Sembrar en pequeñas extensiones, haciendo caso a los ciclos de la luna y de la lluvia, son algunas prácticas que se conservan en Paradise Farm Natural Reserve, un proyecto agroturístico en tierra ancestral raizal.
‘Land of my birth’, es lo que dice una pequeña placa de madera que Job Saas tiene a la entrada de su finca, Paradise Farm.
Significa que esa es la tierra de su nacimiento, la tierra a la que pertenece, a la que se siente estrechamente arraigado y cuyo llamado escucha cada vez que está en otro lugar.
En la tradición raizal del Caribe Insular colombiano, así como en aquella del litoral pacífico, cada vez que nace un niño, sus padres y abuelos siembran su cordón umbilical junto a una semilla de coco, para simbolizar que ese niño es parte de la isla, que es, literalmente, parte de esa tierra.
“Y eso se siente, uno siente esa energía, uno siente que la tierra lo llama a uno. Por más que uno viaje, no importa lo bonito o lo chévere que puedan ser otras partes del mundo, uno nunca va a poder dejar de pensar o de querer su tierra. Siempre va a querer volver”, dice Job mientras sostiene una plántula de coco germinada hace poco.
La tierra, entonces, así como en las comunidades campesinas de América Latina y quizás el mundo en general, es parte de la identidad y la subjetividad raizal. Todavía más cuando se trata de una isla, donde de entrada la tierra es limitada, por lo que Job sostiene que “el raizal debería estar cuidado más eso”.
Y agrega, refiriéndose a la creciente tendencia de parte de la comunidad local de vender la tierra que heredaron de sus abuelos y ancestros: “Da lástima cuando las personas venden su tierra porque son muchas las familias que se quedan sin dónde construir una casita o dónde montar un negocito. Cuando venden la tierra están vendiendo su futuro y su pasado, sus rices, sus cimientos, el lugar donde desenvolverse y tener una vida”.
Él, sin embargo, resistente a la tendencia y aferrado a una tradición que según los locales se encuentra en un vertiginoso proceso de desaparición, se niega a vender la parcela donde creció y que heredó de sus abuelos.
Allí, por el contrario, montó Paradise Farm, un proyecto agroturístico con el que busca preservar y divulgar las prácticas campesinas raizales que aprendió de niño cultivando con sus ancestros, así como la cultura local en general a través de la música, otra de sus grandes pasiones.
Job Saas, cantautor y agricultor raizal
Cuenta él que nació y creció en un ambiente rural en San Andrés, sembrando ‘bread fruit’, un tubérculo nativo de la isla, y mangos con sus abuelos, agricultores de tiempo completo.
En esa misma parcela que hoy él administra, recuerda que antes de sembrar un plátano, su abuelo se sentaba alrededor del hueco que había hecho en la tierra y solo entonces lo sembraba, supuestamente para evitar que este creciera muy alto y fuera más difícil recoger sus frutos.
También recuerda escuchar que era durante la luna creciente que debía prepararse la semilla y la tierra para que la siembra diera buenos frutos.
Y es eso lo que Job se ha propuesto rescatar, preservar y divulgar en Paradise Farm, promoviendo además, entre sus paisanos raizales, la no venta de la tierra ancestral e impulsando el cuidado del medioambiente: “Acá buscamos cuidar la tierra, protegerla y trabajarla”.
Además de la agricultura, a Job le fascina la música, tanto que tiene su propia banda de reggae: Job Saas & The Heartbeat, con la que co fundó el ‘Raizal Indigenous Musicians Movement’, RIIM, una organización de músicos raizales que buscan promover los ritmos tradicionales de la isla, así como ‘Kriol Myuuzik’, la marca musical de la región, que está basada en la lengua nativa de la isla, el creole, uno de los elementos más característicos de lo raizal.
Allí mismo, en su granja, construyó un pequeño escenario donde todos los jueves desde hace un año realiza las ‘Caribbean Nights’, noches en las que se reúne con los músicos de la isla para tocar ritmos caribeños como el calypso, el reggae, el compa y el soukous, ante públicos compuestos por residentes de la zona, así como por turistas que llegan sobre todo de las posadas nativas, con cuyas dueñas Job ha generado alianzas para dar a conocer los ritmos tradicionales entre quienes llegan a visitar la isla.
Ese mismo escenario sirve, en las tardes de los lunes, miércoles y viernes, como sede de una pequeña escuela gratuita para casi una veintena de niños y niñas de toda la isla, que llegan a aprender de música y de agricultura, así como de cuidado del medioambiente.
“Los músicos del RIIM vienen a darle clases de guitarra, piano y batería a los chicos y yo les doy un poco de agricultura, de protección del medioambiente y esas cosas” cuenta Job, cuya finca, además de servir para la siembra de diversos productos, es hogar también de varias especies de flora nativa que ha ido desapareciendo en otros lugares de la isla.
Así, Job ha encontrado una manera innovadora de juntar la siembra con la conservación del bosque nativo, evitando la tala y la quema de vegetación para preparar la tierra para sembrar.
En su finca, que desde hace poco añadió a su nombre las palabras ‘Natural Reserve’, se siembra solo en pequeñas extensiones de tierra libre de bosque y donde pega el sol, sin talar o abrir espacio particular para esa actividad.
Además, cada vez que Job sale a recorrer la isla, suele recoger semillas o plántulas de árboles nativos para sembrarlos en su finca y de esa manera garantizar su supervivencia. Así lo ha hecho con el ‘icaco’ o ‘coco plum’, un árbol que produce una especie de ciruela que, además de comerse cruda, en la isla la cocinan con jugo de caña para hacer un dulce.
También lo ha hecho con el ‘caimito’, que solía abundar la isla, pero ya son más bien raros, y que también produce una fruta “muy deliciosa”.
Con esas especies y otras que siga consiguiendo, espera en un futuro consolidar un vivero con plantas nativas para distribuir de manera gratuita a cualquier persona que quiera una.
“Así vamos trabajando, haciendo actividades que tienen que ver con nosotros, con nuestra cultura, con la música, con la agricultura, la tierra, la ancestralidad, todo eso es lo que se vive aquí en este espacio de Paradise Farm”.
Por todo ello, Job dice que su finca es un santuario de la cultura raizal.
“El turismo en San Andrés debe ser cultural y natural”
En su finca, cuenta Job, no se trabaja con el turismo masivo, sino con uno más selectivo y a pequeña escala.
A los turistas que llegan Job los recibe con jugo de caña frío con limón y les ofrece un recorrido por la finca, acompañado de degustaciones de las frutas que haya en esa temporada. De la misma manera, las personas pueden probar la gastronomía tradicional de la isla, como el rondón, un plato compuesto de pescado; ‘pigtail’, que es la cola de cerdo; ‘bread fruit’; ‘dumplin’, que es una masa de harina tradicional; ñame; yuca; plátano y papa, todo bañado con una especie de salsa hecha a base de leche de coco condimentada con una verdad de hierbas.
“Les voy contando de los árboles nativos, para qué los usamos y los significados que tienen, les voy contando de la cultura raizal, nuestra tradición oral, cómo vivían nuestros ancestros, cómo cultivaban. Todo a partir de la agricultura”, cuenta Job.
Para él, el turismo en San Andrés se ha desarrollado de manera equivocada. Su consolidación como un destino turístico de sol y playa ha hecho que la cultura y la naturaleza, que para él deberían ser los ejes conductores de esa industria, han permanecido en un segundo plano, con poca atención.
Eso, a su vez, ha supuesto que una buena parte de los negocios turísticos de la isla no pertenezcan a locales, sino a personas de afuera que llegan a montar un hotel o algún tipo de tour.
“No es algo que nace desde aquí, de la gente local que ofrece su cultura, la música, la gastronomía, sus historias”, cuenta Job, “la gente de afuera inventa desde su perspectiva, sin tener en cuenta la verdadera raíz de la isla. Entonces cuando el turista viene, no lo hace para vivir la cultura, sino a rumbear, a tomar trago, es como un turismo depredador”.
Eso, además de representar una amenaza para la cultura local, tiene repercusiones sobre la isla: el turismo masivo genera muchos más residuos de los que la isla está en capacidad de gestionar, ocasionando de esa manera eventos como el rebose del alcantarillado por taponamientos.
De la misma manera, el consumo de agua, un recurso ya escaso en la isla, se dispara.
“El problema es que la gente que hace turismo quiere que ver la isla siempre llena, los hoteles llenos, los restaurantes llenos, los cayos llenos. Todo para hacer la plata. Nunca se ha definido la capacidad de carga de la isla y eso tiene efectos sobre la isla”, dice Job.
Por eso, y como reivindicación de lo local, es que para él, el turismo en San Andrés, Providencia y Santa Catalina debería constituirse a partir de la naturaleza y la cultura, enfocándose en su protección y su divulgación, siempre con una visión de respeto.
Al final, dice, lo más importante es apreciar y respetar todas las culturas que hay en el país y en el mundo: “Apreciar, respetar y apoyarlas para que no se pierdan, para que no desaparezcan. Yo creo que eso es como hacer paz, si hubiera respeto por todas las culturas y por la idea de querer seguir viviendo de una u otra manera, de tener la tierra y proteger unas tradiciones, habría paz”, concluye Job.