La Fundación Color y Esperanza también ha llevado educación complementaria en inglés y acompañamiento psicosocial, a 150 niños y niñas del municipio chocoano.
Una pequeña casa pintada de amarillo, azul y rojo en Unguía, Chocó, se ha convertido en el espacio más seguro para 150 niños y jóvenes locales que necesitaban actividades a las cuales dedicar su tiempo libre después de la jornada escolar.
Se trata de la Casa de Colores, un proyecto creado en 2020 por la Fundación Color y Esperanza con el objetivo de ofrecer formación académica complementaria a niños del territorio entre los 5 y los 14 años.
Detrás de la idea está Nellysabeth Murillo, una abogada que, luego de haber entregado más de 20 mil regalos y de haber impactado a 350 niños, recuerda con sentimiento los motivos que la llevaron a organizar las primeras actividades sociales en el municipio:
“Decidí honrar el sueño de un amigo fallecido por el conflicto armado. Él me decía que creara una biblioteca pero yo lo veía como imposible. Tiempo después, cuando regresé a Unguía luego de estudiar mi pregrado en Medellín, me di cuenta que la vida más allá del río Atrato era diferente; que el territorio me necesitaba”, comenta la directora de la fundación.
En contextos de conflicto armado, señala, la niñez y la juventud suelen ser de las poblaciones más afectadas por el reclutamiento forzado y la deserción escolar. Un flagelo todavía más visible en territorios apartados, como Chocó, donde la falta de garantías en el acceso a derechos como la educación y la recreación también son palpables.
De hecho, un informe de 2023 de UNICEF y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar reveló que el departamento es el segundo a nivel nacional con mayor tasa de atención a niños, niñas y adolescentes reclutados en el marco del conflicto armado, con un total de 289 casos (que representan el 13.25% del total).
Además, de acuerdo con cifras de la Secretaría departamental de Educación, solo en 2022 más de 6 mil estudiantes chocoanos desertaron de los colegios.
En esa situación tan compleja, la Casa de Colores surge como una respuesta que ofrece a los niños la oportunidad de ocupar su tiempo libre después de la jornada escolar en actividades constructivas.
Además de los equipos de cómputo, conexión a internet y libros, cuentan con un equipo de maestros que dictan clases de inglés, sistemas, robótica y programación. Según su creadora, el lugar cuenta con un ambiente propicio para formentar la resiliencia y abrir su curiosidad ante el mundo «más allá de las los fusiles».
Tanto, que cuatro de los estudiantes asistentes están cursando carreras técnicas y pregrados en ingeniería de software, ingeniería ambiental, negocios internacionales y criminalística gracias a las becas que ofrece la Fundación.
Para Murillo, estos casos son un motivo de orgullo para toda la comunidad. Con ellos han demostrado que la educación es un motor para transformar la vida de los territorios más desfavorecidos de Chocó.
“La fundación es un sueño personal que se convirtió en uno colectivo. Creamos la Casa de Colores para que los niños ocuparan bien su tiempo libre después de la escuela, disminuyéndoles así las posibilidades de involucrarse en la guerra, en la que sí están muchos de sus familiares”, agrega.
El proyecto se ha sostenido gracias a donaciones de terceros, a aportes de $10.000 mensuales con los que colaboran los padres de familia y a las relaciones que ha entablado la fundación con aliados internacionales como Tik Tok, Uber y USAID.
“Para mí la Casa de Colores es una incubadora de talento que ha logrado salir adelante a pesar de todos los retos que hay en el territorio”, concluye Murillo