En Junín, una artesana del fique creó una técnica que le permite crear mochilas idénticas en un mismo tejido manual. Además, confecciona faldas y otras prendas que demuestran la poco explorada versatilidad del material.
«Es la manera en que yo me comunico con el mundo”, dice Rosa Elvira Rincón, de 73 años, al hablar de lo que significa para ella el tejido en fique. Un oficio que la acompañó desde su infancia y en el que sigue creando e innovando: inventó una técnica para tejer dos piezas en un solo telar, ambas con el movimiento de sus manos. Además, confecciona faldas que llevan en su diseño objetos representativos la cultura cundinamarquesa.
Esto la ha hecho merecedora de varios premios, uno de ellos fue el concurso con Corpoguavio representando al municipio en el que nació: “Hay muchos artesanos en Junín, pero yo soy la única que logró reinventar la técnica para crear de un telar dos mochilas tradicionales gemelas, acabándolas al mismo tiempo. Es decir, puedo ir haciendo cada mochila con una sola mano”, explica Rosa.
En su caso, heredó el conocimiento de su madre, Elena, quien le enseñó a trabajar el fique. Luego, gracias a instructoras, aprendió a hacer mochilas y con el tiempo decidió explorar con otras prendas.
Cada una de las artesanías hechas en este material tiene un proceso que puede demorar de cuatro a siete días de confección, dependiendo del tamaño, complejidad del diseño y acabados que se deseen incluir.
Además de las tradicionales mochilas del Guavio, Rosa crea otras piezas como faldas, uno de sus diferenciales, ya que presentan una mayor dificultad en la confección por la dureza del material. Sin embargo, no solo produce estas artesanías, sino que trata de “sacar productos nuevos y diferentes a los típicos que ya se conocen con el fique, para atraer a las personas al material, su historia y resistencia. Porque recogen la cultura de mi tierra”, explica Rosa.
Paso a paso
Mientras enseña sus productos hechos con la fibra dura del fique, Rosa detalla la preparación del material: la fibra proviene de una plata similar al agave de México, y tiene hojas verdes, puntiagudas y espinosas, por lo que hay que despuntarla y blanquearla.
Primero, la planta se corta, se deja uno o dos días al sol para que se engruese la hebra, se desorilla y se procesa en la máquina desfibradora. Después “se hace el manojo (agrupar la fibra de manera vertical), se cuelga a un palo, se despunta, lava, blanquea y desenreda. Finalmente, se lava y se deja a la sombra”, recuerda Rosa.
Antes, el material se doblaba y embadurnaba, pero ahora se puede conseguir el fique ya teñido. Por último, al tener listo el telar se comienza urdiendo (colocar el primer amarre de los hilos en el telar, trenzándolo a uno de los palos principales) desde las puntas, hasta el medio donde se debe finalizar, para el armado.
Por la velocidad en la que teje, la técnica de Rosa se conoce como ‘tejido invisible’: los dedos pasan muy rápido y “pareciera que la brisa lo estuviera uniendo”.
Para comenzar el tejido se debe encabrestar (nudo inicial de las fibras que permiten afianzar el primer hilado) y para finalizarlo se realiza el enrede, que le da el toque final con las tiras típicas de la mochila tradicional del Guavio. De acuerdo con la experiencia de Rosa, en prendas de vestir, como las faldas, “se puede finalizar sellando con una aguja de talonar”.
La artesana ha visto también cómo cambian las creaciones para adaptarse al mercado. Según Rosa, “la mochila tradicional es la de 30 centímetros, pero ahora se hace de todas las dimensiones, hasta para cargar celulares”.