Eulalia de Valdenebro ha dedicado su vida profesional a la ilustración botánica. Entre sus trabajos se encuentra una colección de las plantas mencionadas por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.
No entender las plantas como un objeto. Esa es la preocupación de Eulalia de Valdenebro, una artista de Popayán que ha dedicado su trabajo a la ilustración botánica. Una labor que la llevó, en 2014, a ilustrar la muestra La flora de Macondo, que explora, desde las plantas, la riqueza de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.
Su trabajo lo define como “una crítica al antropocentrismo, un grito que muchas personas estamos dando de ‘ya no más’. No tenemos un lugar jerárquico y tenemos que cambiar ese lugar de enunciación y de relación con la naturaleza, porque estamos cocinando un suicidio colectivo”.
Es una preocupación que se ha gestado con los años. Empezó con un regalo que recibió a los 13 años: una ilustración botánica. Apenas empezando la adolescencia, Eulalia tomó una decisión que ha marcado su carrera: “Yo vi eso y dije ‘esta gente viaja y dibuja’, yo quiero hacer eso cuando sea grande y no me equivoqué porque he viajado y dibujado mucho”.
Su trabajo, el de la ilustración botánica, lo define como “una condición muy rara”. No es ni arte ni ciencia, sino que se encuentra a medio camino de ambas, es un puente que las une. Además, lo nombra desde el anacronismo, pues ya no son muy comunes.
La botánica de Macondo
Uno de los trabajos que ha realizado en ese proceso de observación tiene que ver con una de las principales obras de la literatura colombiana: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. En una pieza para el Banco de la República, el botánico Santiago Madriñán leyó la novela desde la óptica de su profesión para conocer ese ecosistema que narraba García Márquez.
Eulalia fue convocada para hacer las ilustraciones de ‘La flora de Macondo’. “Es un proyecto en el cual se buscan las especies botánicas que se mencionan en Cien años de soledad y yo las ilustro”. El trabajo fue así: Santiago Madriñán se encargó de identificar cuáles eran esas plantas, que son nombradas coloquialmente, y a partir de esa selección ella hizo las ilustraciones.
Sin embargo, hace una acotación: “Esos dibujos, en realidad, no son ilustraciones botánicas científicas, porque son trabajos muy largos y lentos y costosos de hacer. Los dibujos son los apuntes que suelo tomar para hacer una ilustración botánica, es un trabajo más libre, parecen más bocetos. Es un trabajo en lápiz y en acuarela”.
Pero llegar hasta allá requiere de un proceso de observación y reflexión de semanas. Sin embargo, resalta que, más allá de esa utilidad entendida desde las dinámicas de compra y venta, “he encontrado que ese oficio me da una cosa que nada más me da: un tiempo muy pausado de observación de las plantas. Eso me permite a mí entablar una relación maravillosa, porque es muy lenta, muy prolongada”.
A partir del 3 de marzo hasta el 6 de agosto, la Flora de Macondo se exhibirá en el Centro Cultural del Banco de la República de Montería. También se realizarán conferencias, como la que dictará el autor Alonso Sánchez Baute, para hablar de la obra de García Márque
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La hoja perfecta
Eulalia narra esa “relación prolongada” con las plantas al hablar de cómo es el proceso de su trabajo. Lo explica con un encargo que le hizo el Grupo Argos: la Colección Savia, compuesta por cinco tomos de libros. Un botánico le proponía a ella una lista de plantas para ilustrar. “Yo me iba a la región del país, buscaba las plantas y me enamoraba de una. Entonces pasaba más o menos cuatro días en campo dibujando la planta viva”.
¿Qué significa ‘viva’? Que Eulalia llega al hogar de la planta, pero no interviene: no la corta ni la diseca, solo la observa. La mira en su estado natural y hace múltiples dibujos, fijándose en cómo cambia de posición por el viento, cómo le da la luz, “porque resulta que las plantas se mueven un montón”. También hace muestras de color, porque “la luz cambia y el verde nunca es el mismo”. Y, cuando aún está en campo, comienza a hacer un dibujo que sintetice todo lo que observó.
Lo que sigue tras la observación de una especie para encontrar qué la caracteriza, es “armar una planta ideal. Esta planta que estoy ilustrando tiene una hoja torcida o se la está comiendo un gusano, yo no ilustro eso. Yo estudio muchas hojas hasta saber cuál es la hoja perfecta y esa es la que ilustro”.
Luego de esa observación de días, regresa a su taller en Bogotá, a veces con un pedazo de hoja o con semillas. “Con esa información, ensamblo todo y son más o menos otros cuatro o cinco días de trabajo. Ahí ya sale la ilustración botánica terminada”, señala.
Hay excepciones. Para su proyecto más reciente, que está enmarcado en el doctorado en Arte y Ecosofía que realiza actualmente en la Universidad París 8, en Francia, se propuso hacer una ilustración botánica científica de un frailejón (la planta nativa de los páramos colombianos) y “fue in situ todo. Instalé un taller en el páramo para verlo todo el tiempo, porque no me lo quiero llevar, por supuesto… ni quiero, ni me interesa”.
Todo eso conlleva a una verdad para Eulalia: la razón por la que hace ilustración botánica, es porque le permite detenerse y realmente observar. “Una de las cosas más importantes que he aprendido es que las plantas solo las puedes pensar arraigadas. A diferencia de los animales, no se pueden mover y han desarrollado estrategias de simbiosis, de apariencia, de olores, de química para relacionarse con su entorno”.
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