Dulces de todos los sabores llenan las calles de esta capital del Caribe durante esta temporada de Semana Santa. Las mujeres que heredaron su preparación hace más de 40 años hablaron con Colombia Visible sobre su historia.
Apenas llega abril, los paladares de Barranquilla y otras ciudades del Caribe comienzan a saborear los tradicionales dulces que, anualmente, se instalan en las calles de la región.
En Barranquilla, por ejemplo, las mesas repletas de poncheras con dulce son comunes de encontrar, especialmente en el tradicional parque Tomas Suri Salcedo donde, desde hace más de 40 años, las vendedoras alistan su cuchara desde las 8 de la mañana hasta que los antojos se sacian.
En esta ocasión, hay un grupo de alrededor de ocho mujeres afrocolombianas vendiendo en el parque. Según cuentan, todas se conocen de hace años: “Somos de la misma raza y heredamos la misma tradición familiar”, explica Derly Herrera, quien prepara dulces desde hace 27 años.
Como Derly, las demás mujeres también manifiestan llevar más de dos décadas en la producción y comercialización de estos dulces típicos. Entre todas coinciden que entraron a este emprendimiento porque vieron a sus madres y abuelas metidas en la cocina preparando ollas y ollas de esa ‘masita azucarada’, que años después aún pone a carros y transeúntes a hacer fila para comprar su porción.
En la esquina de la Calle 72 con carrera 57 hay un puesto con diez tazas de colores a cargo de María Isabell Ayala, una joven de 17 años que cada dos horas espera a que su madre llegue con más producto para envasar. “Ella fue la que me metió a esto. Me traía a este parque como desde que tenía 3 meses. Yo creo que primero comí dulce antes que arroz”, recuerda entre carcajadas.
Según cuenta, la mamá es la encargada de realizarlos en su casa y ella la ayuda en el parque a venderlos o a cuidarlos en compañía de las mujeres de las mesas aledañas, quienes (además de conocerse por manejar el mismo negocio) también están emparentadas.
El caso de Derlys Herrera ejemplifica cómo se hereda la tradición. Ella, en la esquina opuesta a donde está María Isabell, le da indicaciones a su hija sobre qué cliente atender, cómo empacar el dulce y cuánto debe cobrar. Y aunque manifiesta que el consumo ha disminuido en comparación con la temporada previa a la pandemia por covid-19, al instante se alegra cuando un señor con “antojos de dulce desde hace dos años” se acerca, la saluda y le pide uno, tres, siete, diez vasitos de dos mil.
“Son veinte mil pesos, señor. Baratico para usted”, responde y ríe.
Derly comenta que tres de los dulces que más se venden son el de ñame, coco con leche y guandú. Este último, aunque es de los que más rápido se acaban, es uno de los que más tiempo toma preparar: “Toca estar pegada a la olla batiendo y batiendo como tres horas para que no se pegue”, explica Derly.
En la ciudad también se pueden encontrar dulces en otros puntos: afuera de los centros comerciales, en el Paseo Bolívar y en cualquier esquina que se preste para vender por la afluencia de clientes. Hay de todos los sabores: mango, corozo, piña, tamarindo y hasta de papa. También venden otros dulces típicos de Palenque como el enyucado, el caballito y la alegría.
Las palomas que siempre están amontonadas en el Parque Suri Salcedo a veces se acercan, tímidas, a los puestos de las vendedoras. Ellas se ríen y le echan migajas de pan. “Extrañaba estas palomas. Yo creo que ellas también extrañaban el olor del dulce”, dice Derly mientras cae en la silla después de haber atendido a siete clientes (uno tras otro) al tiempo que indica, con una sonrisa, que voltee a mirar a otro emocionado grupo que se acerca a la mesa con los ojos abiertos de par en par.