El cambio climático no afecta a todos por igual

Ante la evidencia de que mujeres, niños y niñas son los más damnificados, ¿qué tal si logramos consolidar una agenda ambiental con enfoque de género?

Los niños piensan en casi todo de manera inocente y genuina, lo que los lleva a buscar y descubrir respuestas a cada uno de los asuntos que les genera interés. Luego, estando adultos, las experiencias que tuvieron a lo largo de su vida marcan sus gustos e intereses presentes y futuros.

Aprender siempre es una necesidad y tener curiosidad por las cosas es darnos la oportunidad de sorprendernos con lo básico de la cotidianidad, del regalo que es la naturaleza. De ahí, lo importante que es el rol de las madres cuando les enseñan a sus hijos sobre cómo aprovechar los medios y las circunstancias de una mejor manera. 

Es posible hacer quesito de la leche que se compra a diario, convertir la soya en leche, cultivar frutas, reciclar el agua de las lluvias y utilizarla en los quehaceres, sembrar plantas para elaborar bebidas que contraataquen la gripe u otros malestares… esas son algunas de las fórmulas mágicas con las que las mamás, a lo largo de la historia, han demostrado la forma en la que interactúan con los recursos naturales, a la vez que cuidan de ellos.

Las mujeres cumplen un papel fundamental a la hora de generar educación y consciencia ambiental porque, en la mayoría de los casos, que son el primer modelo a seguir, les enseñan a los más pequeños a separar las basuras, entendiendo que hay elementos que se pueden reciclar y otros –como los orgánicos- que permiten hacer compostaje para generar abono de alta calidad.

También educan sobre los fenómenos naturales, como los relámpagos y los rayos, pues estos no solo iluminan el cielo y anuncian la posible llegada de una tormenta, sino que –cuando impactan el suelo- fijan nitrógeno en este, produciendo uno de los mejores abonos para la tierra. 

Adicionalmente explican que todos los seres en el mundo -por pequeños o insignificantes que parezcan- cumplen un rol trascendental para la existencia humana, como es el caso de las abejas, los gallinazos o las zarigüeyas. 

A pesar de esto hay una realidad innegable y es que la degradación del medioambiente, que afecta a todos los seres humanos, trae las peores consecuencias para “los sectores vulnerables de la sociedad, principalmente las mujeres, cuya salud es más frágil durante el embarazo y la maternidad”, según las Naciones Unidas.

La ONU también ha afirmado que las probabilidades de morir luego de un desastre natural son 14 veces más altas para las mujeres, niñas y niños que para los hombres. 

Desde una perspectiva económica el asunto también es complejo: la FAO ha señalado que las mujeres representan el 45 % de la mano de obra agrícola en los países en desarrollo, pero cuando las tierras que trabajan son devastadas por sequías, incendios, derrumbes o inundaciones, sus ingresos y seguridad alimentaria se desestabiliza. 

La experiencia nos ha demostrado que las prioridades de las mujeres son diferentes a las de los hombres y el rol que han jugado en la sociedad ha sido imprescindible para el cuidado y el respeto del entorno. No obstante, nos hemos quedado cortos en relación con las garantías para ellas y, teniendo en cuenta el contexto actual, en el que las catástrofes naturales son más frecuentes, se debe pensar en brindarles las herramientas adecuadas para su protección. 

En ese sentido, ¿qué tal si se implementan programas gubernamentales de participación y educación, mediante los cuales se haga pedagogía sobre la mitigación del cambio climático y cómo actuar frente a un desastre natural? ¿Qué tal si, a lo largo y ancho de los países en desarrollo, específicamente en las zonas de alto riesgo, se instalan dispositivos para lanzar alertas tempranas para que las autoridades pertinentes puedan actuar a tiempo? ¿Qué tal si logramos consolidar una agenda ambiental con enfoque de género?

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