Conformada por 20 personas, La Sonora se ha convertido en un espacio para mejorar la calidad de vida de sus integrantes y sus familias, al tiempo que busca motivar a sus públicos a perseguir sus sueños.
No es raro que cuando se presenta La Sonora Boteritos se acerquen personas del público entre lágrimas a decirle a Ricardo Girón, licenciado en música de la Universidad del Valle y director musical de la orquesta, que el concierto que acaban de ver fue una enorme lección de vida.
“Cuando estamos en tarima pasa algo mágico, la gente comienza a sentir la alegría que transmiten los músicos y se acerca a decirnos que los hemos llenado de motivación, que los empujamos a hacer las cosas que quieren” comenta Ricardo.
Y es que la escena es al menos conmovedora: ver sobre una tarima casi a una veintena de jóvenes con síndrome de down, autismo, trastornos de aprendizaje y otras condiciones cognitivas diversas, tocando salsas, cumbias y bailando ante un público que los aclama.
Lo es porque es una población que carga con un estigma constante que los encierra en entornos sobre protectores, los califica de ‘personas especiales’ y así los limita y despoja de cualquier capacidad de agencia y de autonomía. Una falsa percepción de que por su condición no pueden tomar decisiones.
Pero verlos allí, tocando complejas melodías con gran maestría en sus instrumentos, cantando, bailando y haciendo que las personas se levanten de sus sillas para acompañarlos en la pista, es evidencia de que son capaces de ser músicos y cualquier otra cosa que les plazca.
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Mejorar la calidad de vida con salsa y cumbia
El proceso de la orquesta se remonta al 2009, cuando Ricardo llegó a la Fundación Boteritos, que auspicia a la Orquesta y que trabaja con esa población en Cali.
Entonces Ricardo trabajaba en la Fundación Batuta y había sido comisionado para dar clases de música a los niños y jóvenes de Boteritos en el marco de un programa más amplio con varias otras fundaciones.
Cuando eso terminó, Ricardo se quedó en Boteritos y desde entonces es profesor de música de la fundación, donde imparte clases a alrededor de 80 jóvenes.
De a poco fue seleccionando a los más interesados y con mejor talento musical para comenzar a consolidar el proceso de La Sonora Boteritos, que hoy está conformada por alrededor de 20 personas, “pero que cuando nos invitan a tarima llevamos 12 o 15, que vamos rotando en presentaciones, porque no podemos llevarlos a todos”.
Y aunque el proceso se remonta a el 2009, fue en el 2016 que comenzaron a tocar en espacios públicos, sobre todo en centros comerciales. Luego, en el 2017, con una primera participación en la Feria de Cali, comenzaron a invitarlos a otros escenarios.
Así, hoy han formado parte del plantel de artistas de eventos como la Feria de Cali, festivales internacionales de temas de discapacidad, en las Ferias Rurales y Comuneras de Cali, el Festival Mono Núñez, así como en las fases clasificatorias del Festival Petronio Álvarez y en la primera edición del Festival de Bambuco y Jazz de Duitama el pasado 24 de julio.
Y además de la valiosa experiencia que supone para estos jóvenes viajar a diversos lugares del país a presentarse en diversas tarimas y escenarios, la orquesta se ha consolidado también como un espacio que les ha permitido profundizar su bienestar y así mejorar su calidad de vida y la de sus familias.
Por un lado, es muy frecuente que las personas con alguna discapacidad cognitiva pasen mucho tiempo en sus casas sin muchas actividades que hacer a causa de la enorme dificultad que tienen para conseguir un empleo.
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En ese sentido, la orquesta es un lugar que los mantiene ocupados y entretenidos, al tiempo que incrementa su autoestima y su confianza.
“Cuando ven a sus familias, a sus padres, primos, tíos y al público en general y ven cómo los aplauden, como bailan con ellos, como se ríen, como se contagian de la alegría que ellos transmiten, pues incrementa su autoestima. La agrupación los hace sentir dignos, valorados, apreciados” asegura Ricardo.
“Aprendí que la vida es bailar todos juntos”
Es lo que dice Ricardo cuando responde a la pregunta de qué ha significado este proceso para él, pues no solo los jóvenes músicos se han beneficiado de La Sonora Boteritos.
Confiesa, con algo de inseguridad y en voz más baja, que cuando llegó a la fundación hacía parte de esa cada vez más pequeña fracción de personas que todavía carga prejuicios alrededor de esa población.
Pensó que estaría dándole clases a unas personas que “estaban vacías y que yo iba a llegar a llenarles su mente, su corazón y su vida”.
Sin embargo, más tardó en terminar de pronunciar esas palabras que en darse cuenta de que sus estudiantes “son seres con mucha vida y mucha alma. Y me han hecho crecer muchísimo”.
Fue en los constantes pero divertidos y alegres ensayos, donde prima el buen sentido del humor, la creación conjunta y el aprendizaje del error, que aprendió “que la interacción y el compartir es lo que vale la pena, aprendí a bailar con esa alegría, que la vida es bailar todos juntos en el parque, en la carretera, donde nos coja la aventura”.
Así, luego ya de varias presentaciones y con un grupo que cada día consolida más su identidad musical y aumenta con ello su calidad, Ricardo sueña con que sigan creciendo, sigan adquiriendo visibilidad e incluso con poder comenzar a pensar en generar ingresos económicos estables para los integrantes y sus familias.