En el Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre del Área Metropolitana han rescatado 408 tortugas morrocoy, una especie en peligro de extinción que suele ser traficada como mascota.
Imagínese que tiene un casco de protección de una obra de ingeniería civil. Todo lo que golpea al casco resuena y retumba en el interior de su cráneo. Aunque el casco le defiende de un golpe mayor, también transmite sensaciones un poco aturdidoras. Conforme el tiempo pasa, sus nervios se acostumbran a obviar esos estímulos para seguir en ese ambiente, entonces usted pierde sensibilidad ante cualquier sonido que no sea drástico.
Esto es lo que puede sentir una tortuga que vive en cautiverio. Las tortugas morrocoy, por ejemplo, son una de las especies más traficadas en el Valle de Aburrá. Solo en lo transcurrido 2022, el Área Metropolitana del Valle de Aburrá ha recuperado más de 408 individuos de esta especie bajo entregas voluntarias.
Aunque parecen comunes, estas tortugas son muy importantes para los ecosistemas rurales. Como seres herbívoros, pero también carroñeros, cumplen funciones de descomposición de animales muertos y dispersión de semillas, fundamentales para la agricultura de las frutas.
Tener una de mascota, además de generar un daño medio ambiental, es asegurar una malnutrición que las llevará al raquitismo. Así lo asegura John Alexander Isaza Agudelo, médico veterinario del Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre del Área Metropolitana (CAV). “Cuando las tienen en un apartamento de pisos lisos, se les aplastan sus extremidades y además las dejan expuestas, generándoles estrés y problemas metabólicos”, explica Isaza.
¿Por qué hay tráfico?
Las tortugas morrocoy viven principalmente en bosques secos tropicales, en las selvas de la sabana o en los pastizales. Sin embargo, también se encuentran en áreas intervenidas por la ganadería y la agricultura. Cuando nacen pueden tener dos centímetros de diámetro y, de acuerdo con el médico Isaza, ser pequeñas es una de las razones por las cuales se consideran mascotas.
“Son animales que en el imaginario de las personas demandan muy poco cuidado y tenerlas se hereda como costumbre”, explica el veterinario. Según él, la gente no sabe identificar que la tenencia de esta especie se trata de un delito penalizado por la Ley 1253 de 2011, artículo 328.
Isaza también cuenta que, en algunas zonas del país, tener un animal de estos en el solar de la casa o al interior de la vivienda se considera de buena suerte, por eso las personas tendían a capturarlas en sus jornadas de trabajo en el campo y para confinarlas, perforaban su caparazón y las amarraban con una cuerda.
Hace unos años era común encontrarlas a la venta en las salidas de los colegios y ahora, con el mundo digital, el tráfico de fauna silvestre también se realiza por medio de las redes sociales. Bien sea por tradición, hallazgo o, incluso, la gastronomía de algunos sitios del país donde se consume tortuga.
La buena noticia es que la entrega voluntaria no se penaliza y es uno de los mecanismos más eficaces con los que el Área Metropolitana del Valle de Aburrá ha logrado recuperar a estas especies y debilitar el crecimiento del tráfico ilegal que hay en torno a ellas.
¿Cómo se rehabilita a una tortuga?
La rehabilitación de una tortuga morrocoy puede tomar varios meses o hasta años. Generalmente, llegan al CAV en condiciones de hacinamiento, con traumas, problemas en su sistema digestivo y hongos en el caparazón; además, estas pueden transmitir enfermedades zoonóticas representando un peligro para la salud humana.
Como explica el veterinario John Alexander Isaza, las fracturas por caídas y las patas planas por los pisos de las viviendas hacen que las tortugas pierdan su capacidad motora y de camuflaje. “De liberarse un animal en estas condiciones, lo estaríamos sometiendo a una muerte lenta, pues no va a lograr encontrar alimentos, ni será capaz de resguardarse adecuadamente si lo amenaza un depredador”, dice el experto.
Por eso cuando son rescatadas o entregadas, las tortugas son evaluadas en su parte biológica y nutricional para determinar si pueden desenvolverse en un ecosistema. Después de algunas ayudas diagnósticas, los animales reciben tratamientos tópicos para sus patologías en la piel y son puestos en ambientes que les ayudan a recuperar su metabolismo, movilidad y condición física.
“Tener animales silvestres es un capricho nuestro. Lo que para un perro o un gato es una caricia, para una tortuga es una agresión y desgastará toda su energía por el estrés que le genera”, puntualiza Isaza, quien aconseja a los ciudadanos ser más empáticos y entender que los animales silvestres no necesitan de los humanos.
Hacia la libertad
El Área Metropolitana del Valle de Aburrá trabaja de la mano con las corporaciones autónomas regionales y otras entidades territoriales que ayudan a seleccionar los hábitats adecuados para la liberación de animales recuperados.
Así lo explica Laura Oyola Ceballos, bióloga del CAV, quien participa de las revisiones médicas y biológicas previas a tomar la decisión de liberar a una tortuga morrocoy. “Invitamos a no tenerlas como mascotas, puesto que son animales con unos requerimientos nutricionales que no se pueden suplir en una casa”, dice la experta.
A junio de 2022, el CAV registró 1189 reptiles y anfibios atendidos, y 408 de esos, tortugas morrocoy. Al llegar a este Centro del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, entran a un bioma de rehabilitación donde quedan rodeadas de material vegetal en el que pueden esconderse para reducir su estrés y recuperar su comportamiento natural.
“Nuestro reto más grande con estos individuos es recuperar de cierta forma ese comportamiento natural en ellas, les damos tiempo, espacio, evaluamos sus comportamientos. Muchas tortugas llegan habituadas a la presencia del ser humano, acá las aislamos para no tener ese contacto con ellas, pero garantizando las condiciones para su bienestar”, describe el veterinario John Isaza.
En cautiverio, las tortugas dejan de cumplir su rol ecosistémico, como lo es la transformación de materia orgánica, el reciclaje de nutrientes o la dispersión de semillas. La bióloga Laura Oyola recomienda recordar que los animales silvestres también transmiten enfermedades zoonóticas que ponen en riesgo la integridad de las personas, por lo que apoyar el tráfico o la comercialización de estos individuos también pone en riesgo las vidas en los hogares.