Emilse Triana y Katerine López fundaron la asociación Maheno, que en cubeo significa ‘nuestro’. Con ella y a partir de recorridos por la selva del Vaupés, buscan conservar su territorio y preservar el legado de sus ancestros.
Para Emilse Triana y Katerine López, ambas indígenas cubeo, el turismo se ha convertido en una herramienta para el rescate de su cultura tradicional y la protección de su territorio. Ellas, junto con otros dos jóvenes de su étnia, conforman Maheno, una asociación de turismo con la que a través de recorridos por lugares sagrados para su pueblo, así como por puntos de relevancia natural y ecosistémica, buscan divulgar y exaltar la riqueza de su territorio y su cultura.
En cada recorrido que hacen, brindan al turista información acerca de la relevancia espiritual que tiene uno u otro lugar, así como de su importancia ecosistémica y de cómo esos dos componentes no están desligados el uno del otro sino que, al contrario, se complementan: la vitalidad del bosque contribuye a la vitalidad de la cultura y viceversa.
Para ambas es importante que el turismo sea gestionado por locales y que sean ellos quienes tomen decisiones sobre los lugares que se visitan en los recorridos y bajo qué condiciones. Eso, en un lugar como la Amazonía, es imprescindible por varios motivos.
Katerine cuenta, por ejemplo, que ella creció rodeada de sitios sagrados y de relevancia fundacional para su pueblo: “A mí me llevaban en canoa y todo era una historia, aquí pasó esto, acá nacimos nosotros y demás. Por eso también el respeto que uno tiene por las piedras, por los árboles, por todo el territorio”.
Emilse, por su parte, asegura que no son pocos los casos de comunidades a las que llegan «los blancos» a hacer ofertas de compra de la tierra por precios injustos y condiciones inciertas, «les dicen, le doy tanto, vamos a hacer esto, y los enredan con temas legales y terminan sacándolos de su tierra».
En ese sentido, la asociación surgió como una herramienta para que sean ellas quienes definan la manera en que se realiza turismo en su región, permitiendo, de esa manera, «blindar el territorio».
"Yo quiero estar en el monte"
Emilse Triana se graduó del colegio siendo la mejor estudiante de toda su promoción. Tenía el promedio más alto, había obtenido la mejor calificación en el Icfes y casi siempre estaba en la biblioteca. Ese fue su lugar seguro desde que llegó a estudiar a la cabecera municipal de Mitú, a unas ocho o diez horas por el río Vaupés desde su comunidad, Sabana Cubiyú, un asentamiento del clan Miãrioca Jejenava, perteneciente a la etnia Cubeo, en el departamento que lleva el mismo nombre del río.
Pasar de vivir en la libertad que supone la ruralidad amazónica, que no es otra cosa que la selva en su máximo esplendor, a estudiar en un internado en la cabecera municipal de Mitú, supuso varios retos y, sobre todo, restricciones. Pasó de “poder estar en cualquier lado y comer lo que produce la selva, a tener un reglamento súper estricto”. Adherirse a los horarios escolares, comer tres veces al día en vez de dos, ver legumbres en su plato, pollo en vez de pescado y hablar español en vez de cubeo.
Las historias que encontró en la biblioteca fueron el refugio perfecto para tramitar la incertidumbre que sentía de vez en cuando por habitar un limbo entre lo indígena y lo occidental. De los libros, entre otras cosas, aprendió que había todo un mundo por fuera de Mitú y que la Amazonía era un lugar oculto y privilegiado que muchos solo podían soñar con conocer.
Al momento de graduarse recibió ofertas de la Universidad Javeriana, el Externado, la Nacional y la Universidad de Santander para cursar la carrera que quisiera sin pagar un peso. Y aunque la química orgánica le parecía interesante por las posibilidades de explorar las riquezas de su territorio, motivada por un intenso llamado de su raíz, declinó todas las invitaciones.
“Yo quiero estar en el monte”, le dijo a su familia y a sus profesores, muchos de quienes hasta el día de hoy le siguen reprochando la decisión que tomó.
Ella, al contrario, está cada día más convencida de haber hecho lo correcto, recordando a su abuelo, la única persona que guardó silencio cuando anunció que se quedaba en Mitú y quien, con la sabiduría milenaria que solo poseen los sabedores y líderes espirituales de su comunidad, siempre le dijo que si algo le nacía, había que luchar por ello con convicción hasta el final.
Hoy, Emilse, con 22 años, se dedica de tiempo completo al turismo, una profesión que descubrió estando en el colegio y que le apasiona, entre otras cosas, por el contacto con la gente. Estudió guianza turística en el Sena y rápidamente varios de sus instructores la acogieron bajo su ala al ver su enorme potencial.
Hizo cursos en Bogotá y en el Eje Cafetero, casi siempre compartiendo aula de clase con personas mucho mayores que ella y con décadas de experiencia en la industria, pero a quienes Emilse deslumbraba con sus ideas y capacidad de aprendizaje.
Por su talento llegaron distintas oportunidades de formación y de trabajo, pero no terminó de acustumbrarse, pues sentía que era poco, por no decir que nada, lo que la industria turística tradicional tenía en cuenta a las comunidades indígenas, sus cosmogonías y costumbres a la hora de ejecutar planes turísticos.
Llegó un momento en el que las diferencias fueron tales que, cuenta, se vio en una profunda encrucijada: o se ajustaba a los parámetros tradicionales del turismo, o se renunciaba a esas oportunidades.
Ella, con la tenacidad que la caracteriza y haciendo honor a su abuelo, a su gente y a su territorio decidió: “Yo no vendo mi territorio, me voy con mis paisanos”.
Proteger lo propio desde lo propio
Maheno, que Emilse dirige, surgió mientras ella trabajaba con la Gobernación y de la mano de la Fundación Creata, que se dedica a impulsar emprendimientos y organizaciones comunitarias a través de capacitaciones, oportunidades de inversión y comercialización y buenas prácticas de administración micro empresarial.
Y aunque en un primer momento la idea de asociarse no le gustó mucho a Emilse, terminó convencida por la insistencia de Katerine.
Katerine es parte del clan Yaví ‘care gegenawa, cuyo nombre traduce ‘piel de jaguar’ por ser esa su vestimenta tradicional y es el cuarto de los ocho clanes principales, hermanos mayores, de la etnia cubeo.
Ambas han tenido siempre el arraigo por su cultura como motor de vida: “Ese arraigo lo lleva uno en la sangre, no sé explicarlo bien, a mi me nace, viene con la fuerza natural de defender y de cuidar. Viene de la forma en la que nos criaron, con ese amor por la cultura y la naturaleza, por lo que es uno”.
Emilse, por su lado, sostiene: «No sabemos de dónde nacen esas ganas de quedarse, de volver, de seguir acá. Esta es nuestra raíz, que dicen que siempre llama, y acá sentimos siempre su llamado”.
El comienzo de la asociación fue difícil: no lograban que los compañeros con quienes comenzaron con ellas el proyecto, todos menores que ellas y sin experiencia previa en procesos organizativos, entraran en el ritmo de trabajo, ni tampoco que se comprometieran con las múltiples responsabilidades que implicaba eso, por lo que varias veces pensaron que el proyecto estaba destinado al fracaso.
Eso hasta que, a través de la fundación, llegó Sandra Santiago, una guía de turismo que les asignaron para asesorarlos.
“Sandra llegó a ser una mamá, más que una profesora. Ella llegó a enseñarnos pero también a sentarnos uno por uno a hablar. Hablar de nuestras fortalezas y debilidades, de nuestras expectativas y de nuestros miedos. Confiamos en ella todo, le dimos todo, y ella nos unió como grupo, hizo que comenzáramos a trabajar de manera coordinada”, asegura Katerine.
Con su ayuda consolidaron el proyecto y crearon la primera ruta turística con todo muy bien estructurado: el guión, que es básicamente un protocolo de atención desde el momento en que llega el turista hasta que se va; los compromisos legales que toca asumir; la formación de los guías; los costos de los planes que ofrecen y demás.
Dolor imprevisto y un nuevo impulso
Con su primera ruta consolidada, la fundación se comprometió a dotarlos de la indumentaria necesaria para las actividades, pero el día en que les hicieron entrega de los equipos, falleció en el hospital uno de los compañeros de la asociación a causa de múltiples puñaladas que recibió en una riña.
“Eso frenó el proceso por completo”, cuenta Emilse, “se fragmentó, nadie se sentía capaz de verse con los otros, no sabíamos qué decir ni qué hacer, no sabíamos cómo reaccionar”.
Por alrededor de 15 días Maheno de funcionar, sus integrantes no se vieron y no se hablaron, hasta que de nuevo al territorio llegó Sandra, que debía cumplir con las capacitaciones que le habían sido asignadas.
Durante esas sesiones, sin embargo, no hubo solamente formación alrededor del turismo, sino también un espacio de diálogo y desahogo para los jóvenes, que no sabían muy bien cómo lidiar con esa pérdida y menos en ese momento.
“Yo solo sentía que quería correr” dice Katherine, “no quería hablar de ese tema”.
Emilse, por su parte, asegura que no tenía a quién acudir durante el duelo y no quería que nadie la viera llorar, por lo que se encerró dentro de sí misma, reprimiendo sus emociones.
Con la llegada de Sandra, sin embargo, pudieron tramitar ese dolor y mirar hacia adelante. “Ella hizo que aflojaran muchas cosas, hizo que pudiéramos soltar y volver a trabajar, así fuera a media marcha”, cuenta Emilse.
Todo eso ocurrió durante los últimos meses del año pasado, durante los cuales también realizaron la primera salida oficial de Maheno con algunas emisoras y personas del sector turismo en Mitú, aunque confiesan que no les fue también.
Después de esa, sin embargo, tuvieron otra salida con la dueña del hotel en el que trabaja Emilse como recepcionista, y un grupo de amigos de ella que llegaron desde Bogotá. Esa, a diferencia de la primera, fue todo un éxito y los visitantes quedaron fascinados no solo con el recorrido que realizaron, sino con el trabajo de los jóvenes de la asociación.
Un recorrido al lugar donde reposan las almas de los cubeo
La ruta comienza desde el parque principal de Mitú y llega hasta el Cerro de Guacamayas, uno de los más emblemáticos del municipio. Para llegar hay que caminar alrededor de tres horas, a lo largo de las cuales se viven diversas experiencias inmersivas en la cultura local.
El recorrido comienza a las seis de la mañana y desde el parque se camina hasta la comunidad de Mitú Cachivera, un asentamiento mayoritariamente Tucano, muy cerca del casco urbano de Mitú. Una vez allí, los turistas reciben un trago de Mingao, una bebida tradicional energizarte hecha con una mezcla de almidón de yuca y agua, que se deja cocinar hasta que coja la contextura adecuada y luego se combina con jugo del fruto amazónico que esté en temporada.
“Les explicamos cuál es la relevancia y el uso de esa bebida en la comunidad, sus ingredientes y mientras la toman les contamos acerca de Mitú Cachivera, por qué surge esa comunidad allí, de su nombre y demás”.
De ahí se parte, luego de un calentamiento, al sendero en la selva, pero antes de entrar, se realiza una ‘armonización’, un rito de protección para las personas foráneas al entorno.
Emilse cuenta que cada vez que su abuelo entraba a un territorio, a un cerro o a alguna parte nueva de la selva, siempre le hablaba a la naturaleza y le decía quién era y cuál eran sus intensiones allí. “Le decía, ‘soy fulano de tal, nieto de tal, vengo con mis nietos porque venimos a cazar. No vamos a tomar más de lo que necesitamos, y si llegamos a necesitar algo más, volveremos’. Solo después de que él hiciera eso, acompañado de unos rezos, entrábamos”.
Entonces, de la misma manera, a los turistas se les pide que se presenten, cuenten algo de ellos, cómo se llaman sus padres y digan cuáles son sus intensiones en el territorio.
“Eso también lo hacemos porque el recorrido es largo, entonces queremos conocerlos”, cuenta riendo Emilse.
Después de eso se les aplica el Carayurú, un pigmento vegetal de color rojizo que ha sido previamente rezado con rituales de protección para prevenir cualquier lesión o enfermedad estando en la manigua.
Allí, claro, también se explica qué es el Carayurú, para qué se usa y de dónde viene.
Ya con todo preparado inicia el recorrido hacia el Cerro Guacamayas, que dura alrededor de dos horas y media. Durante la ruta se atraviesan distintos puntos naturales y culturales, como Caño Sangre, un raudal de aguas rojizas por la hojarasca de los árboles, y por las chagras de la comunidad, los espacios donde realizan la agricultura. Todo ello con explicaciones culturales y científicas de parte de los guías.
Una vez en el cerro, que, cuenta Katherine, es un lugar sagrado pues es allí donde reposan las almas de los cubeo, se explica la relevancia que el lugar tiene para la comunidad y se disfruta de la vista de la selva y del avistamiento de los cientos de guacamayas que habitan allí.
Nuevas rutas, nuevos guías, nuevas ideas para conservar
Este año, Maheno comenzó pisando fuerte. Ya tienen programada su primera gran salida para el 28 de enero, en el que participarán, hasta ahora, siete personas que compraron el paquete.
Además de ello, hay varias comunidades que se han puesto en contacto con la asociación para conformar nuevas rutas y nuevos puntos turísticos. Solo falta que se adelante el proceso de elección de las autoridades de cada una de esas comunidades, que se hace cada año, para poder avanzar en la definición de esos nuevos recorridos.
De la misma manera, Emilse y Katerine esperan poder traer nuevos jóvenes al grupo, que dentro de sus asociados cuenta desde finales del año pasado con Miguel Portura, uno de los mejores guías locales y especializado en temas de avistamiento de aves. “Una eminencia”, dice Emilse entusiasmada.
Así, abrirán una convocatoria para que cualquier joven interesado pueda llegar al proyecto.
Eso con el objetivo de “seguir formando chicos, seguir metiéndoles el bichirijuelo de que sí podemos rescatar nuestra cultura y de que sí podemos salir adelante a raíz de eso”, dice Emilse.
Y Katerine agrega para concluir: “El dios Cubay – dios de los cubeo – siempre fue un astuto, en todas las historias se sale con la suya. Imposible que nosotros no”.