Omar Alonso es artista plástico y muralista barranquillero. Comenzó haciendo murales en los municipios del Atlántico y ahora quiere llevar sus intervenciones a todo el país.
Omar Alonso recuerda con jocosidad aquel episodio de cuando tenía 8 años y su padre, un aficionado por la guitarra, le dio lo que él considera su primer acercamiento a la teoría del color: “Me dijo que mezclar rojo con negro daba marrón. Yo tenía mi primera clase en la escuela de arte al día siguiente, nunca lo voy a olvidar. En la casa a veces no había para comer, pero siempre hubo para mis pasajes”, comenta el artista plástico barranquillero que hace un tiempo comenzó un ambicioso proyecto: pintar murales en todos los departamentos de Colombia.
Omar se graduó de Artes Plásticas en la Universidad del Atlántico y también hizo un Técnico en Producción Audiovisual que lo llevó a participar en la grabación y edición de videos musicales de artistas locales, esos que, como él, manifiestan necesitar una mayor visibilidad en sus trabajos.
“Cuando decido hacer mis obras en espacios públicos que están al alcance de la vista de cualquier persona, siempre trato de lograr que mis diseños tengan una carga social; que transmita un mensaje. No quiero quedarme solo con la forma sin ningún fondo”, explica el artista.
El arte urbano para Omar se trata de plasmar una imagen que sea consecuente con el contexto y que transmita un concepto que lleva a una emoción. «Una imagen en un espacio público tiene un carácter invasivo, por eso es necesario que los artistas justifiquen la presencia de la misma con información», explica Omar quien, además, entre 2014 y 2017 inició el proyecto ’23 días de dibujo’ con los integrantes de su proyecto ‘El Dibujo de los Sábados‘.
A través del proyecto ’23 días de dibujo’, él y un grupo de artistas realizaban «dibujos de contexto», es decir, ir a terreno y dibujar los elementos característicos del lugar. Ese registro quedaba en las bitácoras de cada uno y servía para , a pequeña escala, de lo que Omar hace en las paredes.
Omar cuenta que logró llegar con la brochas, escaleras y carros a alrededor de 10 municipios, dentro de los que destacan Santo Tomás y Usiacurí. En este último, por ejemplo, creó varios murales con los que buscaba plasmar los elementos más característicos del municipio como las artesanías con palma de iraca, los monos aulladores y todo el verde paisaje que rodea Luriza, declarada como la primera reserva ambiental del Atlántico.
Omar asistió a esa escuela de arte a la que lo llevó su padre por primera vez hasta los 16 años. Confiesa que actualmente no utiliza ningún bosquejo o modelo para sus dibujos. Todo lo hace partiendo de su creatividad gracias a una profesora que tuvo que lo impulsó a desarrollar esta habilidad.
También ha pintado en San Jacinto (Bolívar), Tuchín (Córdoba), La Peña (La Guajira), Pueblo Bello (Cesar), Guapi (Cauca), Puerto Umbría (Putumayo), Macarena (Meta), entre otros. “En cada uno trato de empaparme con la energía y la cultura de la comunidad para comenzar a sacar sus elementos más importantes. La experiencia de Guapi fue una de las más enriquecedoras”, agrega.
El barranquillero dejó su huella en Guapi a través de un mural alusivo al pez mero, un animal conocido dentro de la tradición oral de la comunidad porque se cree que come personas. Al mero le añadió una serie de palafitos, viviendas características de la zona.
El resultado, comenta, tuvo un impacto positivo en la comunidad pues era un mural que destacaba la esencia del municipio. Desde hace un tiempo optó por establecer una única regla a la hora de pintar: si el territorio es o fue víctima de violencia, Omar hace murales esperanzadores. Si el lugar, por el contrario, necesita de una mayor “conciencia social e histórica”, pinta murales que incomoden.
Por ejemplo, en Barranquilla uno de sus proyectos más recordados lo tituló ‘El escondite secreto de los desaparecidos’. A través de una serie de muñecos, Omar Alonso quería retratar los 6.042 casos de falsos positivos registrados por la Jurisdicción Especial de Paz. Lo que hacía era pintarlos en lugares escondidos, haciendo alusión a los procesos de desaparición forzada que sufrieron estas víctimas.
Cuando estaba pintando uno de esos murales, Omar recuerda que pidió permiso a una adulta mayor para utilizar la pared de su cada. Pintó uno de estos muñecos en posición fetal y, a los días, se topó con la sorpresa de que la comunidad le estaba reclamando a la dueña de la casa por el mural:
“La comunidad le estaba diciendo que el mural transmitía un mensaje muy fuerte, de muerte. Ella les respondió que no veía muerte por ningún lado: que veía un hombre en posición fetal enterrado como una semilla en la tierra. Es decir, la interpretación fue diferente; los demás lo vieron como una fosa común”, comenta Omar, quien actualmente trabaja como profesor en la Escuela Distrital de Artes.
Dos de los movimientos que más lo inspiran son el Surrealismo y el Expresionismo. “El surrealismo, ese de Dalí y El Bosco, surge cuando los artistas se dan cuenta que si el mundo es absurdo, el arte también tiene que ser absurdo: llegar a combinar piezas oníricas con las reales. El expresionismo me interesa por el drama; cada pieza puede tener una carga emocional muy fuerte”, explica. Su intención es fusionar los estilos de ambos movimientos con los elementos propios de las culturas del país.
Los murales de Omar también llegaron a Francia. En 2017, a través de la Alianza Francesa y de Killart, un festival de arte urbano que se hace en Barranquilla, 5 artistas colombianos tuvieron la oportunidad de viajar a Francia, entre ellos Omar. Fue a un festival de muralismo en Lyon, a unas exposiciones artísticas en Toulouse y en Marsella. Sus obras quedaron grabadas en Lyon, Marsella, Toulouse y Cahors (Francia).
Omar comenta que, para este tipo de arte, y sobre todo en ciudades donde es complejo abordar el muralismo como pieza artística sin que se vincule necesariamente con la contaminación visual, es importante que los artistas demuestren el valor de sus obras a través de la seguridad en su trabajo.
“Si uno va a pintar algo a gran escala debe tener la convicción de que la obra aportará algo. Se trata de mantener el ego, de creer en uno mismo. Para pintar en las calles muchas veces no se necesita un permiso, sino el convencimiento de lo que se va a hacer”, concluye este profesor que actualmente trabaja sembrando esa «conciencia artística» con los estudiantes de la Escuela Distrital de Artes.