En pleno corazón de los Montes de María, donde la violencia y el desplazamiento forzado dejaron cicatrices profundas, 47 mujeres campesinas aprovechan la primera comunidad energética del país para garantizar su independencia económica.
La Asociación de Mujeres Campesinas de Canutal, un corregimiento de Ovejas, en Sucre, surgió en 2016 como respuesta a la exclusión y el olvido institucional que enfrentaban como víctimas del conflicto armado. “Somos mujeres desplazadas que nos organizamos para poder crear y participar de proyectos de cooperación”, cuenta Graciela Gómez, representante legal del grupo.
Aunque la conformación inicial se dio ese año, solo fue a partir de 2022 cuando sus procesos organizativos comenzaron a atraer esos proyectos de los que habla de manera más estructurada en el territorio.
El proceso, recuerda Gloria Betín, fue «impulsado por la necesidad de generar oportunidades económicas para las mujeres de la comunidad. Al principio, fue un desafío reunir a un grupo con intereses comunes y establecer una visión compartida, pero poco a poco las mujeres fueron identificando las fortalezas que tenían en común y el potencial de trabajar juntas». Fue precisamente esa unión lo que las hizo más visibles ante distintas instituciones.
Desde entonces, estas mujeres, muchas de ellas cabezas de hogar, lideran iniciativas productivas que van desde la piscicultura con energía solar hasta el cultivo y transformación de productos como el ajonjolí, la albahaca y la flor de jamaica. Además, complementan sus actividades con la cría de cerdos y huertas caseras que fortalecen la seguridad alimentaria y el cuidado del medio ambiente.
Al principio, criaban peces en jagüeyes —lagos artificiales donde se recolecta el agua lluvia—, pero el fuerte calor provocaba la evaporación del agua. Esto las llevó a adoptar un modelo más eficiente y sostenible: piscinas alimentadas por energías verdes. “Tenemos un deshidratador solar y uno eléctrico que funciona con la energía solar. Estos procesos los hacemos en el salón comunal de la comunidad”, explica Betín, que es integrante del proyecto.

Este modelo de organización comunitaria se articula con un proceso aún más amplio: la consolidación de Canutal como la primera Comunidad Energética Integral de Colombia, declarada así por el Ministerio de Minas y Energía en 2024. Hoy, este corregimiento genera 297 kWh diarios a partir de energía solar, lo que permite operar de manera constante el centro médico, la planta de tratamiento de agua potable y los sistemas de refrigeración de la escuela local, beneficiando a cerca de 1.600 habitantes.
Según Ecopetrol, en ocho años se han invertido cerca de 11.000 millones de pesos en este proceso, que no solo reduce las brechas sociales y el índice de pobreza, sino que consolida a Canutal como referente nacional de transición energética y desarrollo rural.
Entre los proyectos destacados están Mujeres Productivas de Canutal, que abarca la producción de peces y la transformación del ajonjolí en pasta; y Aromas de Canutal, centrado en la producción y deshidratación de albahaca y flor de Jamaica. Cada mes producen cerca de 50 kilogramos de estas plantas, y ya tienen compradores en Cartagena. Sus esposos cultivan el ajonjolí y las mujeres se encargan de procesarlo, consolidando una dinámica de economía familiar que suma esfuerzos para fortalecer el tejido comunitario.
Lo que impulsa a estas mujeres es la posibilidad de generar bienestar colectivo. “Canutal ha sido una comunidad muy resiliente; muchas mujeres han sido el soporte de sus hogares”, afirma Nancy Mesa, coordinadora de la Fundación ACD, que las acompaña en este proceso.

La capacitación es un eje clave del fortalecimiento organizativo: reciben formación técnica por parte del SENA, así como apoyo de la Gobernación de Sucre, las cámaras de comercio y de la empresa Hocol —filial de Ecopetrol—, que contribuye en la financiación de proyectos y el desarrollo de estrategias de comercialización, empaques y etiquetas.
“Ahora cuento con más conocimientos y herramientas para trabajar de manera más organizada y eficiente. Esto no solo ha mejorado mi producción, sino también mi confianza y autoestima como mujer productiva. Además, he podido generar ingresos que contribuyen al bienestar de mi familia.”, concluye Betín.
Hoy, Canutal no es solo un corregimiento más: es un símbolo de cómo la dignidad, el trabajo comunitario y el uso inteligente de los recursos pueden reescribir la historia de un territorio marcado por la guerra.