Con producciones que han sido ganadoras de varios premios India Catalina, la Escuela Audiovisual Infantil de Belén de los Andaquíes se ha constituido como un espacio de participación comunitaria que pretende cambiar la narrativa acerca del departamento.
Para Alirio González, alrededor los niños y la infancia en general existe un discurso “de mala leche”, dice, que los concibe como “objetos de derechos, objetos de protección”. Pero, al contrario, dice, los niños “no son objetos de nada, sino sujetos, sujetos de derechos”.
Al momento de referirse a los sujetos, agrega, se habla de personas que piensan, crean y tienen capacidad de proponer. Y aunque legalmente no son mayores de edad para asumir y ejercer los derechos que se ganan a los 18 años, están lejos de la pasividad e incapacidad que muchas veces se les atribuye.
Por el contrario, dice Alirio, “son ciudadanos, tienen una opinión, son personas que portan y aportan ideas”. Por eso, cuenta, es tan maravilloso trabajar con ellos.
Alirio es el fundador y el director de la Escuela Audiovisual Infantil de Belén de los Andaquíes, un municipio al occidente del departamento amazónico del Caquetá.
En la escuela han participado personas desde los 8 hasta los 60 años y, desde 2005, cuando Alirio la fundó, han pasado alrededor de 70 estudiantes. Son pocos, explica, por el hecho de que el cine y la producción audiovisual no son temas masivos en el municipio y las condiciones financieras locales no permiten que el proyecto crezca mucho.
“Lo ideal sería poder tener un equipo de realizadores permanentes, por ejemplo, pero eso no se da por las condiciones financieras locales. El Caquetá es un departamento con muy pocas empresas consolidadas y, para sobrevivir, la escuela tiene siempre que buscar convocatorias y proyectos específicos”, indica Alirio.
Aun así, la escuela ha tenido un impacto enorme en distintos aspectos de la vida tanto de los niños del municipio que han participado, como en la comunidad en general.
Un laboratorio de comunicación
Alirio fundó la Escuela después de estar diez años dirigiendo la emisora comunitaria del municipio, un proyecto que también creó él y que, realmente, se trató de un laboratorio de sonido.
“Llegábamos a las fincas de la gente y grabábamos los sonidos que hubiera ahí, luego en los programas dejábamos un canal abierto con ese sonido y los locutores interactuaban con él. Sonaba una vaca, por ejemplo, y el locutor le respondía”, cuenta Alirio.
Eso, dice él, se convirtió en un modelo distinto de radio, “mucho más divertida y alegre”.
Además, crearon la Radiosilleta, una unidad móvil de la emisora con la que iban charlando con la gente que se encontraban y presentando así las historias cotidianas del lugar.
“Todo eso, siempre con la intención fundamental de querer sacar la radio de la cabina para generar participación y que fuera una radio en la que la gente hablara y dijera lo que pensara, y eso se logró, fue un espacio de debate”.
Un día, una amiga suya, “’encartada’ con su hijo, lo dejó en la cabina. Y yo estaba como aburrido y le dije ‘sabe qué, coja el micrófono, diga lo que quiera y después ponemos música’”. El niño no hizo más que enviar un saludo a sus padres, pero en ese momento Alirio tuvo una revelación.
Durante los años que estuvo en la emisora, la participación de las personas, aunque se había dado de manera exitosa, había sido también un proceso tortuoso y desgastante: “Buscábamos al policía y no podía, porque estaba de guardia;, al profesor y no podía, porque estaba calificando; al ama de casa y no podía, porque tenía que hacer el almuerzo”.
Entonces el día que vio a ese niño coger el micrófono y saludar a sus padres, se le ocurrió la idea que, en últimas, lo llevaría a fundar la Escuela: “Dijimos, los niños tienen tiempo, son creativos, no molestan ni ponen problema pa’ nada y, además, los papás están ‘encartados’ con ellos, pues trabajemos con niños”.
Así, dice, fue que nació la Escuela Audiovisual Infantil de Belén de los Andaquíes, que, similar a la emisora, es un espacio de exploración narrativa y de formas de contar historias, “de hacer comunicación, ahora con niños, al tiempo que generamos procesos colaborativos y participativos. Es ver maneras de cómo trabajamos entre todos”.
Construir relatos regionales “para entendernos mejor”
Alirio asegura que, en Colombia, los relatos regionales han sido escondidos, pues no existe conocimiento a nivel nacional acerca de cómo es el territorio, las costumbres, las personas, sus intereses y demás.
Eso, debido a dos cosas fundamentales. La primera es que “las narrativas y las estéticas regionales y locales son cuestionadas. Nos cuestionan, por ejemplo, si escuchamos corridos prohibidos. Cuando yo era pequeño decir que uno escuchaba ranchera y carrilera era el demonio”.
Por otro lado, dice que en Colombia las personas “somos incapaces de conversar y de concertar entre nosotros” y eso se debe, precisamente, al hecho de que nunca se ha narrado al país desde las regiones ni desde lo local. “Siempre hemos tenido narrativas desde el centro, o incluso desde afuera, desde otros países”.
Así, explica, es importante que Colombia comience a contarse desde sus regiones y se construya una narrativa nacional mucho más sincera, profunda y real, que permita, a su vez, el re-conocimiento de lo que realmente es la nación, sus territorios y sus gentes.
Y para ello, lo audiovisual, por ser un lenguaje que apela a la vista y la escucha, y ser moderno y atractivo, puede contribuir a construir y a enviar de manera efectiva esos relatos regionales que con necesita Colombia “para entendernos mejor”.
“Yo creo que si tuviéramos esos relatos sinceros, contados desde las regiones, no tendríamos cosas tan fatales como las que escuchamos en estos días en Ocaña o todo lo que está pasando en Putumayo. Necesitamos reconocernos más como país, desde las culturas locales, que son las que forman lo nacional”.
Para Alirio, los niños y jóvenes tienen un papel fundamental en la construcción de ese relato. Dice que a medida de que la gente crece, “se va ‘jodiendo’, se queda en su época, con sus canciones, con sus libros”, y que, en ese sentido, un relato regional debe apelar tanto a las tradiciones, como tener en cuenta las expectativas, sueños, necesidades e intereses de la población joven: “Hay que escuchar de manera intergeneracional”.
Por ello, en las diversas producciones que ha realizado la Escuela, la participación de los niños ha sido “de punta a punta. (…) Están todo el tiempo en todo. Participan en lo que quieran participar: en el sonido, la fotografía, las cámaras, la edición, los diseños, las ilustraciones, etcétera”.
Algunas de sus producciones
Así, teniendo a niños de ocho años en adelante dentro de sus equipos de producción, la Escuela Audiovisual ha generado diversos tipos de contenido que, incluso, han sido galardonados con premios India Catalina.
Una de ellas fue la serie ‘Telegordo‘, que se estrenó en 2012 y se transmitió por todos los canales de la televisión pública de Colombia. Esta tenía el objetivo de mostrar cómo funcionaba la escuela y cómo es el proceso creativo que deriva en la realización de sus producciones.
La serie acompaña a un grupo de niños que en ocho semanas deben rodar ocho películas, al tiempo que realizan un mural para renovar la fachada de su escuela.
Por otro lado, en el 2020 realizaron un trabajo con la Comisión de la Verdad en el que los campesinos del municipio y su zona rural, apoyados por una bióloga, una ecóloga y una ingeniera forestal, investigaron acerca de las implicaciones que tuvo sobre su territorio el conflicto armado.
De allí surgieron cinco relatos que entregaron a la Escuela para su edición y estos, a su vez, se les entregaron a los niños de varias escuelas para que realizaran una serie de ilustraciones, que luego formaron parte de una serie llamada ‘Relatos de adultos contados por niños’.
Asimismo, en alianza con la Fundación Batuta realizaron la serie ‘Cómo suena Colombia‘. En ella participaron niños de todo el país y, a partir de sus testimonios, recopilaron información acerca de la música tradicional de cada una de las regiones del país, así como de su historia y tradición.
“La escuela ha mejorado la egoteca local”
Ese proceso de participación de niños y jóvenes ha derivado, cuenta Alirio, en que varias personas, que ya pasaron hace tiempo por la escuela, decidieron tomar la producción audiovisual, así como disciplinas en esa línea, como su carrera profesional.
“Hay jóvenes que han sido becados y están estudiando cine, otros que ya son realizadores de televisión o cine, o que están trabajando con productoras importantes a nivel nacional, hay comunicadores, unos que están por fuera, diseñadores gráficos, fotógrafas y documentalistas”.
Pero, además, la Escuela ha significado en la comunidad una posibilidad de mostrar su territorio, su municipio y a ella misma de una manera distinta a como se ha hecho tradicionalmente.
Dice Alirio que, dado que Caquetá fue afectado con particular intensidad por el conflicto armado, los relatos que se cuentan acerca de él parten siempre de eso: la guerra, la violencia, el miedo y la zozobra.
De esta manera, gracias a las producciones de la Escuela, al tiempo que se construye un banco de memoria visual del municipio, la comunidad “ha podido mirarse y mostrarse como una que valora sus ecosistemas, sus ríos, sus aguas. Ya la gente no se siente como un pueblo en guerra, sino como el pueblo del Caquetá que gana premios y esas cosas. Eso ha mejorado lo que llamamos la ‘egoteca local’, la autoestima local”.