El retamo espinoso es una amenaza para plantas nativas como el frailejón. Desde Invocu, crearon proyectos educativos y productos para que la comunidad de Sumapaz la convierta en una vía de desarrollo sostenible.
Del páramo de Sumapaz hay mucho por decir. Está al suroriente de Bogotá, se le considera el páramo más grande del mundo, ha sido lugar sagrado, camino hacia el mítico tesoro de El Dorado, escenario de expediciones e investigaciones como las de Mutis y Von Humboldt; y más recientemente, de numerosas iniciativas comunitarias que surgen, en su mayoría, de las tres zonas de reserva campesina que resguarda.
Pero por sobre todas las cosas, el Sumapaz es uno de los ecosistemas más importantes de los Andes colombianos, así como una de las principales fuentes hídricas del país. Es, también, un entorno en riesgo por factores como el retamo espinoso, un arbusto de origen europeo y que, desde su llegada al territorio nacional hace aproximadamente 80 años, se ha convertido en una amenaza para las plantas locales.
Así lo explica David Felipe Díaz, biólogo, ecólogo, guía turístico y creador de Invocu, un emprendimiento social y ambiental que busca empoderar a las comunidades del Sumapaz para eliminar la planta invasora y convertirla en un negocio sostenible.
Un invasor invitado
De acuerdo con David, “en los años 50 la biología atravesaba un periodo que se denominó la ecología y la biología funcional. En este los expertos aseguraban que las plantas tenían funciones. Si dos plantas cumplían una misma función, pues una podía reemplazar a la otra, así no perteneciera a determinado ecosistema”.
Fue esa premisa la motivó la llegada a Bogotá de especies como el pino, el eucalipto y, por su puesto, el retamo, con el que se esperaba restaurar suelos y construir cercas vivas. Por esa época, explican desde la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, que hace la gestión ambiental de las cuencas abastecedoras de la ciudad, la capital demandaba una gran cantidad de material de construcción que era extraído de los cerros orientales, generando deforestación y erosión en los ecosistemas.
“Esta es una planta que tiene raíces bastante prominentes, que generan una retención del suelo cuando ya están en su máximo pico de crecimiento”, explica Díaz, que es especialista en derecho y economía del cambio climático de la Flacso, Argentina.
Y si bien la estrategia funcionó, las autoridades ambientales del momento no presupuestaron las diferencias climáticas entre Europa y América. Después de todo, en el viejo continente hay cuatro estaciones, incluido un invierno que limita la reproducción exponencial de la planta. Acá, en cambio, puede generar flores y frutos durante todo el año.
En ese sentido, estudios de la Escuela de Restauración Ecológica de la Universidad Javeriana, encabezada por el profesor Jose Ignacio Barrera, quien lleva advirtiendo sobre la amenaza del retamo desde 1998, indican que la planta puede crecer 3 y hasta 4 veces más que la población nativa.
“Entonces vemos que es una planta que crece mucho, generando unos procesos de competencia por los recursos bastante grandes con las especies nativas, generándoles sombra, impidiendo la fotosíntesis y tomando más nutrientes de la tierra por las características de sus raíces”, explica David.
Entre los principales afectados por su presencia están los encenillos, los alisos, las manos de oso y, claro, los frailejones, responsables de la captación de humedad que después se convierte en agua para los páramos y las ciudades. “Es como si una orquídea o la palma de cera de Quindío hubieran sido llevadas a otro país con objetivos específicos y se hayan vuelto némesis de la biodiversidad local”, agrega el experto.
Una iniciativa comunitaria
David tiene 30 años, creció entre los barrios de Molinos y Santa Librada —ambos limítrofes a los cerros orientales— y fue allí donde pudo observar de primera mano la problemática del retamo. “De hecho gracias a eso decidí estudiar biología y ecología y encargarme de observar desde una perspectiva mucho más científica esta problemática socioambiental”.
Escogió trabajar con las comunidades locales porque es una oportunidad para generar conocimiento y dinamizar el agro. Además, porque hacerlo de esa manera es algo muy propio de los pueblos campesinos, con los que se identifica.
Por eso regresó al páramo a finales de 2017 a comenzar lo que describe como la fase experimental de Invocu. En ese momento, la organización ya había ingeniado una metodología para tratar de manera efectiva el retamo, de manera que ninguna semilla, esqueje o ‘piesito’ tuviera oportunidad de volver a colonizar el territorio; pero que además convirtiera la planta en un material para crear productos sostenibles, hechos a mano artesanalmente por la comunidad
En ese trasegar, el primer paso fue establecer alianzas. Primero, con la reserva de la sociedad civil La Casita Feliz, un proyecto liderado por Gonzalo Sánchez y que busca amortiguar la expansión de la frontera agrícola en el páramo. Este, a su vez, les conecta con Conservación Internacional Colombia, que estudia y avala la metodología propuesta por Invocu e incluso les da el capital semilla para arrancar el proyecto.
“Además de eso, nos hacen el puente con la presidenta de la Junta de Acción Comunal de Curubital, Alba Doris Orozco, que es la que se convierte en la mamá en el páramo para Invocu”, continúa David. Fue a través de ella que conectan con la comunidad local y llegan al colegio El Destino, donde se logra el primer gran avance: el lanzamiento del Diplomado Teórico, Práctico y Popular en Manejo Integral de Áreas Invadidas por Retamo Espinoso.
Se trata de un programa gratuito, de 120 horas, que le da a la comunidad las herramientas que necesitan para eliminar el retamo de los páramos y que ha beneficiado a 37 estudiantes de dicha institución, así como a un grupo de maestros y trabajadores de mantenimiento del colegio San Bartolomé La Merced en Chapinero, junto al Parque Nacional, donde también existe esta problemática.
“Esto ha sido un toma y dame en el sentido en el que hemos aprendido mucho del saber empírico de las personas, así como hemos corregido errores comunes como tratar cualquier maleza con el fuego, porque el retamo con el fuego se siente en su zona de confort”, asegura el biólogo.
Dicho de otra manera, el programa es un diálogo de saberes pues contempla el conocimiento calificado por la educación tradicional, sin desconocer los años de experiencia de los campesinos que han habitado el territorio y lidiado con la planta por décadas. Actualmente, la idea es conseguir fondos para llevarlo a más estudiantes de El Destino. Además, están trabajando para articularse con el PEAMA de la Universidad Nacional para llevar una versión del mismo a los habitantes de las veredas altas que colindan con el Sumapaz.
Una solución para todos
El retamo espinoso, relata David, llegó al Sumapaz por el embalse La Regadera. Paradojicamente, es a escasos metros de allí, en la Finca La Regadera, donde se encuentra el taller de Invocu.
Ese es el centro de operaciones para los dos principales frentes de acción: la erradicación y restauración biológica del territorio, en la que trabaja una cuadrilla de seis personas, incluidos dos jóvenes graduados de la primera cohorte del diplomado; y la parte productiva, en la que participan otros seis trabajadores provenientes de contextos vulnerables como la situación de calle y el consumo de drogas.
Sobre el primer punto, el biólogo es claro: Invocu adaptó la metodología avalada por el Ministerio de Ambiente para el manejo del retamo, que indica que primero se aísla el área a tratar para evitar la dispersión de semillas, luego se recogen estas y las flores de la planta, para posteriormente retirar la parte superior del arbusto. Por último, se hace un proceso de estoconado para remover la raíz.
A continuación, el material se transporta siguiendo protocolos de bioseguridad y es aquí donde la metodología de Invocu se comienza a alejar de la oficial. De acuerdo con el experto, la disposición final de la biomasa la hacen las autoridades ambientales avaladas con una bioextrusora importada y que vale $1.500 millones. Esta usa procesos de combinación térmica para que el material se haga inerte de forma que la semilla no se pueda a reproducir.
“Nosotros estudiamos a profundidad este proceso y generamos una metodología análoga que está en fase final de patente y que llega al mismo resultado con más pasos y una cuarta parte del valor de la máquina. Así generamos más alternativas de empleo, pues ya no es solo un operario accionando la máquina y creamos un biopolímero 100% orgánico y sostenible, capaz de reemplazar el plástico y el icopor”.
Según Díaz, el cielo es el límite para ese material. Funciona para hacer platos, cubiertos, implementos de jardinería y hasta tableros aglomerados. Y si bien Invocu quiere crear una industria nacional alrededor de ese último producto, por ahora, lo usa para crear un kit que contiene cuatro materas hechas con el biopolímero, tierra fertilizada, y semillas de rábano, cilantro y lechuga.
“El kit cuesta $73.000 y se enfoca en que las personas sean guardianas del páramo y tengan la oportunidad, desde casa, de brindarle una pizca de amor al mismo. Es tener un pedacito del páramo de Sumapaz y entender que está en nuestras manos cuidarlo y protegerlo”.
Hasta el momento, Invocu ha intervenido por una hectárea de área invadida por retamo. Toda, propiedad de habitantes de la zona que le dan una oportunidad al proyecto, pues para áreas públicas se requiere el permiso de las autoridades ambientales. En la actualidad, la iniciativa trabaja en una campaña para restaurar otras 10 hectáreas, en el desarrollo de un programa de apadrinamiento de frailejones y en una alianza para crear kits inspirados en el Frailejón Ernesto Pérez.
“Lo que nos interesa —concluye David— es que las comunidades adquieran las capacidades y competencias necesarias para hacerle frente a la problemática de manera autónoma. Llegar a niños que también tendrán un rol y una conexión importante con estos ecosistemas”.