Habitar entre lo indígena y lo mestizo: la obra de Julieth Morales, artista del pueblo misak

Julieth ha desarrollado su obra alrededor de las tensiones y encuentros entre su cultura ancestral y la occidental, enfocándose en el cuerpo, las mujeres y lo colectivo, buscando con ello preservar tradiciones, pero también reflexionar acerca de los limitantes que estas pueden suponer.

Resistencia’, una de las últimas obras de Julieth Morales, recrea un baile tradicional del pueblo misak que se realiza antes de contraer matrimonio y en el que las mujeres, cogidas de las manos, forman una fila frente a los hombres, igualmente formados.  

Así comienza el baile, ejecutado principalmente por las mujeres, quienes deben danzar durante cuatro canciones sin parar. Si la mujer que se va a casar no resiste y se detiene, los hombres que tiene al frente se encargan de sentenciarla de mala mujer y con poca resistencia, tanto para el baile, como para el matrimonio. 

“Es un espacio en el que las miradas masculinas se congregan y se fijan sobre la mujer para juzgarla. Cómo baila indica cómo teje, cómo hila, cómo cocina y si la mujer no resiste, dicen que tampoco lo hará en el matrimonio y en su ‘rol’ de mujer”, explica Julieth. 

En su versión, sin embargo, los hombres no están presentes, o por lo menos no con tal protagonismo, pues solo acompañan con la música. Allí, lejos de la mirada masculina que vigila y juzga, Julieth busca resaltar el valor y la resistencia que hay en el acto de danzar de la mano

“Cómo al tomarse de las manos, las mujeres hablan y demuestran sororidad, cómo las que están al lado de la que se va a casar, la sostienen y la apoyan, no la dejan cansar para que pueda cumplir con ese ritual. Con esta obra busco hablar no de lo que le va hace falta a la mujer, sino de su fortaleza”. 

Con ello, además de exaltar la resistencia inherente pero poco reconocida de las mujeres misak, Julieth busca despertar procesos de reflexión al interior de su comunidad, para que cuestione el motivo de ciertas prácticas muy arraigadas y cómo ellas, a veces, pueden suponer limitantes para el libre desarrollo de un proyecto de vida. 

“Es muy positivo porque se comienza a cuestionar la cotidianidad de la mujer misak” asegura Julieth, quien ha situado su propuesta artística en lo performático y ha buscado desde allí hablar de los encuentros y las tensiones entre lo indígena y lo mestizo, una frontera que ha habitado desde que era niña y que le ha servido tanto de inspiración artística, como de punto para autorreconocerse y encontrarse.

Entre lo indígena y lo mestizo

En su obra, Julieth Morales busca reencontrar y revitalizar la memoria y las tradiciones de su pueblo. Paralelamente, motivar reflexiones críticas a su alrededor. / FOTO: cortesía de Julieth Morales

Julieth cuenta que buena parte de su vida la pasó en un constante ir y venir entre exigencias indígenas y mestizas. Creció junto a su hermana y a sus primas en casa de sus abuelos, quienes décadas atrás habían tenido que abandonar la tierra que tenían, en inmediaciones del municipio de Caldono, en el Cauca, a causa del racismo, así como por disputas por la tierra dentro de la misma comunidad y la presencia de grupos armados. 

Ellos siempre insistieron mucho en la necesidad de estudiar, una fijación que, aunque ligada a las posibilidades que se pueden derivar de la formación, estaba más motivada por una preocupación de que en la comunidad y dentro de los oficios tradicionales indígenas, no había futuro. Una intención, entonces, de abandonar y desligarse de lo indígena

“Tenían este pensamiento de tener que salir del territorio, estar lejos y no regresar, con el fin de borrar el tema de lo indígena, borrar cualquier rasgo para poder encajar dentro de lo mestizo, hablar español y no nuestra lengua”. 

Y aunque era su abuela quien con más fuerza le recalcaba eso, al mismo tiempo, ella era también la persona que con mayor fuerza le insistía en que debía aprender los oficios tradicionales de las mujeres misak. 

Incontables fueron las veces en las que le insistió a Julieth que debía aprender a tejer sus propios anacos, las faldas largas que usan tradicionalmente las mujeres de su comunidad y que según la tradición, debe tejer cada una desde que es niña. 

Ella, sin embargo, nunca aprendió y poco le interesó hacerlo. Su madre, aunque profundamente involucrada en los procesos de recuperación de la memoria y la tradición, así como del territorio físico y con todo ello de la identidad misak, tampoco fue muy insistente en que su hija aprendiera las costumbres. 

Entonces, cuenta Julieth, “yo crecí con ese sentir de que debía estar en otro lugar, y aunque me decían eso, que no parecía una mujer guambiana porque no quería aprender las cosas tradicionales, también me decían que tenía que irme. Entonces estaban esos opuestos de aprender lo tradicional, pero también de irme porque acá no hay futuro”. 

A ciegas en una disciplina que le permitió ver

Julieth cuenta que entró 'a ciegas' a la carrera de artista, pues poco o nada sabía al respecto. Sin embargo, fue a partir de las herramientas que su profesión le dio que logró reencontrarse con muchas de sus tradiciones ancestrales. / FOTO: cortesía de Julieth Morales

Cuando Julieth se graduó del colegio, decidió estudiar arte por sugerencia de su tía. No sabía porqué, ni qué podría hacer con esa carrera, o con cualquiera en realidad. Era poco lo que podía imaginar alrededor de un proyecto de vida fuera de su territorio, por lo que ‘la educación’ no era sino una idea etérea que se percibía como una necesidad absoluta, pero con la que no se sabía muy bien qué hacer una vez conseguida. 

Nerviosa por no saber si quiera qué era el arte y sin poder nombrar un solo artista, se presentó en entrevista en la facultad de arte de la Universidad del Cauca, donde, sin embargo, pasó.

Con la entrada a la carrera terminaron las presiones y exigencias culturales que le imponían desde la casa y lo miedos por el comportamiento que debía tener en el territorio, que no la dejaban tranquila. 

Y comenzó también un largo y profundo proceso, “muy sensible y muy consciente”, de revisión de su vida a partir de las herramientas que le daba el arte. Con el tiempo se dio cuenta de que en sus bitácoras, las representaciones de su cuerpo eran recurrentes, siempre atadas a un elemento simbólico de su comunidad. 

Había, por ejemplo, representaciones de sí misma con el chumbe, un tradicional tejido que usan las mujeres misak para cargar y proteger a sus bebés y que, según el mito, fue hecho en un primer momento por los espíritus de nueve doncellas, que tomaron los hilos del arcoíris y con ellos lo tejieron para vestir a Juan Tama, el hijo de las estrellas, cuando este emergió de las aguas de donde surgió la humanidad. 

En 'Pørtsik' (Chumbe), Julieth cubre la totalidad de su cuerpo con el chumbe, simbolizando cómo en un momento de su vida sintió que las tradiciones culturales de su pueblo impedían su desarrollo como mujer. / FOTO: Rodrigo Velázquez & Daniela Tobar

Era, sin embargo, un momento de inconformidad con su territorio y sus costumbres, “de rebeldía hacia él. No me veía asumiendo el rol de la mujer misak, me parecía conflictivo pensar en la experiencia de ser mujer en mi comunidad, toda la violencia que se vivía y unas exigencias culturales que permitían el maltrato, unas tradiciones que desvaluaban la palabra de la mujer y le restaban valor, incluso a pesar de que en la tradición se habla de que la mujer es un pilar fundamental de la cultura. Eso me dolía mucho y por ello no quería aceptarlo”. 

De allí surgió una de sus primeras obras performáticas, en la que cubrió su cuerpo desnudo con el chumbe, que, en vez de llegarle hasta los hombros, como sucede con los niños, le cubría hasta la cabeza, pasando por su boca y su mirada. 

Con ello simbolizaba cómo esas tradiciones culturales cubrían su voz, su pensamiento, su mirada y su identidad como mujer. “Lo cultural, de algún modo, bloqueaba todo eso”. 

Y aunque era un claro símbolo de resistencia ante ello, una parte de Julieth también concebía el chumbe como un elemento profundamente afectivo. Una tradición para revivir la memoria de los mayores y las mayoras de su comunidad, de su abuela, que le recordaban que fue con él que se arropó el hijo de las estrellas que dio origen al pueblo misak. 

El chumbe es un elemento tradicional del pueblo misak con el que las mujeres envuelven a sus hijos, simbolizando protección, cuidado y enseñanza. / FOTO: cortesía de Julieth Morales

“El chumbe también significa protección de una madre a su hijo, me gusta mucho haber hecho esa acción de envolverme porque aunque significaba esas limitaciones, también es un elemento de protección, de cuidado y de enseñanza”. 

Un componente olvidado, o por lo menos menguado, producto de un profundo impacto a causa del proceso colonial, que sistemáticamente buscó despojar a las poblaciones indígenas de sus tradiciones, sus significados, su memoria, su territorio, su espiritualidad y sus vivencias.  

Fue así como Julieth comenzó un proceso de búsqueda de la memoria de sus antepasados, con el objetivo de entender porqué y cómo se sembraron aquellas ideas de querer borrar cualquier componente indígena y esa necesidad de ajustarse y enmarcarse dentro de lo mestizo. 

“Eso me permitió ver todo un sistema homogeneizador producto de la Colonia del cual resulta esa visión de la exigencia de lo mestizo, que es muy fuerte y devastador para nosotros como indígenas, porque somos el resultado de toda esa configuración de querer encajar en otro lugar”. 

De ahí, entonces, surge también un reconocimiento del valor de los oficios tradicionales y de su rescate. Chumbar, por ejemplo, no es solo una actividad en la que se envuelve a un niño con una tela, así como tejer tampoco es solo el acto de juntar agujas, sino que con cada puntada, con cada capa, las mujeres están visualizándose, pensando cómo debe ser ese nuevo niño dentro del territorio, están dejando una parte de su ser y de su visión. 

Todo ello, combinado con una exploración artística en la que no solo se confrontó a una serie de exigencias indígenas, sino ahora a unas exigencias mestizas que la enmarcaron dentro estereotipos del ‘deber ser’ indígena desde una perspectiva occidental, la llevó a un proceso de autorreconocimiento y búsqueda que le permitió concluir que “sí soy una mujer indígena y tengo unas raíces que no se desvalúan por el hecho de tener ciertas experiencias”. 

El arte debe ser un proceso colectivo

En sus últimas obras, Julieth ha explorado el concepto de 'minga' y, en ese sentido, la importancia y la fuerza de la colectividad en las comunidades indígenas. / FOTO: cortesía de Julieth Morales

Con esa identidad ya consolidada, graduada de la universidad y con una obra artística amplia, Julieth ha venido explorando otro tipo de obras, donde la representación del cuerpo no es protagonista, sino la idea de lo colectivo. Sin embargo, la dimensión corporal sigue presente, pues su obra es en su mayoría performática.  

Se trata de un formato que escogió, no particularmente porque lo haya ‘descubierto’ como una herramienta innovadora para narrar lo que quiere expresar, sino que ha sido, también, un camino a través del cual ha revivido su ancestralidad y la ritualidad presente en ella

En un primer momento, le parecía “demasiado transgresor, mujeres exponiendo su cuerpo ante la mirada inquisidora de la sociedad era mucho para mí, y tampoco comprendía el impulso de querer hacerlo”. 

Más tarde, sin embargo, y en parte producto de toda esa exploración y revivir de la memoria de su pueblo, Julieth se dio cuenta de que el cuerpo y su activación ha estado siempre muy presente en la ritualidad de su pueblo y que, desde allí, podría tender un puente efectivo entre su arte y su comunidad, donde no siempre fue muy bien recibido su trabajo, precisamente, por exponer su cuerpo desnudo. 

“Las acciones corporales siempre buscan la confrontación con uno mismo, pero también son una forma de sanación y de equilibro entre cuerpo y pensamiento, entonces empecé a asumir toda la ritualidad que podía haber en mi obra y de esa manera sanar la memoria y desde allí convocar a mi comunidad. Con eso no tengo que hablar de conceptos externos como ‘performance’, sino trabajar desde el tejido, el hilar, la danza, cosas cercanas”.

Así, comenzó con propuestas en las que invitaba a su abuela y a otra tejedora, luego a 20 vecinas y luego a otras jóvenes misak, a participar de sus obras e instalaciones. Eso, cuenta, le ha permitido acercarse a conceptos como la minga y tenerla como base fundamental de su propuesta artística, con el objetivo de hacer énfasis siempre en la fortaleza de la colectividad, que, dice, es un saber que existe y es fundamental dentro de las comunidades indígenas, pero que se ha olvidado, por lo que se hace necesario retomarlo. 

“El arte se desbordó, hay que poder llegar a lo colectivo, el arte no puede estar en un salón, tiene que llegar y estar en la comunidad”, concluye Julieth. 

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