'Bosque Escondido' es el nombre del proyecto fundado por Juan Pablo Camacho, quien cansado del ajetreo de la ciudad, decidió migrar al campo, a las faldas de los Farallones de Sutatausa.
Juan Pablo Camacho jamás tuvo relación alguna con el campo y la ruralidad. Nació, se crio y vivió toda su vida en Bogotá. Estudió historia en la Universidad Javeriana y por décadas anduvo las calles atiborradas de personas, cargadas del humo de los carros y el ruido de las construcciones; cemento y más cemento.
Hace siete años, sin embargo, decidió, de manera imprevista y casi de casualidad, salir de la ciudad e irse a vivir a Sutatausa, un municipio en el nororiente de Cundinamarca, vecino a Ubaté y no muy lejos de la frontera con Boyacá.
“La ciudad tiene un voltaje muy alto y eso me tenía desesperado: el malgenio de las personas, el afán, el malgenio propio, ya ni salía del apartamento donde vivía, no quería estar allá” cuenta Juan Pablo.
Hace siete años se fue y hoy dice que no vuelve más. Su vida en el campo no tiene punto de comparación, dice, y aunque no niega que en la ciudad también se está bien, los aprendizajes, las aventuras y las experiencias que le ha traído ya casi una década de vida rural, han hecho del campo su hogar.
Junto a su esposa hoy Juan administra un proyecto de ecoturismo al que bautizaron ‘Bosque Escondido’. Se trata de un tipo de alojamiento específico que Juan llama “de bosque y montaña”: “prestamos servicio de alojamiento que no es hotel, porque no tenemos servicio a la habitación ni nada de eso, pero tampoco somos un glampling porque tenemos ambientes tipo hostal, agradables”.
Es un nuevo concepto de alojamiento que, dice, están comenzando a trabajar ellos.
De la ciudad al campo, una larga pero agradable transición
‘Bosque Escondido’ que comenzó hace cuatro años, es el tercer proyecto que tiene Juan Pablo en la ruralidad.
Y es que cuando llegó por primera vez, cuenta, “no tenia ni idea ni de cómo crecía una lechuga”. Había pasado toda su vida en la ciudad, lejos de las dinámicas agrícolas y campesinas, que conocía solo a través de uno que otro relato o chisme que escuchaba por ahí y nunca se interesó en realidad por ellas.
Fue solo hasta que estaba en la universidad, cuando comenzó a salir con frecuencia a acampar y a hacer caminatas que comenzó a interesarse por temas de supervivencia, autonomía y sostenibilidad, y así, la ruralidad comenzó a llamarlo.
Efectivamente, Juan Pablo cuenta que sintió un llamado de la ruralidad y frustrado con su vida en la ciudad, emprendió camino. Ecogió Sutatausa como destino porque años antes, junto con sus tres hermanos, había comprado a una de sus tías un pedazo de tierra que tenía y que luego convirtieron en espacio de recreo.
En un momento la persona encargada de cuidar la finca renunció y Juan Pablo, sin mucha duda de por medio, decidió ir a probar suerte allá. Montó una especie de tienda/restaurante/bar con su expareja en la cabecera municipal, pero no se sintió muy a gusto pues la finca, que era el terreno que Juan quería aprovechar y explotar, continuaba vacía e improductiva.
Luego, junto con un amigo, tuvo un proyecto de cultivo de arándanos. “Él tenía la plata y yo tenía la tierra, entonces lo montamos”. Ese, cuenta, fue el primer gran golpe de aprendizaje, de estrellarse con cómo era en realidad la vida en el campo.
“Nos encargamos de toda la construcción e instalación del sistema de riego, la siembra, la apertura de reservorios para el agua, la colocación de los filtros, y un montón de cosas”.
Y agrega: “como nunca tuve contacto con el campo, nunca comprendí la magnitud de la dificultad de trabajar la tierra, la exigencia física y la paciencia que toca tener al sembrar una semilla, pero me fui acostumbrando”.
Al mismo tiempo tuvo un proyecto de gallinas de engorde y de huevos de gallina feliz, pero, aunque no les iba nada mal, la comercialización era larga y engorrosa, pues debían ir todos los fines de semana a Bogotá para vender sus productos, cosa que al final desencantó a Juan Pablo de ese proyecto.
“Es lo mejor que nos pudo haber pasado”
Fue después de ese segundo intento que Juan Pablo montó ‘Bosque Escondido’, que, en realidad, se dio más de manera casual que planeada.
Juan Pablo tenía claro que su proyecto debía realizarse en la finca, pues era allí donde quería vivir y llevar a cabo su plan de vivir en la ruralidad.
Así, un día, su entonces pareja y actual esposa llegó a vivir en la finca junto con su hijo. Para él, sin embargo, no había espacio suficiente, por lo que decidieron construir una cabaña que adecuaron como el espacio para el pequeño. Tiempo después hicieron nuevas modificaciones a la casa y decidieron publicar esa cabaña en Aribnb, una plataforma para alquilar alojamientos.
“Comenzó a llegar y a llegar gente. Así comenzó todo”.
Si bien su sueño inicial era montar un proyecto alrededor de la agricultura, Juan Pablo reconoce que el turismo ha sido una gran alternativa, pues el territorio tiene gran vocación para ello, particularmente por los farallones, una formación rocosa que se ha constituido como gran atractivo para las personas que gustan del senderismo y actividades por el estilo.
“Empezamos a disfrutar el proyecto y así a construir más, a sacar créditos, a conseguir inversionistas, y así, de pura casualidad, comenzó a crecer. Estamos construyendo una comunidad grande en redes sociales y nos ha ido muy bien”.
Y agrega: “el proyecto es rentable, funcional y bacano. Nos permite tener una vida sin penas, agradable, con la ventaja de estar en la finca, un espacio amplio donde hacer cosas. Es lo mejor que nos pudo haber pasado”.
Hoy ofrecen 2 tipos de alojamiento. El primero es el VW Combi que consiste de dos furgonetas Volks Wagen Combi, característica de las décadas de los 60 y los 70 y la cultura hippie. Se encuentran totalmente acondicionadas para ser, cada una, una habitación doble ubicada en medio de un bosque en la falda de los farallones.
Por otra parte, tienen una serie de cabañas, dos para dos personas y una para cuatro.
Pero además de funcionar como alojamiento, la finca donde opera ‘Bosque Escondido’ también tiene proyectos de soberanía alimentaria, huertas y compostaje, así como talleres en estos y otros temas para quienes vayan a quedarse allí.
“He aprendido infinito”
En estos cuatro años de ‘Bosque Escondido’, Juan Pablo cuenta que se ha encontrado con personas maravillosas. Por un lado, con quienes van a quedarse allí, de los que, cuenta, el 90 % son de Bogotá y el otro 10 % son personas extranjeras en su mayoría, pero en particular con las personas locales con las que ha tenido la oportunidad de compartir.
Desde el primer día de su llegada, ya sus vecinos lo hacían sentir como uno más de la comunidad, como si hubiera nacido y crecido allí. Cuenta que entonces iba mucho a las tiendas, las cantinas, las rocolas y los tejos a hacer amigos y a interactuar con la comunidad y “me recibieron muy bien, yo llegué con pinta desconocida, con costumbres distintas, era alguien extraño, pero me aceptaron muy bien”.
De allí, entonces, que Juan Pablo diga que ha “aprendido infinito” en estos años de vida rural. Además de experimentar la exigencia física del trabajo de la tierra y de conocer la paciencia que le es inherente, aprendió “acerca del mundo campesino, cómo ellos piensan, cómo desarrollan su vida”.
Además, dice, “esta es una región minera, entonces muchos son al tiempo agricultores y mineros y eso brinda nuevas perspectivas acerca de esas economías. En general me he dejado enseñar mucho y sobre todo me he dejado sorprender de la vida de la gente” concluye Juan Pablo.