Este barrio de Medellín, antes dividido por la frontera invisible entre cuatro plazas de narcotráfico, hoy es un referente cultural impulsado por la lectura en hamacas. Detrás, el trabajo de Carlos Andrés Mesa.
En el barrio Santo Domingo Savio de la Comuna 1 en Medellín, las hamacas llegaron para fomentar la lectura de jóvenes que antes transitaban por las fronteras invisibles de grupos al margen de la ley. Lectores a la hamaca llegó al colegio Antonio Derka para llevar educación ambiental y actividades deportivas pero, sobre todo, cultura.
En el pasado la comunidad no ingresaba a la zona por motivos de seguridad, pues el espacio estaba controlado y disputado por plazas de narcotráfico. Fue en ese momento que el vecino Carlos Andrés Mesa decidió hacer algo.
“Pensé en hacer un espacio donde los jóvenes pudieran acostarse en hamacas a leer, porque había visto que en Suiza había funcionado algo similar. Invité a los capos, a los ‘duros’ del barrio y les conté mi idea. Me dieron dos días para mostrarles con argumentos lo que iba a hacer”, cuenta Carlos.
Se puso manos a la obra y en dos días construyó un espacio con 12 hamacas y 400 libros que consiguió por medio de donaciones. Al llegar el plazo establecido por los líderes de las bandas, dos de ellas le dijeron a Carlos que podía continuar con su proyecto, mientras que otros dos le pusieron condiciones.
“Entre cuatro y cinco millones de pesos diarios por estar ahí me cobraban”, cuenta él. Sin embargo, “el hijo de uno de estos duros lo acompañó a hablar conmigo y le dijo que el lugar le parecía maravilloso y que quería seguir viniendo. A partir de ese día se estableció una política de cero consumo y expendio en la zona”, explica Carlos.
Desde entonces, la comunidad de Santo Domingo de Savio, con el liderazgo de Carlos, ha construido una casa de las soluciones donde cada vez más personas llegan a hacer parte del proyecto.
Un líder barrial
Carlos Andrés Mesa nació en Ituango, Antioquia, hace 37 años. Vivía en el barrio Santa Rita hasta que, cuando tenía doce años, asesinaron a su hermano menor y tuvo que mudarse a Medellín por seguridad. Así es como llegó a la Comuna 1.
Creció en un contexto difícil, visitando a su mamá de vez en cuando en Ituango. Con el tiempo, según señala Carlos, la falta de oportunidades lo llevó a tener problemas de adicción con drogas.
“Llegué y al poco tiempo cogí vicio, algo que siento que no me dejó disfrutar mi juventud. Y aunque me fui al ejército al cumplir mis 18 años, rápidamente me di cuenta de que esa vida no era para mí”, cuenta Carlos.
Sin embargo, continuó en el ejército, donde se preparó para ser guía canino, algo que debido a su esfuerzo le hizo perder unos 30 kilos. Además, fue allí donde comenzó y culminó sus estudios como bachiller.
Carlos recuerda que fue “el primer bachiller de mi casa. El día que regresé a Medellín mi madre llorando me dijo que estaba orgullosa de mí. Ese día me marcó para siempre y entendí en las lágrimas de ella que quería ayudar a mi comunidad”.
Una casa de las soluciones
Desde septiembre de 2021, la casa de las soluciones del colegio Antonio Derka ha crecido y diversificado sus proyectos.
“Comenzamos 50 niños, hamacas y libros. No teníamos muy claro qué hacer, así que comenzamos con talleres de lectura. Sin embargo, con el tiempo, leyendo, entendí que un proyecto que verdaderamente pudiera transformar la vida de los jóvenes del barrio tenía que basarse en la cultura, la educación y el deporte”, señala Carlos.
Hoy, Lectores a la Hamaca cuenta con una participación de aproximadamente 300 jóvenes y niños, entre los 6 y los 22 años, donde los más grandes se convierten en voluntarios que se dedican a coordinar algunos de los proyectos que se gestan allí.
El semillero es su actividad principal, y es que además de ser un espacio académico en donde leen frecuentemente y se preparan con educación ambiental, sexual y religiosa, es un grupo de jóvenes que se dedica a cuidar y trabajar una huerta comunitaria que crece en las instalaciones del proyecto. A ella puede llegar cualquier persona del barrio e intercambiar alimentos por otras semillas, reciclaje o elementos que le sirvan a Lectores a la hamaca.
“Creemos que cuidar el medio ambiente es fundamental, por eso, para poder tomar alimentos de la huerta o utilizar las bicicletas que tenemos en el colegio los chicos deben reciclar y mostrarles a sus padres la importancia de hacerlo. Queremos que entiendan que mucho de lo que tienen y creen que es basura realmente puede ser plata si la sabemos separar. De hecho, nosotros rompimos el récord de la silleta más grande del mundo, hecha en material reciclado”, explica Carlos.
No solo los niños y jóvenes tienen un espacio en Lectores a la Hamaca, pues mujeres afro que han sido víctimas de violencia intrafamiliar y personas mayores que buscan aprender sobre computación básica tienen un espacio allí.