Mamaroja Company realiza, entre otras actividades, la Feria Insular del Libro de San Andrés Islas, el resultado de un proceso para fortalecer la creación literaria del archipiélago.
“Somos un combo de amigos que confabula con las turas –literatura, escultura, pintura– para vivir en la bacaneria y el goce”. Así define María Matilde Rodríguez, directora de Mamaroja Company, a este colectivo que surgió hace 15 años y realiza la Feria Insular del Libro de San Andrés Islas (FILSAi). Sin embargo, ella defiende que el trabajo va más allá del evento, que, dice, es el resultado de un proceso.
María Matilde es poeta y abogada, pero insiste en que “las autodenominaciones son un poquito jartas”. Aunque nació en Barranquilla (Atlántico), desde hace casi tres décadas San Andrés es su hogar. Y es un lugar que quiere proteger. En ese afán, explica, “uno quiere aliviar algo de lo que ve”.
Contar el archipiélago
“Más que conservar, queremos con nuestra literatura tender puentes con el resto del mundo para que sepa que estamos aquí, con una resistencia en la naturaleza, en la cultura, en el estar”, dice María Matilde al explicar su trabajo. Una labor que empezó con una idea.
En San Andrés, Providencia y Santa Catalina, la tradición oral u ‘oralitura’, como la llama ella, “es muy fuerte e importante. Se refleja en la música, en las historias en la gastronomía, pero que no es reconocido en el país”. Ante esa falta de reconocimiento, los miembros de este colectivo se dijeron “llevemos esto a la literatura para abrir espacios de intercambio”.
Así, en 2017 realizaron la primera versión de la Feria Insular del Libro. Sin embargo, como se dijo, el trabajo no se concentra en los cinco días que suele durar durante septiembre de cada año. Al contrario, previo a esos encuentros hay un proceso que incluye desde talleres hasta la publicación de libros de autores raizales, con lo quee buscan, a su vez, atender desde la cultura varios problemas que se hacen evidentes.
“Tenemos comunidades vulnerables, con riesgos como, por ejemplo, la pérdida de la oralidad o de la lengua de la comunidad raizal (creole). En Providencia también está el riesgo ambiental. Tenemos comunidades no escolarizadas, poblaciones carcelarias. Entonces los talleres son un respiro”, cuenta María Matilde.
De hecho, además de la Feria, Mamaroja Company realiza concursos de cuentos los estudiantes de colegios de San Andrés. Asimismo, han llevado a cabo la publicación de cinco libros, con el apoyo de la Universidad Nacional: Los cinco delantales de la abuela, de Hazel Robinson Abrahams; El último cocotero, de Adel Christopher Livingston; Me voy conmigo, de Edna Rueda Abrahams; Parábolas del tigre anciano, de Jorge Muñoz Pedraza, y un libro de cocina de Ana Márquez.
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Para qué la literatura en el Caribe insular
Aunque hace algunas pausas para reflexionar su respuesta, María Matilde tiene claro el para qué de Mamaroja Company: contar el Caribe insular.
“Queremos contar la esencia de las historias que vienen del mar, la poética de las islas pequeñas. Las historias de dioses y nuestras epopeyas”, explica. Y hace una anotación: “No creemos que la literatura en papel tenga privilegio sobre la palabra oral, pero hay que hacerlo para meterlos en el contexto y buscar su permanencia”.
Esas formas de narrarse y de explicar su mundo se evidenciaron, por ejemplo, en la FILSAi de 2019, cuando varios artistas y músicos de San Andrés hicieron lo que se llamó un litigio estético contra el Estado. “Se manifestaron desde la postura raizal y a través de la música”. También lo hicieron con el libro Llueven voces, que está en edición actualmente, en el que las mujeres de Providencia “escribieron sobre el huracán Iota”.
Incluso, se ve en la literatura de María Matilde. En 2007 publicó el libro Los hijos del paisaje, donde explora, desde la poesía, los dramas de las familias de las personas desaparecidas en altamar. En el prólogo de ese libro, el poeta antioqueño Juan Manuel Roca lo definió como “el testimonio lírico, de honda belleza, de alguien que sabe que bajo el azul y los verdes de ese mar se nos oculta el drama de los que nunca regresaron”.
María Matilde resume esa preocupación en la memoria, que “se puede perder en el tiempo. Y esta memoria, la de San Andrés, ha resistido a los embates de la naturaleza, a los procesos de colonización y al contacto permanente con un turismo avasallante. Queremos que quede el registro”.
Una preocupación que la motiva a, año tras año, seguir con un trabajo que a veces hacen con “sufrimiento, sudor y lágrimas”.
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