30 mujeres de Baranoa, Atlántico, protegen la tradición del pastel de arroz

El corregimiento de Pital de Megua, en Baranoa, Atlántico, es la cuna del pastel de arroz, una de las preparaciones culinarias más típicas de la región Caribe. Un grupo de mujeres se asociaron para conservar su tradición y sabor. Esta es su historia.

“Una matrona no es solo una mujer que sabe cocinar comida tradicional, también es una lideresa y educadora; alguien que trabaja para transmitirle a otros sus conocimientos”, así resume Claudia Patiño la definición de lo que representa una matrona para las comunidades. Claudia es considerada una de ellas, pues desde hace 20 años se dedica a la elaboración de pasteles y también lidera la Asociación de Mujeres Hacedoras de Pastel de Pital de Megua, conformada en 2012.

El Festival del Pastel de Pital de Megua, un corregimiento del municipio de Baranoa, Atlántico, se realiza hace 30 años. Es uno de los festivales más tradicionales, pues esa zona del departamento es reconocida por su tradición pastelera. De hecho, muchos de los pasteles que se comercializan en otras ciudades como Cartagena y Barranquilla, son elaborados en Pital y redistribuídos a diferentes partes de la región. 

Las 30 mujeres que conforman la asociación también hacen parte de la RedMatronxs, un espacio para visibilizar los conocimientos populares alrededor de la cocina, que agrupa más de 300 sabedores de cocina tradicional en siete nodos distribuidos por toda la región.

Además de dedicarse a la elaboración de los pasteles de arroz, todas las mujeres que integran la Asociación se destacan por sus trabajos sociales dentro del pueblo. / FOTO: Sabores&Saberes

Claudia hace parte de las personas responsables en preservar el sabor y las técnicas de preparación de este ‘pastel costeño’ al que en otras partes del país llaman tamal. Se caracteriza por el arroz apastelado, un poco más jugoso, y también por estar envueltos en varias hierbas hasta lograr un mix de hojas, que luego le dan un sabor especial a la preparación. 

“Nuestros pasteles han llegado hasta España. Sorprende pensar que en un principio tocaba esperar que llegara el festival para venderlos. Ahora es un negocio para muchas mujeres de Pital de Megua”, comenta Patiño, quien aprendió a elaborarlos al ver a su madre, y esta, a su vez, al ver a una tía.

Como ocurre con muchas otras preparaciones típicas, los secretos que las hacen especiales se conservan entre generaciones, y la mayoría de veces se transmite más por tradición oral y observación que a través de un recetario. Por eso, cuando a Pital de Megua llegó el diplomado de Sabores&Saberes, se les dijo a las matronas que no se iba a interferir con sus preparaciones: 

“Nos dijeron que esa preparación era nuestra y que nosotras éramos las expertas, pero que, si nos animábamos a participar, nos formarían en otras áreas”, explica Patiño. Y así fue: cómo organizarse, cuáles eran las etapas del proceso productivo, cómo mover su producto en redes…, todo eso lo aprendieron en el diplomado. No fueron clases para ‘gourmetizar’ sus preparaciones, sino para lograr que los pasteles, en este corregimiento, no son solo un plato, también son un arte.

El grupo ha recibido diferentes capacitaciones, no para mejorar la preparación, pues en eso son expertas, sino para aprender ideas de negocio y organizar mejor su producción. / FOTO: Sabores&Saberes.

Ese arte se lo quieren transmitir a los jóvenes del pueblo a través de los Semilleros de Hacedores de Pastel que dictan en instituciones educativas ¿Su intención? Lograr que vean en el oficio una oportunidad para involucrarse en el legado culinario del pueblo y también, un negocio que puede llegar a ser muy lucrativo gracias a la alta demanda del producto.

Claudia recuerda que, cuando inició el festival, el ‘pastel costeño’’ era una tradición más familiar; algo que se preparaba cuando llegaba alguna fecha especial. Pero hace 10 años, con Claudia a la cabeza, comenzaron a buscar la manera de agrupar a todas las matronas de Pital de Megua, y así aumentar la producción y el sabor. 

Fueron 24 mujeres interesadas en participar cuando se abrió la convocatoria para pertenecer a la asociación. “Para poder registrarnos en la cámara de comercio, cada una colaboró con $2.000”, recuerda Patiño.

Con los años, las 30 mujeres pasaron de tener carpas y sillas prestadas a contar con sus propios instrumentos de elaboración y venta de pasteles. De hecho, la pandemia obligó a que se realizara el primer Festival de Pasteles de Pital de Megua de forma virtual, y pese a las restricciones, lograron vender más de 7.000 pasteles en dos semanas. “Le tenemos mucho aprecio a este producto porque sabemos que nos ha ayudado. Así hagas mil pasteles, el primero y el ultimo debe saber igual de rico”, agrega.