El viernes seis de mayo se entregarán las obras de ampliación del Teatro Colón, uno de los espacios para el arte más importantes del país. Con motivo de su remodelación, recordamos las particularidades históricas que lo han hecho el epicentro artístico que es hoy.
Las obras de ampliación del Teatro Colón en Bogotá, que comenzaron en el 2016, hacen parte de una serie de reformas y adecuaciones de las que viene siendo objeto este espacio cultural desde hace más de una década y que cuentan con tres fases fundamentales.
La primera, “contempló las obras de restauración integral que lo actualizaron del siglo XIX al siglo XXI”, dice en su página oficial. En el 2012 esas obras, entregadas el año anterior, recibieron el Premio Nacional de Arquitectura en la categoría de ‘Restauración e intervención en patrimonio’.
Por otra parte, la segunda fase actualizó los equipos del escenario dotándolos con nuevas herramientas de audio y video, iluminación escénica y ambiental, vestimenta teatral y maquinaria escénica, y restauró el telón de boca, que fue elaborado por el artista italiano Aníbal Gatti para el teatro en 1890.
Por último, la tercera fase consistió en la construcción de uno de los centros de producción para las artes escénicas más importantes del país.
Para esta, que se inaugurará el jueves cinco de mayo, se construyeron cuatro niveles subterráneos donde se localizan la nueva sala experimental o ‘caja negra’, que contará con capacidad para 250 espectadores y será “un espacio polivalente para talleres experimentales”. También se encuentran la sala alterna, con 500 sillas, y la sala de ensayos, con estudio de grabación para la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, entre otros.
Aprovechando la ampliación, y con la ayuda del historiador Felipe Arias-Escobar, contamos cinco curiosidades históricas acerca de uno de los teatros más representativos e importantes del país.
Antes de su construcción, ya era un espacio para la cultura
Antes de la inauguración del Teatro Colón, a finales del siglo XIX, ese ya era un espacio que había sido destinado para las actividades culturales y, específicamente, para la música y las artes escénicas de la capital colombiana, con la particularidad de que tuvo unos usos privados y unos públicos mucho más amplios de los que tuvo el Teatro Colón durante la mayor parte de su historia, cuenta Felipe.
En el siglo XVIII, y durante buena parte del siglo XIX ,estuvo allí ubicado el Coliseo Ramírez, que luego pasó a ser el Teatro Maldonado y luego el Colón. El Coliseo y el Maldonado fueron espacios donde, si bien las élites hacían sus bailes y sus montajes de teatro, la cultura popular también tenía lugar, por ejemplo, a través de lo que en su momento eran las funciones de maroma, es decir, los espectáculos circenses de la época.
Un espacio, también, de sociabilidad e importancia política
El historiador cuenta que, dentro de las compañías de cómicos que a finales de la Colonia llegaban a ese espacio, estuvo la compañía de la Cebollino, una comediante española que, a pesar de su nacionalidad, simpatizó con el bando independentista, lo cual le costó el destierro de su país y la muerte de su hermano durante las batallas de independencia.
Además, uno de los atentados que se realizaron contra Simón Bolívar, cuando se declaró dictador, ocurrió en un baile de mascaras ahí, en el Coliseo Ramírez.
Dice Arias que la construcción del teatro se enmarca de un amplio proyecto cultural que se estaba desarrollando durante la segunda mitad del siglo XIX en Colombia: la construcción de la idea de Colombia como un Estado Nación, un imaginario de identidades, referencias e influencias.
“Es una visión muy sesgada de la nacionalidad, una que mira hacia Europa, que está configurada a partir de cómo se ven a sí mismas unas élites, que no solo miran hacia Europa sino que tienen como punto de referencia la vida cultural del centro del país y, particularmente, de Bogotá. Es un poco una negación de la diversidad cultural que enaltecemos tanto hoy”.
Entonces, agrega el historiador, el Teatro Colón hay que entenderlo dentro de ese proceso y de la generación que fundó la Universidad Nacional, la Academia de la Lengua y las primeras escuelas de arquitectura y de bellas artes. Es la generación de la literatura de Jorge Isaacs, Rafael Pombo y Soledad Acosta, así como de los inicios de la pintura académica.
Los extranjeros, más interesados en la diversidad cultural que las élites locales
La evolución hacia la diversidad cultural, su gran virtud
Según Aria, los extranjeros que intervinieron en la construcción del teatro tenían más interés de darle un espíritu diverso.
“En el trabajo de ornamentación, por ejemplo, en el plafón que se encuentra sobre el vestíbulo del segundo piso, se ven las musas, pero son unas musas mestizas. También, alrededor del telón, elaborado y pintado en Italia por Aníbal Gatti, hay unas historias de cómo él le envió a Bogotá un boceto del telón; en el que, además de los personajes característicos del teatro europeo, también quería que estuviera una pareja del pueblo de ruana y sombrero.
La historia cuenta que ese boceto lo recibió el entonces presidente Rafael Núñez, no lo aprobó y ordenó que fuera retirada esa pareja de ‘enruanados’, quedando el telón que hoy en día conocemos”, explica.
Por lo anterior, agrega, estaban más preparados los artistas europeos para una visión de diversidad, que las élites colombianas que miraban hacia Europa.
Sin embargo, todo eso, como lo asegura Arias, no quiere decir que en más de un siglo de historia del Teatro, este fuera un espacio de exclusión: “Todo lo contrario, la gran virtud es que con unos orígenes muy ricos y muy cerrados, el Teatro ha evolucionado para consolidarse como templo de la cultura colombiana a la par que esta misma se ha diversificado y ha desarrollado maneras de verse a sí misma mucho más acordes con la evolución política y sociocultural que ha tenido el país en los últimos 130 años”.
Así, por ejemplo, en 1940 el Colón fue la sede del primer Salón Nacional de Artistas donde se entiendió al país de otra manera, desde una visión mucho más reivindicativa de la identidad cultural, de visiones mucho más contestatarias y rebeldes desde el punto de vista creativo.
“Estamos hablando del espacio donde se dieron a conocer artistas de relevancia nacional como Alejandro Obregón, Rodrigo Arenas Betancourt, Hena Rodríguez y Débora Arango o en donde, en los años 60, Luis Vidales recibió el Premio Lenin de la Paz y donde se han consagrado referentes de la cultura colombiana: nombres tan diversos como los Gaiteros de San Jacinto, al lado de la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia”.
De esta manera, concluye Arias, el Teatro Colón es un espacio que ha sido testigo de esas transformaciones del arte y de la cultura de Colombia a través de las décadas.