En La Quinina, Santa Marta, los niños son los protagonistas de la Ruta de Colores, un proyecto social que fortalece a la comunidad con actividades culturales, y que busca atraer a los turistas a partir de intervenciones artísticas.
José Gregorio Ojeda y Ana Indaburu son una pareja de esposos que llegaron a La Quinina, en zona rural de Santa Marta, hace 11 años, cuando fueron desplazados por la violencia desde la Sierra Nevada.
Al principio, recuerdan, entre risas, que la comunidad comenzó a llamarlos ‘los hippies’, pues en aquel remoto sector de la ciudad la población no estaba acostumbrada a ser convocada para hablar de arte. Y mucho menos para emplear sus ratos libres en talleres culturales.
Sin embargo, tras 11 años de trabajo con su fundación, ya cuentan con la participación de 60 niños y 15 madres. José Gregorio, artista, de 51 años, explica que, mientras los niños reciben clases de pintura, las madres, por su parte, toman la clases de elaboración de artesanías que dicta Ana, su esposa.
Oriunda de Bogotá, Ana es la cocreadora de la fundación Goyanarte, una iniciativa de los esposos para «contribuir al desarrollo social con arte, educación y emprendimiento«.
Los esposos trabajan personalizando ropa y espacios. Es decir, se dedican a pintar ropa a mano y también a ‘estampar’ su arte en murales. Ese conocimiento técnico, durante este tiempo, se lo han transmitido a la comunidad con dos grandes intenciones: lograr que los niños llenen la vereda de arte y colores, y que las madres comiencen a generar ingresos con las artesanías.
“Como mi esposo y yo pintamos murales, en un futuro nos imaginamos toda esta comunidad con las paredes llenas de colores y dibujos. Queremos que las personas externas comiencen a ver a La Quinina como un lugar que ofrece turismo artístico y artesanías de personas locales, un poco como lo que uno se encuentra en la Comuna 13 de Medellín”, explica Ana.
Esas ideas han hecho que los habitantes de La Quinina y sectores aledaños sientan curiosidad hacia las actividades de la fundación, que además de pintura ofrece también clases de danza y sesiones de lectura de cuentos.
De hecho, el eco de las jornadas artísticas ha sido tal que, incluso, trabajan con jóvenes de otros municipios, como Ciénaga, y también algunos niños ubicados al otro lado de la ciudad.
El transporte, en ese caso, ha sido uno de los factores más complejos, pues el camino para entrar a la vereda está destapado, y llegar caminando puede tomar hasta media hora desde Gaira.
José Gregorio explica que para ello cuentan con vehículo Mazda 323, con el que salen a buscar a los niños de otras zonas a la carretera principal, para evitarles la extensa caminata. «Es impresionante la cantidad de niños que podíamos traer en ese carro. La gente se reía cuando lo veía tan lleno, decían que parecía el carro de Mr. Magoo», cuenta José con emoción. Una anécdota que refleja la acogida que ha logrado tener esta iniciativa.
Por otro lado, los promotores culturales explican que, antes de las pinceladas, los niños reciben una buena dosis de inspiración con los cuentos; con base en lo que leen, pintan.
“El arte siempre será la mejor terapia. A través de él los niños pueden alejarse de los problemas familiares, ambientales y de seguridad que tiene este contexto”, explica José.
Una biblioteca para ‘echar a volar’ la imaginación
La fundación Goyanarte dirigió la intervención artística de la Institución Educativa Departamental La Quinina. Llenaron el centro de murales alusivos a fauna y flora del lugar, como apoyo al proceso literario que la fundación Súbete al Cuento, junto a la agencia TXT Activa y los servicios financieros de Chevrolet, le llevaron a esta escuela.
Los fundadores de Súbete al Cuento son Andrés Buitrago y Diego Díaz, quienes llegaron a La Quinina con la intención de despertarle a los niños hábitos literarios que los animaran a participar en La Ruta de las Letras, una iniciativa virtual con la que la fundación ‘recorre’ diferentes regiones del país descubriendo niños con talentos para la escritura creativa.
En La Quinina encontraron 30 niños interesados. Con ese grupo, luego de un mes de trabajo, lograron armar un cuento que combinaba tres elementos significativos para esta comunidad, inmersa en uno de los bosques secos más grandes del departamento: aves, arte y fiesta.
“Al llegar nos dimos cuenta de que muchos niños habían aprendido la mala práctica de sus padres de cazar aves con caucheras, entonces supimos que por medio de la literatura podíamos sembrarles educación ambiental”, comenta Buitrago, quien a través de su fundación recibió la donación económica de un privado para mejorar la infraestructura de la escuela. Además, con la donación de libros infantiles de cada uno de sus aliados, crearon la Biblioteca Mágica Jatematuna, un proceso literario y social que continua vigente.
Para combinar la literatura con la educación ambiental en los talleres, ‘Súbete al cuento’ utilizó obras que pusieran las aves en el centro de la historia. Esto despertó, según Andrés, una mayor cercanía por parte de los niños, pues muchos ya estaban tan familiarizados que hasta las reconocían por sus nombres. El grupo logró escribir un total de 10 cuentos.
“En una de esas historias, las aves estaban buscando un lugar para hacer una fiesta de bienvenida a otras aves que venían migrando, y recuerdo que me sorprendió una parte donde decían que en la estación de bomberos no se podía hacer la fiesta porque las aves confundirían las mangueras con lombrices y las picotearían hasta dañarlas”, comenta Buitrago, entre risas, al recordar la sorpresa que se llevó al ver la creatividad de las producciones literarias.
Según él, uno de los cambios más significativos en la comunidad infantil de La Quinina ha sido que, ahora, cuando están en jornada escolar, hay diferentes grupos que se turnan el cuidado y supervisión de la biblioteca. Y también niños libreros, es decir, los encargados de recomendar lecturas y leerles cuentos a los más pequeños.
La intención de Andrés es lograr que en las zonas vulnerables y apartadas de Colombia, como la vereda La Quinina, se creen ‘semilleros de escritores’, así como Ana y José Gregorio también desean hacer de esta población una ruta de colores conocida en toda Colombia que ayude a escribir un mejor cuento de este país.