El colectivo Wayuuando trabaja con niños y jóvenes de Cabo de la Vela, en La Guajira, en la producción de vídeos con los que buscan contar lo que sucede en el territorio, desde la perspectiva de la misma comunidad. Así, también, buscan fortalecer el sentido de pertenencia por la cultura wayúu.
Publicada el 19/01/2023
En 2018, en una enramada llamada Tojoro, ubicada frente al inmenso mar Caribe, nació el primer bosquejo de Wayuuando, una corporación dedicada a potenciar habilidades transmedia en niños y jóvenes wayuú, sobre todo en los que residen en el Cabo de la Vela.
Durante esas primeras actividades en la enramada, siete niños se acercaron con sillas y cuadernos prestados a recibir clases. Luego, Ediana Montiel, líder de la corporación, decidió trasladar las jornadas a una institución educativa en la que se inscribieron otro par de niños hasta completar un grupo de quince.
Su apuesta, desde el inicio, fue “fortalecer la comunicación desde los propios pueblos indígenas”. Aclara que, si bien han logrado producir varios cortos de ficción y no ficción, la finalidad última de Wayuuando no es crear cineastas, sino “agentes de cambio con habilidades transmedia”, explica.
Ediana nació en zona fronteriza con el estado de Zulia, en Venezuela, y pertenece al clan Ipuana de la étnia Wayúu. Aunque estudió un técnico superior en el área de turismo, un año antes de comenzar el proyecto, en 2017, recibió una beca para hacer parte de la Escuela de Comunicaciones del Pueblo Wayuú, un proyecto en el que profesionales forman a personas interesadas en fortalecer la comunicación en su comunidad a partir del sentir indígena.
“Somos un proceso avalado por el territorio, pero no por la academia. Es decir, aquí nos conocen como ‘comunicadores indígenas y comunitarios’, así no tengamos un título como licenciados o profesionales otorgado por una universidad ”, explica esta joven que, en ese entonces, alternaba su trabajo como guía turística con las actividades de voluntariado en la institución.
Actualmente manejan un programa con voluntarios que llegan a la sede física de Wayuuando, en Cabo de la Vela, a contribuir con los procesos formativos desde diversas disciplinas, desde etnoeducación hasta muralismo y pintura.
El inicio: un boletín noticioso hecho por los niños
Los 115 pueblos indígenas que existen en Colombia han mantenido una lucha histórica hacia el respeto de su autonomía en los territorios. Por eso, Ediana menciona que, así como es necesario fortalecer proyectos que fomenten la participación de los mayores -que son quienes guardan las costumbres y creencias-, también es indispensable involucrar el punto de vista de los menores.
Los primeros meses de trabajo de Wayuuando fueron duros, sobre todo porque la comunidad del Cabo de la Vela no cuenta con buena conexión a internet y tampoco con buenos servicios de energía eléctrica. Ante ello, la estrategia de Ediana y del grupo de niños fue hacer, a mano, boletines informativos sobre acontecimientos e historias del pueblo.
Era todo un semillero de reporteros comunitarios en el que cada niño escribía e ilustraba una nota que luego se colgaba en las paredes del colegio. Con el tiempo, decidieron difundir esa misma información en las rancherías, para que los locales y turistas se enteraran de lo que pasaba en el Cabo.
“Yo siempre les he dicho que deben dejar de mirar tanto hacia afuera y que comiencen a ver qué es lo que pasa en el territorio; hay que enfocarnos en el pescador, la tejedora, el esfuerzo que hacen los padres diariamente para llevar el sustento a su hogar”, cuenta. Su objetivo con estos boletines era visibilizar las historias resilientes de la comunidad.
Más cerca de las pantallas
Los productos audiovisuales comenzaron a grabarse con un Samsung S3, el teléfono personal de Ediana de ese entonces. Sin embargo, un día un turista caleño se interesó por la actividad que adelantaban los niños y decidió donar el suyo: un Samsung S6 que, para ese tiempo, era uno de los equipos de más alta gama.
Luego llegaron las demás donaciones de micrófonos y trípodes. Los niños comenzaron a diseñar sus propios guiones, vestuario, carteles y claquetas. En las calles de las rancherías se podía leer frases como ‘estamos en grabación’ o ‘rodando’.
Aunque todo el proceso formativo ha sido empírico, ya han logrado sacar adelante más de diez vídeos y organizar dos muestras audiovisuales.
“A veces me molesta que, cuando me invitan a dar una charla sobre el proceso y yo muestro los productos, comienzan a criticar los ángulos, encuadres, calidad y demás. Yo les respondo que vengan a trabajar con más de quince niños sin equipos profesionales y sin recursos a ver cómo les va”, comenta Ediana.
Por ejemplo, grabaron uno en el que una mayora les cuenta a los niños sobre los juegos de su infancia. Y también otro donde una niña narra, desde su óptica, cómo vivió la violencia intrafamiliar y el abandono de su padre.
Abordar temas tan complejos generó, incluso, que los adultos reflexionaran sobre cómo los niños percibían el contexto: “Las autoridades llegaron a cuestionarse sobre qué tantas cartas estaban tomando contra la violencia intrafamiliar en el territorio”, recuerda Ediana, quien en este momento, además, se encuentra adelantando talleres de educación sexual con niñas y mujeres wayúu.
Este año, Ediana espera terminar de construir la Casa Morada, un espacio pensado para educar a la comunidad en temas de género y servir como biblioteca comunitaria.
“Yo siempre les digo que esto lo hacemos para que con el tiempo tengamos bien el alma y el territorio armonizado. Quiero que los niños fortalezcan los valores que definen el ser wayúu: solidaridad y cocreación en comunidad”, concluye.