Con un programa de desarrollo de tecnología robótica, la institución educativa Antonio Nariño, del corregimiento El Morro, en Yopal, quiere motivar a los estudiantes a que generen soluciones para sus entornos.
Diego González es docente de informática de la institución educativa Antonio Nariño en El Morro, un corregimiento de la capital del Casanare, Yopal.
Estudió ingeniería de sistemas en la Universidad Autónoma de Colombia y “por cosas de la vida”, como dice él, llegó a la docencia: “Me di cuenta de que lo había bien y que me gustaba mucho, y ahí me quedé”.
Por dos décadas enseñó informática y materias relacionadas con Tecnología en diversos prestigiosos colegios de Bogotá, hasta que un día fue seleccionado en un concurso estatal para ser docente en la institución donde está hoy.
Cuenta que siempre había querido enseñar en colegios públicos y de esa manera contribuir a generar la equidad que, dice, debe haber en la educación: “Todo el mundo debería tener acceso a educación de calidad, no debe ser un privilegio, sino un derecho”, afirma.
Cuando llegó a los Llanos, Diego se dio cuenta de que los planes curriculares del colegio estaban muy desactualizados, pues “había grandes falencias en términos de que los estudiantes estaban trabajando cosas que debían haber visto hace cinco años, en grados anteriores y también había una falta enorme de temas tecnológicos, todo estaba enfocado hacia lo ofimático y nada hacia lo tecnológico”.
Así, emprendió la tarea de instaurar en el colegio un enfoque de desarrollo tecnológico que, dice, “es algo que ha permeado todos los campos del conocimiento y que es la base para realizar muchas cosas que pueden tener impactos positivos en los contextos inmediatos de los estudiantes, así como para proyectarlos profesionalmente”
De esa manera, Diego propuso un cambio en el currículo ante la directiva del colegio y gracias a eso, y de la mano de la fundación canadiense Sustenable, comenzó a implementar un programa de tecnología y robótica en la institución con el que, en sus palabras, busca que los estudiantes “tengan competencias para crear proyectos de robótica, para que, en un mediano plazo, puedan generar soluciones tecnológicas a problemas dentro de su entorno, particularmente dentro de la agronomía y el campo”.
Proyectos tecnológicos para aplicar en sus contextos
Ya con el apoyo del colegio, Diego comenzó a tocar puertas para conseguir el material físico necesario para realizar proyectos tecnológicos y de robótica, así como a buscar aliados para realizar capacitaciones y tutorías especializadas a los estudiantes.
Fue difícil, cuenta, porque ni la institucionalidad local y departamental ni las empresas privadas escucharon su propuesta hasta que recibió la visita de un amigo de larga data quien fundó y dirige la Fundación Sustenable.
“Los únicos que nos apoyaron fueron ellos: comenzaron donando material físico para los proyectos, kits de robótica y otras herramientas para cortar, pegar, construir, armar y soldar, entre otras cosas. Además, ahora justo en 15 días, vamos a comenzar con una serie de capacitaciones con especialistas de Estados Unidos en temas de programación para algunos de los estudiantes”, explica.
Diego cuenta que el programa se desarrolla con estudiantes en todos los grados del bachillerato, desde sexto hasta once, y trabajan diversos temas con distintos niveles de complejidad, dependiendo de la etapa escolar en la que se encuentren.
En sexto y séptimo se estudian temas introductorios a la robótica y la programación: algoritmos, diagramas de flujo, código, programación y demás con el objetivo de comenzar a desarrollar en ellos habilidades computacionales.
En octavo los estudiantes comienzan a hacer propuestas de iniciativas para automatizar a través de la programación, “proyectos que se puedan armar con componentes electrónicos y así poder automatizarlos, que es ya lo que uno podría considerar un robot”.
Finalmente, en noveno, décimo y once, los estudiantes trabajan proyectos más avanzados con base en todos los conocimientos adquiridos en años anteriores como, por ejemplo, desarrollar herramientas para medir la temperatura del suelo o la humedad del ambiente.
“Esos proyectos generan resultados prácticos para ellos. Tienen sentido, porque pueden aplicarlos en su entorno inmediato y en su cotidianidad”, aclara.
Gracias a ese proyecto, cuenta Diego, los estudiantes han adquirido intereses y capacidades antes desconocidos para ellos, cosa que, a su vez, ha llevado, por ejemplo, a que una de sus estudiantes, Ana Carolina Rodríguez, fuera seleccionada por la Fundación She Is para participar en uno de sus programas para visitar las instalaciones de la Nasa en Houston en agosto y septiembre de este año.