La última temporada de cruceros (2021-2022) cerró con 80 recaladas y más de 135.000 visitantes, que dejaron un impacto económico de 13,7 millones de dólares en el país. Acompañamos la jornada de los turistas que llegaron en el último crucero de esta temporada, el Island Princess, para conocer su experiencia en la ciudad.
Son las diez de la mañana de un lunes de mayo en Cartagena y la temperatura marca 36° centígrados. Desde la costa, mientras las ansias arropan el semblante de todos los que esperan en la bahía, se divisa un gran crucero blanco que se acerca, imponente, al tiempo que se escuchan tres ráfagas cortas de la bocina del barco, una señal utilizada para indicar que está desacelerando su velocidad.
Algunas gaviotas reidoras, que minutos antes se posaban sobre otro barco, salen disparadas hacia el este. ‘Island Princess’, se lee estampado en azul cerca a la proa.
Cientos de turistas diminutos agitan sus manos saludando a quienes comienzan a movilizar los más de 10 buses que luego los llevarán a los sitios turísticos tradicionales en Cartagena: el Castillo de San Felipe de Barajas, el Centro Histórico, las murallas, entre otros.
Es un barco grande, de la altura de un edificio de 15 pisos. Es perfecto para transportar el tamaño de las expectativas y curiosidad que traen en sus rostros los visitantes que comienzan a descender de él con extremo entusiasmo.
«Carchtayena, Carchatayena the Heroica», tratan de pronunciar en español con su acento extranjero. Es la única palabra en común entre tantos idiomas: inglés, francés, español, alemán… El planchón se convierte rápidamente en una porción del mundo concentrada en una bahía.
Una visita al Centro Histórico
Cuando se está de turista en un lugar donde todo es nuevo, el tiempo parece avanzar más rápido. Las manecillas corren hasta las 12:00 m. Con el sol en el cénit, la temperatura de la ciudad aumenta a 38°.
Frente al Palacio de la Inquisición, en la Plaza de Bolívar, turistas descansan agitando abanicos con sus manos y tomando raspaos, paletas, patillazos o agua de coco. Sus pieles lucen rojas y las medias arriba de los tobillos comienzan a ser innecesarias. Algunos soban las plantas de sus pies, otros aprovechan que el guía les dio un descanso para reposar, comer o revisar el registro fotográfico que llevan hasta entonces. A mi lado, un grupo de amigas salvadoreñas le piden al vendedor tres helados, o, como ellas lo llaman, ‘sorbetes’:
“¿Podemos ir a visitar las murallas?”, pregunta una de ellas.
“Está ‘yuca’ la cosa, Karen, porque yo me quiero quedar por esta zona”, responde la segunda amiga mientras acomoda, en su bolso, un pin con la cara de García Márquez estampada.
“Qué lástima que en el Salvador no tengamos este patrimonio cultural así de explotado, ¿verdad? Y el guía dice que aún falta tanto por conocer…”, comenta la tercera.
Uno de esos guías, al escucharlas, se muestra entusiasmado, pues, pese a que las cifras aún no alcanzan los niveles prepandemia (225 recaladas en la temporada 2018-2019, un récord histórico según el Puerto que dejó un balance de 620.000 visitantes), hay un crecimiento exponencial en el flujo de turistas que llegan a la ciudad.
“El turismo para nosotros es la esencia de Cartagena. Estos dos años de pandemia fueron difíciles, pero todo comienza a revivir de a poco. Lo importante es que el trabajo conjunto entre autoridades como Procolombia, Ministerio de Industria Comercio y Turismo, la Alcaldía, el Dadis y el Puerto de Cartagena se ve reflejado y por eso personas de todo el mundo llegan a conocer nuestra historia y cultura con todos los protocolos de bioseguridad”, menciona el guía cuando se le pregunta cómo percibe el panorama actual del turismo en la ciudad.
A unas cuadras del Palacio de la Inquisición, decenas de turistas transitan por la Plaza Santo Domingo. Se toman fotos con La Gorda Gertrudis, una de las esculturas más famosas de Fernando Botero, y se detienen a observar los balcones de barrotes que decoran la fachada del famoso edificio Cuesta, en el cual, al frente, se encuentra un señor de larga barba blanca.
Viste una camiseta negra con un mapa que ilustra el recorrido de un crucero por el océano Atlántico hasta llegar a Cartagena. Su nombre es Richard, es francés, y dice, en inglés, que lleva más de una hora esperando que abran la iglesia de Santo Domingo pues desea conocerla, “porque es la más antigua de la ciudad”: su construcción data de 1550 a 1560.
“Pero la iglesia está cerrada ahora», repite una y otra vez entre risas. Le pregunto si le gustan las playas y responde que sí, pero que “una playa puede verse en cualquier otra ocasión, no la iglesia más antigua de una de las primeras ciudades coloniales de otro continente”.
Un vendedor se acerca a Richard y le ofrece un paquete de monedas colombianas por 10 dólares. Según un estudio de la Bussiness Research & Economic Advisors (BREA), el gasto promedio por pasajeros de la temporada 2021-2022 fue de 9.528.604 USD. Durante esta temporada, la actividad turística por cruceros dejó un impacto económico en la ciudad de 13,7 millones de dólares.
Richard lo compra al tiempo que recibe una taza de café colombiano, cuyas exportaciones en 2021 representaron el 6 % sobre el total de ventas que el país hizo a países extranjeros, siendo Estados Unidos (país desde donde partió el Island Princess) el principal destino con 5.491 toneladas. 30% de ese producto sale por el Puerto de Cartagena.
Colombia biodiversa: “This is an exotic place in the world”
De regreso al Puerto, faltando unos minutos para que el crucero zarpe de nuevo, los turistas se olvidan de todo aquello que no sea fauna y vegetación. «Oh my god, look at that. It is a Guayamaca. Guacamaya!», gritan algunos niños al ver las aves volar libremente dentro del Port Oasis Ecopark, el espacio que el Puerto diseñó para la protección y conservación de 70 especies de animales de la región Caribe que han rescatado del tráfico o tenencia ilegal, o por encontrarse inadaptados o heridos.
Observan las especies con extrema curiosidad: guacamayas, flamencos, pavos reales… Ninguna cámara parece captar lo exótico del espacio y de la biodiversidad misma. El afán con el que usan sus binoculares refleja su necesidad de visitar bosques colombianos más grandes para avistar las 1.954 especies de aves que, según el Sistema de Información de Biodiversidad (SIB), están registradas en el país.
“¿Es nuevo este lugar?”, me pregunta un hombre que lleva una camisa blanca con un par de pájaros estampados en ella. Le respondo que no, que tiene más de 10 años y que actualmente alberga más de 700 animales.
Su nombre es Jesús, según me cuenta después. Es oriundo de Venezuela, pero vivió en Bogotá ocho años antes de radicarse en Canadá con su familia. “This is a completely exotic place in the world. Hemos pagado para ver guacamayas en otros lugares, pero nada como esto ¡Es increíble!», agrega extasiado, entre risas, antes de distraerse al ver que todos comienzan a caminar con afán por uno de los puentes de madera cuyo camino dirige a la Casa Crucero, otro de los atractivos dentro del Puerto.
«Sorry, can I ask you a question?», me dice otro turista con la cara llena de bloqueador. «We decided to stay in the Port, is there another place we can visit?», pregunta. Quiere saber si hay otro lugar en el Puerto para visitar porque decidió quedarse. Le digo que sí, que puede seguir la fila de personas en dirección a la Casa Crucero.
Casa Crucero: recuerdos de la identidad colombiana
Al abrirse las puertas de la Casa Crucero, los ojos de los turistas comienzan a bailar por las paredes. Hay sombreros vueltiaos, muñecas de trapo, café, esmeraldas y ruanas, entre muchas otras cosas. Decenas de objetos saltan a la vista de los visitantes que comienzan a recorrer el lugar como si de un día de compras cultural se tratase.
Martha De León, una mujer pelinegra, de estatura mediana y con marcadas expresiones corporales a la hora de hablar, los espera en su estand, paciente. Trabaja en la Casa Crucero desde hace 14 años y, dentro de todos los estands que conforman el lugar, es la persona encargada de ofrecer a los turistas recuerdos relacionados con la cultura precolombina.
Su amabilidad resalta detrás de las vitrinas donde exhibe pendientes, collares y brazaletes con diseños alusivos a las culturas indígenas que habitaban en el país antes de la llegada de extranjeros, que, como explica, hace 500 años (dada la estratégica ubicación geográfica de Cartagena de Indias), vieron en esa misma bahía el puente ideal para establecer un flujo económico con la Corona Española y con Europa en general.
Hoy, siglos después, según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, el Puerto de Cartagena es el mejor conectado de América Latina. Es decir, es el que mayor cantidad de terminales y países enlaza (842 terminales y 148 países directos e indirectos) gracias a su ubicación geográfica: prácticamente es la puerta de entrada al continente.
“Thanks for coming to Cartagena! La ciudad colonial más famosa de Colombia”, dice Martha como saludo. Jesús ingresa por la puerta con sus acompañantes: un grupo de amigos de Miami, Los Ángeles y Canadá que caminan directo hacia donde Martha para observar toda la joyería.
“¿Estas artesanías tan bellas de dónde son, chica?”, pregunta una de las mujeres con acento cubano.
“De todos los lugares: culturas wayúu, tuchín, zenúes, gunas… Por allá están objetos hechos con palma de iraca, madera, tagua”, responde.
“Made in China?”, pregunta un asiático que observa los productos desde el otro lado del mostrador.
“No, señor. Everything from Colombia. Todo hecho por manos colombianas”.
El 95 % de los turistas que llegan al país vía cruceros lo hacen a través del Puerto de Cartagena. Martha, quien ve miles de caras nuevas durante el año, cree que este espacio dentro del Puerto le ha permitido “cambiar la perspectiva que muchos extranjeros tienen sobre el país y hacer que se lleven no solo un objeto, sino el recuerdo del calor humano”, calor que, para ella, es el factor más valioso que Colombia puede exportar.
En 2019, por ejemplo, según cifras del Ministerio de Comercio Industria y Turismo (MinCIT), el Puerto recibió a 612.314 visitantes extranjeros, que vivieron experiencias de inmersión en la cultura colombiana.
El Island Princess regresa a mar adentro
Ya son las 5.00 p. m. en la Terminal de Transportes de Cartagena; me siento a esperar el bus que me lleve de regreso a casa. Levanto la mirada: ‘Refresquería El Crucero’, es el nombre del local que tengo al frente. Todo en la ciudad parece estar conectado con los barcos, el Puerto y los turistas.
Según María Emilia Bonillas, coordinadora de la Terminal de Cruceros Cartagena de Indias, que los 1.806 pasajeros y 876 tripulantes que llegaron en el Island Princess hayan desembarcado en Cartagena luego de haber hecho escalas en Puerto Vallarta, México; Puntarenas, Costa Rica, y Panamá, demuestra “el trabajo juicioso de coordinación con los ProColombia, el Departamento Administrativo Distrital de Salud (Dadis), la Corporación Turismo Cartagena de Indias (Corpoturismo), y, además, con las propias líneas de cruceros para lograr brindarle confianza en cuanto a medidas de bioseguridad y preparación de los atractivos turísticos”, cuenta.
Nuevamente pienso que el ´Island Princess´ ya debe estar en mar abierto, rumbo al Puerto Everglades, en Florida. De fondo comienza a sonar en un viejo radio la famosa canción que, horas atrás, muchos extranjeros, afuera del Castillo de San Felipe, cantaban con sus acentos característicos:
God bless Carchtayena la fantástica
Gracias al trabajo entre las entidades