Desde el 2015 el proyecto clubes de ciencia Colombia ha realizado 364 clubes en 27 ciudades. Desde el 2018 cuentan con el soporte de ScienteLab.
Elisa Chaparro tomó una decisión en 2018. Después de realizar una maestría en Parasitología y un doctorado en Biotecnología, ambos en la Universidad de Sao Paulo (Brasil), y tras 11 años en ese país, trabajando en el Instituto Butantan, puso en pausa su vida académica. A finales de ese año regresó a Colombia para dirigir los clubes de ciencia que realiza –en asocio con Clubes de Ciencia Internacional– en el país ScienteLab, un organización científica, en la que Elisa hace parte de la junta directiva, que busca “promover la ciencia y la tecnología en Colombia como pilares de la transformación social, cultural y económica”.
Ya antes, la bióloga egresada de la Universidad de Los Andes había participado como instructora de varios de los clubes. Sin embargo, una experiencia en La Guajira cambió su perspectiva: “Me di cuenta de que (la ciencia) es un privilegio. Desde entonces me he dedicado a hacer divulgación científica. Es la única manera de que empecemos a cambiar y a construir una cultura científica en Colombia”.
Desde 2018, ScienteLab ha realizado 364 clubes de ciencia en 27 ciudades del país. En ellos han participado 720 instructores –que lo hacen de manera gratuita– y al menos 9.200 estudiantes. Los clubes, explica Elisa, tienen un carácter vocacional por lo que están dirigidos, sobre todo, a los estudiantes de noveno, décimo y once. Aunque también han trabajado con, por ejemplo, niños y niñas de primaria.
Y este esfuerzo, continúa la doctora en Biotecnología, es también la respuesta de los científicos que hacen parte de ScienteLab, que realiza los clubes de ciencia de Colombia. Estos, a su vez, hacen parte de Clubes de Ciencia Internacional, un proyecto que nació en la Universidad de Harvard en cabeza de científicos latinos y que actualmente tiene presencia en 9 países, siendo Colombia el de mayor impacto.
El regreso de la diáspora científica
“Todos los de la corporación hemos sido diáspora científica”, dice Elisa, “y nos critican que por la fuga de cerebros, que porque nos olvidamos del país, pero la verdad es que no, nosotros llevamos a Colombia en el corazón. Y buscando formas de contribuir desde nuestra realidad es que nacen los clubes de ciencia, con ese espíritu de construir país utilizando nuestras herramientas”.
Empezaron con 15 clubes en Bogotá y Medellín, pero desde entonces han llegado a lugares más alejados, como el corregimiento El Tobal, en Carcasí (Santander), un lugar que, entre risas, Elisa define como “el triángulo de las Bermudas”, pues está a diez horas de cualquier aeropuerto.
Cada club tiene una duración de una semana, en la que participan investigadores colombianos y extranjeros, guiando experimentos que sean útiles para las comunidades, de la mano de los estudiantes. Así han llegado de un extremo a otro del país. Respondiendo, también, a una preocupación de Elisa: “Cuando no invertimos en educación científica de alta calidad es algo egoísta, ¿quién garantiza que la próxima Marie Curie no está en una vereda de Santander? Es muy importante buscar esos talentos escondidos”.
Una pregunta que la misma Elisa responde con una anécdota. Cuenta que a El Tobal llegaron en 2018 por el llamado de un profesor que pidió una conferencia para las niñas del corregimiento, intentando cambiar la lógica de que las mujeres no sirven para hacer ciencia. “Y ahora, 4 años después, las líderes de los semilleros de investigación son las chicas. Cambia la mentalidad no solo de ellos, sino también de los papás. La ciencia es una herramienta de transformación profunda en una comunidad”.
Elisa explica que tienen tres tipos de clubes: urbanos, regionales y de frontera. En los urbanos, es decir, en las grandes ciudades, trabajan en alianza con universidades como la Nacional, Los Andes, Eafit, la Pontificia Bolivariana y la UIS.
Por otro lado, los clubes de regiones llegan porque son buscados por profesores o por las secretarías de educación. Lo primero que hacen es una visita para identificar situaciones y problemas para llevar proyectos de impacto. Posteriormente, hacen un llamado a científicos de todo el mundo que deseen aportar su conocimiento durante una semana. Así eligen a los instructores que dirigirán el club durante la semana de duración.
“Pedimos proyectos serios”, asevera, “en La Guajira, en una ranchería donde no había ni energía, los chicos aprendieron a estudiar el ADN. Entienden el concepto sin ellos hablar español, porque la ciencia es el lenguaje”. Al final, realizan una feria de la ciencia a la que asiste toda la comunidad. “Nos vamos, pero siempre quedan vínculos con ellos”.
El proyecto es autofinanciado, por lo que actualmente están realizando una colecta de dinero para conseguir los recursos necesarios para poder garantizarle transporte, alimento y hospedaje a los instructores.
Ciencia en todo
Elisa es enfática en algo: aunque hablan de ciencia, está convencida de que cualquier oficio es igual de loable. Sin embargo, cree que este tipo de conocimiento tiene un impacto en las vidas más allá del aprendizaje.
Cuenta que en el primer en el que participó como instructora –cuando aún no era la cabeza de ScienteLab en Colombia– fue en Medellín. Y uno de los estudiantes, el primer día, le respondió que cuando creciera, planeaba ser vendedor ambulante al igual que sus padres.
Pero en el último día del club, se le acercó “y me dijo ‘yo seré astrofísico, descubriré el próximo planeta habitable’”. Un tema que no tenía nada que ver con lo que estaban viendo en el club, que estaba enfocado en biología celular. Hoy, estudia Ingeniería de Sistemas en la Universidad de Antioquia. “Hay un chip que cambia”, concluye sobre esta anécdota.
Para hablar del impacto de los clubes, cuenta también la historia de uno de sus primeros estudiantes, quien con otros cuatro amigos viajó durante tres años desde Carcasí hasta Bucaramanga para participar en los clubes. Así, pudieron desarrollar un proyecto en el que, con algas, descontaminaban el agua que era afectada durante la producción de quesos. Hoy, dice Elisa, ese joven está estudiando Biología en la Universidad de Tunja.
Y todo este proceso le ha servido para concluir algo: “La ciencia no está tan lejos. Científica es cualquier persona que tenga el coraje para cuestionarse frente al mundo y buscar respuestas a las preguntas que se hace. Y hacemos ciencia todos los días, incluyendo cuando se hace tinto o se frita un huevo, cuando se habla por celular. Nacemos científicos”.
Por eso, asegura que el trabajo de ScienteLab con los clubes no es tanto “llevar ciencia” a niños, niñas y adolescentes, sino generar pensamiento crítico. “Es que a Colombia no le falta ciencia, sino desarrollar este pensamiento crítico. Entender que está ahí y que no dejará de existir”.