Se trata de La Rueda Flotante, un grupo de artistas que buscan crear nuevas experiencias sensoriales para que el teatro, el cine y la música, impacten a más personas con algún tipo de discapacidad visual o auditiva en Medellín.
En Medellín, desde hace más de 12 años, un grupo de artistas pertenecientes a La Rueda Flotante trabaja para introducir en la sociedad antioqueña una ‘cultura de la discapacidad’ a través del arte. Su intención es separar a las personas en situación de discapacidad de estigmas que los limitan a entornos protectores; volverlos autónomos a través de espacios incluyentes y creativos en los que todos puedan relacionarse a partir de su percepción del mundo.
Así sintetiza el teatrero Juan Diego Gallego el trabajo de La Rueda Flotante, un colectivo integrado por 20 personas, con y sin discapacidad, que con los años han logrado crear sus propios métodos y estilos para impulsar el ‘arte ciego y sordo’, una categoría que sirve para distinguir este movimiento artístico, así como existe la categorización ‘arte de marionetas’ o ‘arte de ballet’.
Juan Diego Gallego tiene 40 años, y lleva la mitad de su vida dedicado al teatro. Recuerda que todo comenzó mientras apoyaba a su madre en procesos pedagógicos y artísticos a través de talleres a personas con síndrome de Down en Itagüí, en una corporación que ella había fundado. Fue allí donde aparecieron sus primeras inquietudes alrededor del lenguaje y el cuerpo, y de cómo ambos eran herramientas para emitir “otro tipo de mensajes más disruptivos”, que muchas veces dependen de fenómenos sociopolíticos, según explica.
En su proceso de búsqueda de conceptos inspiradores, encontró, por ejemplo, el caso de la danza Butō, un estilo cuyo concepto artístico se desprende de la bomba de Hiroshima y Nagasaki. Es, según Juan, una danza en la que se expresa el dolor colectivo a través del cuerpo, que puede llegar a incomodar al público por su naturaleza grotesca y conceptual.
“En los años 80, hay unas vanguardias de teatro muy fuertes en el mundo, que llegan a Colombia con el Festival Internacional de Teatro de Manizales. El teatro de esa década estaba muy conectado con las vanguardias europeas, como la disolución del personaje y las crisis de los diálogos en las puestas en escenas. Fue en ese entonces cuando comenzaron a aparecer nuevas formas de hacer teatro en las que el que el centro de todo ya no era solo el texto; el cuerpo empezó a tener otras funciones”, explica Zuluaga, magíster en Estética de la Universidad Nacional.
Buena parte de la filosofía actual de La Rueda Flotante recibió la influencia de los aprendizajes que Juan Diego adquirió trabajando 14 años con el famoso dramaturgo antioqueño Luis Fernando Zapata. Con él, Zuluaga entendió que el cuerpo era un espacio político, y que la danza, el teatro y las artes plásticas debían mezclarse para crear nuevos lenguajes.
En La Rueda Flotante hay cinco personas ciegas y cuatro sordas. La mayoría son profesionales o estudiantes en formación. El grupo es interdisciplinario: músicos, locutores y publicistas. Ellos, según Lozano, transformaron el modelo de la ‘inclusión social’, pues el colectivo no crea programas para beneficiar a personas con discapacidad, sino que brinda las herramientas para que sea la misma población la que diseñe, protagonice y consuma cada obra.
“El que se ve en problemas a la hora de querer participar de nuestros procesos artísticos es quien no tiene discapacidad. Nuestras obras de teatro para sordos están en lengua de señas; el que no sepa hablar en señas, no disfruta”, dice Juan.
Zuluaga explica que hay dos formas de hacer teatro para ciegos. En el primer caso, se hace una puesta en escena donde se ven los cuerpos de las personas. Allí, el cuerpo se convierte en el canal y el mensaje. En el segundo caso, el salón está en total oscuridad y la puesta en escena se crea a partir de la arquitectura sonora.
“Todos estos espacios han permitido que, ahora, a la persona discapacitada se la entienda como un ser que vive en una situación no apta para su participación; es la sociedad la que tiene que generar estrategias de inclusión en el contexto donde se mueve la persona”, comenta el director.
La Rueda Flotante cuenta con una sede presencial desde hace un año. La bautizaron ‘La Casa Sensorial’, y está ubicada en el centro de Medellín. Aunque Juan Diego confiesa que implementar una ‘cultura de la discapacidad’ tiene un costo elevado, pues implica hacerle intervenciones a la infraestructura e instalar la señalización necesaria para que ellos encuentren un espacio afín a su situación, también resalta que ha sido una manera de mostrar ante la sociedad los mensajes que pueden transmitir esos cuerpos que “han sido considerados anómalos, limitados y no productivos para un sistema capitalista como el que vivimos”, menciona el teatrero.
Su propuesta de crear un arte disruptivo desencadenó, incluso, en la organización del Festival Internacional de Arte Sordo, en el que el colectivo logró traer al país a 60 artistas de Rusia, Taiwán, Francia, Estados Unidos y diferentes lugares de Latinoamérica. También, hace unos años, tenían una Escuela de Arte Sordo y Ciego itinerante. Era un proceso formativo en el que participaban personas en situación de discapacidad de diferentes ciudades de Colombia. Aunque la escuela ya no existe, de esos encuentros fueron quedando vinculados buena parte de los artistas que hoy integran el colectivo que, desde 2018, comenzó a definirse como “un grupo de trabajo creativo”.
“El concepto de discapacidad se ha transformado. Hace unos 40 años, el problema estaba centrado en la persona, que era mirada como minusválida y limitada; sobre ese tema se montaron muchos paradigmas alrededor el capacitismo y la productividad. Ahora, la educación habla de ‘necesidades educativas especiales’, o de personas con capacidades especiales. Se valora más la diversidad del otro”, explica Juan Diego Gallego.