Angélica Ortega es el alma de Dacaná, una iniciativa que reúne anualmente a más de 200 bailarines en la ciudad. Además del patrimonio cultural, le apuestan a la transformación personal, económica y social a través de la creación de oportunidades.
Criada en el barrio Siape, el «barrio del río», Angélica Ortega encontró desde muy joven en la danza su refugio y propósito. Uno por el que enfrentó la oposición de su padre, quien no veía con buenos ojos su participación en el Carnaval ni en actividades artísticas. “Lo que él quería era protegerme, porque cuando conoces un mundo, no quieres que tu hija esté en él”, recuerda.
A pesar de esas restricciones, relata que su pasión por la danza era innegable. Por eso mismo se ganó una beca de talento que le permitió asistir a clases de baile, aunque tuvo que fingir que estaba practicando deportes para que su familia no se enterara: “Me inventaba que jugaba con el colegio, pero lo que realmente hacía era ensayar. No podía dejar pasar esa oportunidad”, comenta.

La idea de crear Dacaná surgió en 2002 de la mano de un concurso impulsado por la Alcaldía de Barranquilla, que invitaba a los barrios a presentar pesebres a cambio de juguetes para los niños. Angélica organizó coreografías con 30 niños del barrio para cada noche de novena, como parte de un espectáculo especial. La respuesta del público fue tan positiva que un padre de familia sugirió: “llevar a los pelaos al Carnaval”.
Una vez registrados, Angélica y el grupo participaron en la Noche de Comparsas, la Batalla de Flores, el Lunes de Fantasía y el Martes de Joselito, sin imaginar que ese sería el inicio de un proyecto de vida. “No tenía ni un peso para financiarlo, pero la inscripción era gratis, así que decidí lanzarme al ruedo”, dice.
El debut de Dacaná en 2003 fue un éxito artístico, pero dejó a Angélica con una deuda de 6 millones de pesos. “No tenía ni para pagar la pieza donde vivía, pero sabía que no podía rendirme. Cada año prometía organizarme mejor, y aunque seguía endeudada, no dejaba de soñar”, relata.
El fruto de su esfuerzo llegó en 2009, cuando Dacaná ganó su primer Congo de Oro. Este reconocimiento posicionó a la comparsa como una de las más destacadas del Carnaval y le dio a la bailarina la confianza para seguir adelante. Desde entonces, han alcanzado ese reconocimiento 17 veces más y se han presentado en eventos nacionales e internacionales.

Sin embargo, el éxito no se mide solo en premios. Para Angélica, el verdadero impacto está en las vidas que ha transformado. En sus palabras, “esto no es solo baile, es un espacio para que los jóvenes crezcan, sueñen y se expresen. Aquí no solo se forman bailarines, se forman seres humanos”.
Por eso, paralelo a los ensayos, los más de 200 integrantes del grupo, desde niños hasta adultos, adquieren herramientas para la vida, como disciplina, compromiso y disposición para el trabajo en equipo.
Es que, diferencia de otras comparsas que cobran derecho de admisión, Dacaná está abierta para todos los que deseen hacer parte del proyecto, pues, para la fundadora, “el arte no debe ser un privilegio, sino un derecho. Quiero que cualquiera que tenga el deseo de bailar pueda hacerlo”, dice.
Además de los ensayos de baile ―que se realizan al aire libre en el Malecón del Río Magdalena, todos los sábados―y lo que ello trae en materia de valores, la comparsa cuenta con cursos de confección y maquillaje, para que sus bailarines desarrollen habilidades y talentos que se puedan traducir, en un futuro, en opciones de trabajo.

Todo sea dicho, ese enfoque social es el resultado de la experiencia de vida de Angélica, quien, además de liderar la comparsa, estudió administración de empresas y es, a sus 45 años, madre de tres hijos. Un coctel de roles que describe como uno de los mayores retos de su vida. “La peor combinación que existe es ser empresaria y mamá. No puedes ser una excelente mamá y una excelente empresaria al mismo tiempo; siempre descuidas algo”, confiesa.
Su tercer hijo nació en condiciones especiales, lo que añadió más desafíos. “Había días en los que llegaba al parque donde ensayábamos, me estacionaba y tomaba aire antes de bajarme. Me decía a mí misma: ‘Tienes que hacerlo, no importa lo que pase’. Había días en los que salía temprano y mis hijos seguían dormidos, regresaba tarde y los encontraba dormidos. Eso duele, sacrifiqué mucho por el Carnaval, pero los sacrificios han valido la pena”, relata con emoción.
Hoy, la bailarina define a la comparsa es un modelo de gestión. “Siempre digo que tener una agrupación no es solo montar el mejor show o tener los mejores trajes, sino saber administrar bien el dinero. Sin una buena administración, todo se hunde”, explica.
Parte de ello es el taller de confecciones Dacaná, que produce los vestuarios para la comparsa. “Diseñar, dirigir y confeccionar al mismo tiempo puede ser abrumador, pero lo hago porque amo lo que hago”, comenta, insistiendo en que es, además, el espacio para enseñar nuevas habilidades a los bailarines.
Angélica Ortega es uno de los personajes clave del Carnaval de Barranquilla. Mientras se prepara para una nueva edición, su historia es un recordatorio de que los sueños, cuando se persiguen con pasión y determinación, se cumplen, transforman vidas y dejan huellas indelebles en la cultura de una ciudad. También deja un mensaje claro sobre todo lo que se puede sacrificar por darlo todo en el Carnaval. Para algunos, es una celebración de unos pocos meses, pero para Angélica, es una pasión que vive durante todo el año.