Este pueblo de Quindío tuvo el primer cementerio para no católicos en el país

El Cementerio Libre fue fundado en 1932 por Braulio Botero Londoño, una construcción que significó ir en contra de las autoridades de la época.

“Fue por allá en la década de los años veinte, justamente, cuando un grupo de personas acordamos la fundación del Cementerio Libre a raiz de que las libertades estaban amordazadas y no era permitido sino pensar de rodillas para obtener la venia del clero y de los caciques».  

Con estas palabras, Braulio Botero Londoño recordó, en 1982, los motivos que lo llevaron a él y a otro grupo de ciudadanos a fundar el Cementerio Libre, el primero en la historia de Colombia para las personas que no practicaban la religión católica.

Eran otras épocas. Aunque ahora no es un requisito que una persona sea católica para poder ser enterrada en un camposanto, en esos momentos era necesario pertenecer a la Iglesia Católica para que una persona fuera sepultada en uno. En 1928, el entonces párroco de Circasia (Quindío), Manuel Antonio Pinzón, se negó a permitir que fuera enterrado Valerio Londoño por practicar espiritismo. Fue esa la chispa que llevó a Braulio Botero a construir el Cementerio Libre.

A hoy, el cementerio cuenta con 600 tumbas aproximádamente.

Enterrar a un espiritista

María Eugenia Beltrán Franco, arquitecta e integrante de la Academia de Historia del Quindío, escribió una ponencia titulada “El cementerio de Circasia: testimonio del pensamiento de los primeros pobladores de la región”. En ella, contó cómo ese cementerio era el reflejo de las ideas liberales en una región conservadora, incluso, durante la hegemonía de ese partido que mantuvo el poder durante casi cincuenta años, relegando al Partido Liberal a un segundo plano.

Ese pensamiento liberal era también fruto de que Circasia –fundado en 1884–, se convirtiera en la primera mitad del siglo XX en el hogar de migrantes alemanes. 

“Hechos culturales de las poblaciones migrantes han sido tipificados como incómodos para la sociedad por salirse de las tradiciones sociales y religiosas colombianas, razón por la cual nos animamos a confrontar la mirada de la comunidad ante la muerte y releer el pensamiento masónico y su presencia en la región (…) y cómo estos son hechos físicos que permiten que hoy exista este lugar”, escribió Beltrán respecto al cementerio. 

Botero era cercano a esa comunidad de migrantes alemanes y ellos estuvieron entre los que apoyaron esa idea de un cementerio laico. Uno que no se fijara en las creencias religiosas o las posturas políticas para permitir que los familiares de los muertos también descansaran. Uno en el que los familiares de Valerio Londoño pudieran enterrar al espiritista de La Concha.

Londoño, aún estando muerto, siguió su trasegar. Anécdotas de la época cuentan que su familia quiso enterrarlo en un terreno que les pertenecía, sin embargo, este quedaba cerca de un afluente de agua y bien fuera por presión del párroco Pinzón o porque sí, hubo que desenterrarlo puesto que contaminaba el agua.

Cementerio Libre de Circasia
El Cementerio Libre se ha convertido, en la actualidad, en un atractivo turístico del Eje Cafetero. Sin embargo, en la década de los 30 del siglo XX fue el primer lugar en recibir los cadáveres de los muertos no católicos o que, por otros motivos, no eran sepultados en los cementerios manejados por la Iglesia Católica. / FOTO: Cortesía

Tumba de los libres

El padre de Braulio Botero, Miguel Antonio Botero Bernal, se sumó a la idea donando el lote llamado El Mangón, para que allí se construyera el cementerio. Entre 1928 y 1932, año en el que se fundó, amigos y cercanos a Braulio lo apoyaron con convites en los que se vendían distintos productos para conseguir los fondos necesarios para la construcción.

Sin embargo, y como era de esperarse, también hubo oposición de las autoridades eclesiales de la época. “El primer convite fue organizado en 1928 a objeto de iniciar la explanación de los terrenos. Fue entonces cuando los púlpitos en el Quindío se exasperaron y se lanzaron excomuniones para todas las personas que participaran en aquellos actos sacrílegos. Ocho días después vino el segundo convite y con él algunas órdenes de captura para los que estaban construyendo una obra que, se decía, atentaba contra la religión”, cuenta Jaime Lopera Gutiérrez, también miembro de la Academia de Historia del Quindío.

Un episodio que recordaría así Braulio Botero en 1982: “Varios pagamos con cárcel nuestro atrevimiento y nuestro desafuero. Pero mientras tanto, nuestro proyecto seguía adelante. Principiamos a recibir voces de aliento de personalidades ilustres que desde diferentes lugares aplaudían nuestra iniciativa”.

En 1930 Enrique Olaya Herrera se convirtió en el primer presidente liberal en cuatro décadas en Colombia. Esa elección fue un impulso para la construcción del cementerio libre, respaldada por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Un apoyo que surgió cuando el párroco que reemplazó a Pinzón puso una queja al respecto del desarrollo de las obras.

“La primera Junta Pro Cementerio Libre fue creada en 1930 cuando el liberalismo –luego de 44 años de hegemonía conservadora– regresó al poder. El nuevo párroco, A. Cardona, en su propósito de impedir el inicio de las obras del Cementerio Libre, llevó el asunto ante el Ministerio de Relaciones Exteriores sin éxito, pues este autorizó la construcción”, contó Beltrán.

El 28 de agosto de 1932 fue inaugurado el Cementerio Libre de Circasia. El lugar para los muertos sin fe ni dios. El lugar de descanso para homosexuales y gitanos. Un espacio que, sin embargo, siguió generando molestia entre conservadores, que a finales de la década de los cuarenta, mientras Braulio Botero vivía en un exilio autoimpuesto en Suiza, el cementerio fue destruido.

Al regresar al país, en los años 60, Botero no sabía si valía la pena reconstruirlo. A fin de cuentas, Colombia era otra: “En un principio pensamos que no valía la pena su reconstrucción, no sólo por lo costosa cuanto por lo inoficiosa, pues ya a los cementerios colombianos les había llegado aires de civilización y las puertas estaban abiertas para los cadáveres de personas de todas las religiones y también para los libres pensadores”.

Sin embargo, recordar lo que significó fundar ese cementerio en los años 30 fue un impulso para retomar las obras en 1972. Una decisión que permite que hoy, casi un siglo después, aún cumpla con ese papel descrito por Antonio José Restrepo en el Himno de los Muertos, escrito para el Cementerio Libre de Circasia:

“A ti vengo a buscar el reposo

Que a los libres ¡Oh tumba! les das;

Cual la esposa que abraza al esposo,

Tú me abrazas por siempre jamás”.

Cementerio Libre de Circasia
Imagen de Braulio Botero Londoño, fundador del Cementerio Libre de Circasia./ FOTO: Cortesía

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