Turismo comunitario y ecológico, en los municipios de San José del Guaviare y El Retorno, y el río Caño Grande, al encuentro de comunidades nativas, naturaleza y testimonios de superación del conflicto armado.
A lo largo de los ríos que atraviesan la selva guaviarense se ven cantidades de canoas aparcadas en las orillas, a la espera de campesinos y pescadores que se embarquen en ellas para recorrer los afluentes que conocen como la palma de su mano.
Estos rios son los segundos testigos directos del conflicto que vivió la región; los primeros fueron los campesinos que, entre los años 80 y 90, veían desfilar por esas mismas aguas embarcaciones cargadas de coca.
Al ser considerado zona roja, este departamento parecía tener muy poco potencial para el turismo. Sin embargo, un grupo de ciudadanos de El Retorno, uno de los cuatro municipios que conforman Guaviare, viene consolidando desde hace 12 años una iniciativa con la que desean eliminar esa narrativa reduccionista.
Se trata de la Asociación Agroecológica Turística y Cultural (Agroecotour), conformada por 18 personas.
La experiencia de turismo comienza en San José, aprendiendo, justamente, sobre la historia del departamento.
De pie en el muelle principal de la capital del departamento, una estructura amarilla de metal, Carlos Riaño, ingeniero forestal, representante de Agroecotour y miembro de la primera generación de nacidos en el territorio, lanza el primer dato curioso: que Guaviare debe su nombre a la unión de dos grandes ríos: el Guayabero y el Ariari.
Luego comienza a explicar que la primera actividad económica que tuvo el municipio fue el ‘tigrilleo’, que se dio entre 1968 y 1970, cuando en Europa estaba el auge de trajes de pieles de animales silvestres.
«Pero en Miraflores, municipio vecino, la primera actividad económica fue la cauchería. Allí, durante la Segunda Guerra Mundial, encontraron buen caucho, material que era utilizado para la fabricación de las llantas de los aviones bélicos», comenta Carlos, y cuenta también la historia productiva de El Retorno: desde los frustrados cultivos de maíz y arroz hasta la época cocalera, en la que los campesinos tumbaron selva para sembrar la planta.
Pero hace un salto en la historia hasta el presente, y comienza a hablar de lo importante que puede ser el turismo para Guaviare. Dice que ahora son conscientes de que la selva es una riqueza pero no para apropiarse de ella, sino para mantenerla en su estado natural.
El muelle está rodeado de pequeñas canoas. Una embarcación de dos pisos, que siempre aparece en las postales del lugar, sobresale en el paisaje. Otro símbolo, junto a los cálidos amaneceres y atardeceres que se reflejan en las tranquilas aguas del río Guaviare.
El río es la fuente que conecta a este departamento con toda la región y se extiende hasta Guanía. Precisamente es por ese muelle por donde salen las embarcaciones hacia Mapiripán (Meta), por toda la vega del río, hasta llegar a Inírida (capital de Guanía), donde solo se accede vía fluvial o aérea.
Recorrido por el río Caño Grande
El Retorno, a 30 minutos de San José, es cálido, tranquilo, igual que el semblante de Carlos Riaño, quien aprovecha ‘la previa’ del recorrido por el río para presentarnos a dos personajes emblemáticos del lugar: la poeta de 65 años Luz Mery Urrego, quien viste un traje típico de campesina, y José Abimeled Torres Rey, uno de los primeros colonos que llegó al municipio.
José recita con precisión la historia de El Retorno. Carlos Riaño lo presenta como una autoridad cultural de la región: compone canciones, escribe poesía, toca el cuatro y hasta compuso el himno del municipio. Se autodefine como un promotor cultural que pasó de sembrar coca a ver en el turismo una oportunidad para “rescatar y cuidar la selva”.
El recorrido por el río Caño Grande comienza en el muelle de El Retorno.
Es alto y de cemento, y en su falda tiene dos canoas largas, motores y varios chalecos; insumos donados, según explican, por la Agencia de Renovación del Territorio (ART), entidad que impulsa proyectos productivos en esta zona que hace parte de las 16 subregiones PDET, cuyas intervenciones fueron priorizadas en el Acuerdo de Paz.
«Todo esto, al principio, lo hacíamos con motor y embarcación alquilados. Ahora disponemos de ellos veinticuatro siete, los 365 días del año», comenta Riaño.
Además, el ingeniero también aprovecha para explicar que aún están construyendo otras propuestas turísticas en otros sectores de El Retorno, como una experiencia inmersiva en el campo donde las personas puedan aprender a sembrar.
Al recorrido que estamos haciendo, Agroecotour lo nombró ‘reconectando con tus orígenes’ y, antes de comenzar, Carlos aprovecha para dar un par de instrucciones: apagar los celulares, encomendarse “al ser espiritual en el que crean” y estar atentos a las sorpresas que la naturaleza tiene para regalar.
El motor arranca y los ojos de todos los que navegan en la canoa comienzan a recorrer el espacio, verde y frondoso. En el trayecto, Carlos y Abimeled relatan la historia del conflicto en la región:
“El que venía subiendo, navegaba ‘abierto’, y el que bajaba, navegaba ‘cerrado’ (haciendo referencia a que quienes iban río arriba navegaban por su derecha y los que iban río abajo, por su izquierda). Así era día y noche. Y antes de la coca; los tigrilleros y antes; los caucheros”, comenta Abimeled, recordando que la economía de Guaviare siempre se ha caracterizado por sus prácticas extractivistas.
Por eso, estos proyectos comunitarios que creen en el turismo son una alternativa tan diferente y llamativa.
Luego de recorrer treinta minutos río abajo, ambas embarcaciones se detienen. Luz Mary recita una copla, acompañada con el sonido del cuatro de Abimeled:
"Llega la guerra y le roba todas las posibilidades,
de seguir siendo feliz en este hogar adorable.
Mira enterrar a su esposo y llegan mil adversidades:
Cómo educar a sus hijos; también cómo alimentarles.
Le preguntan por papá, no sabe cómo explicarles,
para no traumatizarlos o de pronto despertarles
aquel deseo de venganza con daños irreparables".
Cuando acaba, Luz Mery recuerda que, al llegar, el ingreso a la selva no fue fácil, pues tuvieron que aprender a convivir con la presencia de animales silvestres y enfermedades.
«Como la gente venía buscando oportunidades, se internaban en la selva a trabajar. Muchos no regresaron, y a veces era porque los patrones, para no pagarles, los mataban», comenta Luz Mery Urrego.
Tanto su poesía como la música de Abimeled y los recuerdos que ambos comparten alrededor de los orígenes del municipio hacen parte de una de las estrategias de Agroecotour para contar, de forma creativa y a través del arte, todo el esfuerzo que la población retornense ha hecho para superar las dificultades que la historia les puso en el camino.
Al encuentro con los indígenas curripacos
Navegando por nuestra derecha, entre los árboles de la orilla contraria, algunas plantas se mueven. Un par de manos se asoman, luego otras dos, hasta completar las ocho. También se ve un hombre con un ‘tocado’ de plumas de colores acercarse, más adelante nos dirá que su nombre es Esteban.
Las cuatro personas que saludan pertenecen al pueblo curripaco, distribuidos en Guainía, Vaupés y Guaviare. A este último departamento, muchos han llegado buscando oportunidades de educación para los menores. Y también huyendo de las presiones ejercidas por la actividad ganadera, que implica deforestación en la selva.
Las tres mujeres presentes llevan sus trajes típicos. Nos saludan. Tienen la cara pintada y, posteriormente, nos la pintan también a nosotros. Nos hacen figuras que, según sus creencias, sirven de protección.
Abiertamente, los guías indígenas comienzan a compartir algunas de las prácticas de su cultura. Esteban inicia explicando, en idioma curripako, el proceso de fabricación de sus artesanías, a base de palma de guarumo.
De ahí sacan las fibras con las que tejen canastos, coladores, matafríos… esta última herramienta es utilizada por la comunidad para prensar y secar la masa con la que producen el casabe y la farinha, dos alimentos típicos del suroriente del país. De hecho, en varias tiendas y restaurantes en San José y El Retorno se comercializa la farinha empacada.
El encuentro con comunidades nativas hace parte de las paradas que vienen incluidas en la experiencia que ofrece Agroecotour.
Para Carlos, estos encuentros con los nativos son una oportunidad de desconexión y reconexión: permite a los visitantes olvidarse «de la vida rutinaria y agitada a la que están acostumbrados» y, por el otro, produce un sentido de cercanía y fraternidad con los pueblos originarios, «que a veces solemos percibir como lejanos», comenta Riaño.
Los curripacos regalan un par de artesanías y nos mencionan que, en realidad, nos recibieron en lo que consideran su ‘sala’, pues las malokas están más adentro, y ese territorio, para ellos, es sagrado. Allá, según cuentan, viven alrededor de 15 personas.
Las canoas prenden sus motores de nuevo. La tarde comienza a caer mientras los sonidos de la selva se hacen cada vez más intensos. Una vez en el muelle, el resto de integrantes de Agroecotour guarda las canoas, chalecos y motores para una próxima oportunidad. Las calles de El Retorno, tranquilas y rodeadas de pequeños comercios, se nos muestran como ‘tierra firme’ después de casi dos horas de recorrido por el río Caño Grande.
De vuelta al hostal La Posada de Rita, del que Carlos es dueño y donde los visitantes pueden hospedarse con alimentación incluida, nos sentamos a la mesa. Sirven comida en cantidades generosas, pues, como la esposa de Carlos es brasilera, dicen que «aprendieron a comer bastante».
Entre conversaciones sobre experiencias con medicinas ancestrales, la madrugada se alarga, pero siempre en silencio. El Retorno parece estar envuelto en un manto de paz y calidez, quizá porque esa es la actitud característica de sus habitantes.
Los ríos, que para los retornenses recuerdan las cicatrices de la guerra, hoy son los mismos que reciben a esos visitantes que llegan con curiosidad y fascinación en sus rostros.
Llega la hora de partir, pero Carlos nos dice que «partimos para retornar», de ahí el nombre del municipio.