos 587 miembros de facultades, en 2016 solo 102 eran mujeres, incluyendo a Ana María Porras. Con una anotación importante del estudio de la Universidad de Cambridge: “El porcentaje de mujeres en facultades es significativamente mayor en los niveles de profesores asistentes o asociadas, comparadas con el cargo de profesoras”.
Esa realidad también ha hecho que Porras se cuestione su trabajo. “Nunca, en todo el rato que yo he estado acá en Estados Unidos, tuve una profesora latina y uno se empieza a preguntar ‘¿será que las personas como yo sí pertenecemos acá? ¿Será que nuestras ideas sí son valoradas?’”.
Preguntas que surgieron, sobre todo, cuando estaba haciendo su doctorado en Cornell: “Cuando yo decía que era ‘posdoc’ mucha gente me cuestionaba por ser joven, pero yo veía que había hombres de mi edad. A los hombres siempre los toman como figuras de autoridad y eso es algo que a nosotras las mujeres no nos pasa, más si eres una mujer migrante”, relata.
Por eso, en asocio con el colombo-estadounidense Brian Aguado –quien es profesor asistente de bioingeniería en la Universidad de San Diego–, creó Latinx Biomedical Engineers, una comunidad virtual de personas latinas interesada en Ingeniería Biomédica. “Lo hacemos para cerrar esas brechas que pueden existir cuando uno se siente aislado”, dice.
A la larga, concluye, “no es solo lograr que más mujeres participen en las ciencias, sino lograr que se mantengan. Que creemos ambientes que sean favorables para que las mujeres sean exitosas”.